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Historias de «matasiete»

Especialistas del Centro Provincial de Deshabituación de Adolescentes, en la capital, alertan que los pacientes llegados a los centros comunitarios y a esta clínica, lo hacen cada vez con edades más tempranas de iniciación. Testimonios de ingresados advierten que «quienes entran al mundo de las drogas deben pensarlo mucho antes, porque al final terminas en la cárcel, en un hospital siquiátrico, o muerto: la vida se te convierte en nada…»

Autor:

Ana María Domínguez Cruz

Se sienten fuertes, invulnerables, capaces de experimentar y salir ilesos. Juegan a probar fuerza y confían en «amigos» que les enseñan lo prohibido y les incitan a conocer un nuevo mundo. Se creen infalibles y, al final, sucumben.

Luego nada les parece importante, atractivo, necesario. Poco les dura el dinero en las manos y se atreven a mentir, a robar, a enfrentar a la familia, que no deja de quererlos, aunque no sabe cómo ayudarlos.

No se consideran adictos, no hallan problema alguno en su comportamiento. Solo les importa mantenerse en el ciclo vicioso del consumo, a pesar de que su salud corra riesgos y las personas que les quieren también sufran.

Quienes logran abrir los ojos y percibir el peligro, piden ayuda. La familia que no los abandona les tiende la mano. En los centros comunitarios de Salud Mental les abren las puertas. Algunos «limpian» su vida, otros no aprenden a hacerlo y vuelven atrás. Siempre hay otros caminos y otros especialistas que brindan el apoyo indispensable.

Niños y adolescentes hasta 19 años que no tuvieron resultados satisfactorios en ese primer nivel de atención, son remitidos al Centro Provincial de Deshabituación de Adolescentes, creado el 5 de mayo de 2005 en la capital, para someterse a un tratamiento básicamente terapéutico, que permita mantenerlos en la abstinencia y convencidos de que pueden ser mejores seres humanos.

La directora del Centro, la doctora Elizabeth Céspedes Lantigua, especialista de primer grado en Medicina General Integral y de primer grado en Siquiatría, revela que en tiempos recientes los pacientes llegan a las instituciones comunitarias y a esta clínica cada vez con edades más tempranas de iniciación en el consumo de tabaco, alcohol y otras drogas, y por fortuna, en no pocos casos acuden a estos servicios de salud acompañados de sus familias.

La doctora Elizabeth Céspedes Lantigua, especialista de primer grado en Medicina General Integral y de Primer Grado en Psiquiatría

«La mayoría llega en la etapa precontemplativa de la enfermedad, es decir, no la asumen como tal. Esta etapa, considerada como premédica, la convertimos en una etapa médica propiamente e incidimos en la formación de motivaciones para que el paciente deje de consumir e incorpore cambios en su conducta».

El licenciado en Sicología de la Salud Carlos Javier Lavin Verdecia, terapeuta del centro, explica que el tratamiento, cuya esencia no radica en la prescripción de medicamentos, lleva, ante todo, la organización de las 24 horas de cada día.

El licenciado en Psicología de la Salud Carlos Javier Lavin Verdecia

«Respetamos con rigor los horarios para la realización de actividades específicas, y con este proceder, los muchachos recuperan el hábito del sueño en la noche, uno de los trastornos más comunes.

«Realizan actividades terapéuticas a nivel individual, grupal o en dinámicas familiares, y otras asociadas al tratamiento, pero también pueden practicar ejercicios físicos en el gimnasio, usar los espacios abiertos de la institución y realizar otras actividades en su tiempo libre».

Lavin Verdecia especifica que los pacientes transitan por varias etapas desde la desintoxicación, que puede durar entre 21 y 30 días, y en la que se favorece la mejora de su estado físico y sicológico hasta la reinserción laboral, comunitaria y social, la cual demanda retos muy fuertes para el paciente.

«En una etapa intermedia y quizá la más difícil, los llevamos a la deshabituación con el objetivo de modificar su estilo de vida y propiciar el saneamiento de su personalidad. No es simple sustituir la rutina adictiva con una rutina recuperativa, que además sea aprendida, practicada y disfrutada. El gran objetivo es mantener la abstinencia del paciente y, ante todo, hacerle sentir la necesidad de ese estado».

La percepción del paciente es que si deja de consumir, su problema se resuelve, aclara el terapeuta. «Sin embargo, persisten otros problemas asociados a diferentes trastornos de su personalidad en los que hay que trabajar. Es como una flor marchita que revive, es un ser humano que descuidó su vida y ahora siente deseos de vivir».

La doctora Céspedes Lantigua precisa que mediante este tratamiento se potencia en los pacientes el crecimiento racional, emocional, motivacional y espiritual.

«Trabajamos para lograr la adherencia terapéutica, es decir, que se logre una relación atractiva entre ellos y los especialistas y el centro, con el objetivo de que sientan que aquí pueden quedarse o regresar, en caso de que sea necesario. Por ello, el tratamiento debe ser creíble y atractivo para el adolescente, para que sea capaz de respetar una lógica recuperativa, basada en una filosofía de vida que enfrente la lógica adictiva a la que sucumbieron», agrega.

El proceso demanda paciencia y esfuerzo de ambas partes, afirma el joven sicólogo. «Explotamos los recursos de la inspiración y logramos que ellos identifiquen sus aspiraciones y reconozcan que deben empeñarse en alcanzarlas, y que esto es perfectamente posible».

La directora detalla que, teniendo en cuenta las necesidades de cada paciente, según sea su caso, y el respeto a su funcionamiento social, se aplica una de las modalidades de tratamiento.

«El ingreso parcial diurno permite la estancia del paciente en el centro hasta las seis de la tarde y su regreso al medio familiar en el resto del día. El ingreso parcial nocturno es otra variante, y el ingreso total responde a la inminencia de la gravedad de su estado de salud, por lo que no asisten a la escuela de manera justificada y conviven en la clínica día y noche».

Igualmente manifiesta que el tratamiento ambulatorio permite atender a los pacientes una o dos veces a la semana, variante que puede ser una alternativa de preparación para el ingreso total, si se requiere, o un paso posterior a este y previo al egreso de la institución.

La participación de la familia es fundamental en el éxito de la recuperación del paciente, insisten los especialistas. «La familia es facilitadora de la enfermedad en muchos casos, y puede serlo de su recuperación, y su acompañamiento es muy necesario», puntualiza Céspedes Lantigua.

«La familia cubana quiere y cuida a su adolescente —subraya—. Ante el desconocimiento, no sabe cómo manejar determinadas situaciones. En no pocos casos se concentran los esfuerzos en la mejoría de las condiciones económicas y los padres les restan tiempo a las relaciones afectivas con sus hijos y a las responsabilidades educativas que les corresponden. Vemos entonces que las adicciones se sustentan en la pérdida de valores, por lo que los muchachos son capaces de mentirle a su familia, robarle o mantener comportamientos agresivos con ella».

Algunos adolescentes crecieron en hogares donde los mantuvieron ajenos a cualquier responsabilidad y en los que se garantizó siempre su complacencia. «Muchas veces se les asegura la satisfacción inmediata de sus necesidades materiales y, con ello, crecen egoístas y con baja tolerancia a la frustración, pues no entienden las razones por las que no pueden lograr su objeto del deseo alguna vez, y no aprenden a valorar los sacrificios en la obtención de las comodidades», destaca Lavin Verdecia.

La directora enfatiza que el acompañamiento familiar es importante, «porque ayuda al adolescente en su adaptación, nos permite evaluar la dinámica familiar y usarla como un punto de apoyo en el tratamiento. La familia gana en comprensión y en habilidades para manejar al paciente, y le brindamos tratamiento también para que mejore su estado emocional, afectado en gran medida por la conducta adictiva del adolescente».

Los pacientes aprenden que si no se acomete algo diferente a lo que hacían, no se pueden obtener resultados distintos, acota. «En el centro protagonizan procesos de humanización, ganan en respeto y amor a uno mismo y a los demás, encuentran el sentido de pertenecer a una familia».

Precisamente desde el 2005, cuando se creó el centro, ha crecido la familia que en él se gesta. «Todos nos queremos mucho, y con el tiempo, quienes fueron nuestros pacientes nos visitan, nos escriben cartas, nos mandan fotos, nos hacen parte de sus vidas ya saludables», agrega Lavin Verdecia.

Céspedes Lantigua asevera que «recuperarse es un hecho extraordinario, y para ello se requiere de hombres y mujeres extraordinarios que no somos nosotros, los especialistas, sino ellos. Cuando llega un paciente descubrimos en él lo mejor y lo sacamos afuera, para que encuentre en sí mismo la fortaleza que necesitará para salir adelante. Las alfombras rojas no están puestas en el piso por gusto… Por estas transitan ellos, que son los verdaderos héroes en la batalla contra las adicciones».

Ser fuerte para cambiar

«Nunca pensé que usaría jeringuillas, pero al final terminas haciendo lo que otros hacen, y no te importa nada. Cuando fumas algún cigarro o te tomas un planchao te sientes en onda con los demás, y cuando te metes en otra cosa empiezas a creerte que no te pasará nada, pero te equivocas.

«Cuando tenía 13 años probé la marihuana, y no sentí nada diferente. Con 15 años tuve la posibilidad de probarla otra vez y sí me sentí raro, diferente. Es que mi forma de ser cambió, hablaba mucho, no sentía miedos, como si no pudiera pasarme nada. Lo hice varias veces seguidas, y cuando pasaban días sin tenerla, estaba de mal carácter, impulsivo, no quería ni hablar con nadie.

«El cuerpo me pedía cada vez más, y yo se lo daba. Luego sentí que la marihuana era poca cosa, y los que andaban conmigo me enseñaron a “chutearme”… ¿Sabe lo que es eso, periodista? Inyectarse, meterse las cosas en las venas. Cambié mi forma de ser, hasta con mi mejor amigo me fajé, dejé el pre. Y lo repetí muchas veces.

«Mi mamá no lo sabía, claro, pero notaba cosas raras en mí. Me llevó al centro comunitario de Calzada y 4, en el Vedado, y estuve limpio un tiempo, pero después volví a lo mismo. Es que yo no podía con eso, periodista. Es muy fuerte… Los que se metan en este mundo deben pensarlo mucho antes, porque al final terminas en la cárcel, en un hospital siquiátrico o muerto. La vida se te convierte en nada…

«Ahora estoy en este centro y quiero poner de mi parte porque la recuperación es personal, aunque mi mamá esté conmigo y los médicos me ayuden. Los que no tienen una familia que los apoye, están embarca’os, y los que no se pongan duros con ellos mismos, se van a quedar en las mismas. Se puede cambiar, pero es difícil, hay que ser fuerte». (Carlos, 17 años)

La madre de Carlos daría cualquier cosa por cambiar la historia de su hijo. «Se sufre mucho cuando notas que tu hijo se te descarrila, porque lo ves raro, te das cuenta de que anda en algo que no es nada bueno. Dormía mucho por el día y por la noche salía, y llegaba a la casa en un estado raro. Busqué ayuda porque sola no sabía lo que tenía que hacer, y estoy muy agradecida, porque en este centro pueden salvar a mi hijo, si él se deja».

Hay que aprender a decir que no

«Dale una sola patada, que es la primera vez. Así me dijeron, y yo me confié. Es que el matasiete es muy cargado, y cuando empecé a caminar lo veía todo nublado, raro… sudaba frío, me sentí mal. Hasta ese momento yo solo tomaba, ya sabe, con eso que les echan a las botellas… También me mareé al principio, pero luego me adapté. Lo que pasó fue que con la marihuana me enganché, y una semana después lo repetí, y después lo hice más veces.

«Es un poco difícil de entender… Cuando yo fumaba eso, me sentía un poco mal, con una sensación desagradable, sin ganas de comer. Cuando no lo hacía, pensaba en que no quería sentirme así de nuevo, pero luego volvía a probar.

«La verdad es que me di cuenta de que estaba cayendo en eso… La gente con la que andaba siempre lo hacía, y una vez caminando por la calle G, oí lo que decían unas personas de los muchachos que estaban fumando, sentados en el parque. Ahí supe que yo no quería que pensaran eso de mí… A partir de ese momento salí con mis amistades a los mismos lugares, aunque traté de ser fuerte. Yo decía “sí” a todo, pero hay que aprender a decir que no.

«Es muy difícil, y tienes que buscar ayuda. En este centro sé que puedo salir adelante, y mi relación con mi mamá está mucho mejor. Antes discutíamos con facilidad, yo sentía que no cabía en la casa, y ella no sabía qué hacer.

«Es difícil salir de esto; pero si uno quiere, puede. Hay que saber decir que no, y no seguir con esa vida. Hay tantas cosas que hacer en la vida, y en ese mundo hasta se te olvida que existen y te las pierdes». (Andrea, 18 años)

Si quieres, puedes arreglar tu vida

«Ya estuve ingresado en este centro y cuando salí, pensé que nada podía sucederme, y realmente hay que tomarse las cosas con calma. Volví a caer y regresé porque comprendí que necesito más ayuda, necesito que me enseñen a ser más fuerte.

«Dicen que la curiosidad mató al gato, y a mí casi me pasa. Oyes hablar de la marihuana, de la flaca, de un montón de cosas, y quieres probar. Al principio no sentí nada, y por eso repetí. Subí la dosis, y me arrebató, y lo hice más seguido. El dinero que ganaba en el trabajo lo usaba para eso.

«Alguien se lo dijo a mi mamá y se lo negué. Ella se dio cuenta de que algo pasaba, porque a mí todo me salía bien y, luego, metido en eso, todo me salía mal. Gastaba el dinero, pedía prestado ropa y zapatos para salir porque mis cosas las vendía. Me metí en un canal “fula”, y cuando mi mamá me habló de esta clínica yo no quise porque no quería que en el barrio pensaran mal de mí. Pero no podía autoengañarme, porque yo no estaba bien y podía empeorar.

«A mi hermano lo observo todo el tiempo, y por suerte es distinto a mí. Creo que nunca se meterá en esto, y es mejor, porque mi mamá sufriría mucho, y porque su vida se le enredaría como me pasó a mí. De todas maneras, vigilo sus amistades, porque yo sé lo que es eso.

«Si alguien que lee el periódico ahora, está pensando en probar cosas, debería pensarlo mejor. Todo está mal aunque parezca que todo está bien. Los que crees que son tus amigos no lo son de verdad, te confunden y te llevan por caminos destructores. Tu familia sufre, y al final, pierdes oportunidades en tu vida. Yo quiero que mi mamá se recupere, y quisiera que todo el que piense bien en su vida, sienta deseos de arreglarla y ponga de su parte». (Hirochi, 19 años)

Esto es una experiencia devastadora, dice su mamá. «Vivía asustada cada vez que salía por la noche, llamé a la Línea Confidencial Antidrogas, busqué todas las opciones posibles porque yo sola no podía ayudarlo. Ojalá ninguna familia pase por esto, porque los hogares se desploman… Todos nos volvemos violentos, agresivos, deprimidos…

«No sabes cómo tratar a tu propio hijo, ni cómo ayudarlo. Tengo la esperanza de que se recupere, porque él mismo pidió ayuda».

Recuperarse es difícil pero se puede…

«¿Sabes qué es lo peor? Que a mí me gustaba matarme…».

—¿Matarte? ¿Atentar contra tu vida?

—No. Consumir cosas fuertes, ¿entiendes?

«A los 14 años probé marihuana y empecé a buscarla los fines de semana, y después más seguido. Solo pensaba en eso, y hasta suspendí el primer año en el pre porque perdí el interés por estudiar, por hacer lo que siempre hice. Yo estaba en lo mío, en aquello, usted sabe. Al final pedí la baja de la escuela y ganaba dinerito en la venta de ropa. Lo gastaba en eso, en el consumo de cosas.

«Después sentí que la marihuana era muy suave, flojita para mí. Me gustaba desmayarme, sentirme así, era como un reto para ser más fuerte. Empecé a consumir otras sustancias que me producían efectos más fuertes. Gastaba dinero, y mi mamá sospechaba que pasaba algo, pero nunca imaginó que fuera esto. Me pagaba mis deudas y me sacaba de los empeños que hacía con el televisor, la computadora, lo que fuera. Una vez quise matarme de verdad».

—¿Consumir una sustancia más fuerte todavía?

—No, matarme de verdad. Es que me frustré mucho, me deprimí. Cuando estás en esto, tu ánimo cambia mucho, y es como si perdieras el rumbo. No me consideraba un adicto, claro. Tú sientes que eres dueño del mundo y que nada va a pasarte, pero la verdad es que dejas de vivir, de hacer cosas importantes…

«Pensaba que el ingreso aquí era para locos, pero ya entendí que es donde debo estar para conocer un camino mejor. Recuperarse es difícil, pero se puede, y aunque me vienen los aviones a la cabeza de vez en cuando, tengo mucho miedo de volver a caer. Por suerte mi familia está a mi lado, incluso mi papá, con quien no tenía una buena relación antes.

«Yo soy quien tiene la batuta en la mano y me toca hacer las cosas bien. Trato de dejarme ayudar, porque todos los días se me ocurren cosas que quiero hacer, cosas que quiero aprender. Quiero lograr el estado de sobriedad, ¿sabe? Es más fuerte que la abstinencia, porque significa que no consumes y estás bien con eso… Creo que puedo.

«Ya he crecido bastante. Recuperé mi relación con mi papá y el cariño de mi mamá; tengo el apoyo de mi novia. Tengo ganas de estudiar, de darles un beso a las personas que quiero, de reinventar una vida que puedo tener».

—Podrás hacerlo.

—Yo sé que sí, si me ayudan todo el tiempo. Mi película es fea, pero la quiero cambiar. En el mundo del consumo todo es destrucción, no existen verdaderos amigos, la salud se te va, y nadie te quiere en la sociedad. En el barrio ya me ven distinto, y yo sé que lo estoy, porque cuando uno se da cuenta de todo lo que pierde y de todo lo que puede ganar, entonces siente que vale la pena. (Alejandro, 19 años)

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