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Un pionero singular

Desde ya se anuncian no pocos momentos de aprendizaje, intercambio y divertimento en la Asamblea Nacional Pioneril, que tendrá lugar en julio próximo. JR, como buen cazador de pinceladas, se suma a tales expectativas con la historia de una singularísima escultura de madera, 36 años después de que su creador le diera vida

Autor:

Juan Morales Agüero

LAS TUNAS.— El octogenario Alcibiades Espinosa no tiene la menor idea del minuto exacto en el que se le ocurrió esculpir en un trozo de madera un animalito del monte. «No sé; a lo mejor fue cuando di mis primeros serruchazos como carpintero de encofrados en la Empresa Provincial de Mantenimiento Constructivo», supone, mientras exprime los recuerdos.

Por entonces, y solo por entretenerse en los ratos libres, solía repujar en cualquier listón lo mismo una vaca que un gallo. Eran miniaturas tan bien hechas que provocaban elogios entre sus compañeros de trabajo. «Oiga, compadre, usted tiene cabeza para escultor», le decían. Pero él no les hacía demasiado caso. Total, si apenas se trataba de un pasatiempo.

Cierto día de 1977 lo llamó el director de la empresa. Le dijo: «Alcibiades, un artista llamado Herminio Escalona llegó a Las Tunas para hacer una escultura en El Cornito. Necesita un ayudante. Y como sé cuánto te gusta eso, pensé en ti. Así que arranca enseguida para allá y ponte a su disposición».

«No me lo tuvo que repetir —asegura—. Esa misma tarde me le presenté al hombre. Resultó ser un famoso creador con varios premios. Me sacó conversación, parece que para probarme. Le fui franco: “Mire, yo solo sé hacer monitos de madera”, le confesé. Quiso ver algunos y le mostré dos. Los observó con atención y exclamó: “¡Chico, pero si tú eres escultor!”».

A partir de ahí, artista y asistente hicieron magníficas migas. Como el tiempo les pisaba los talones, Herminio le explicó a toda prisa el proyecto. Se trataba de erigir en la patria chica de Juan Cristóbal Nápoles Fajardo un conjunto escultórico que tendría por nombre Elementos aborígenes, con réplicas de utensilios utilizados por nuestros antepasados.

«Fuimos hasta el poblado de Calixto, en el municipio de Majibacoa, a buscar la madera ideal —evoca Alcibiades—. Él quería ácana o jiquí, porque las dos son duras. Finalmente la encontramos y comenzamos a trabajar. El diseño, por supuesto, corrió por cuenta suya. Pero casi toda la talla la realicé yo con hachas, zuelas, buriles, trinchas, gubias, escofinas… Con Herminio aprendí técnicas que después me fueron muy útiles».

Tremenda madera

Luego de inaugurada la importante obra, Las Tunas organizó en sus predios el 4to. Encuentro Nacional de Escultores, al cual asistieron los principales exponentes de esa manifestación en el país. Herminio Escalona tuvo la delicadeza de invitar a Alcibiades a sus sesiones. El contexto resultó propicio para constituir el Movimiento de Aficionados a la Escultura.

«Al poco tiempo, sus fundadores estábamos reunidos en la Dirección Provincial de Cultura y se nos apareció la escultora Rita Longa —rememora—. Nos preguntó: “A ver, ¿quién de ustedes se atreve a hacer una obra de más de un metro de alto? Porque los veo dedicados solamente a las miniaturas”.

«Si algo me caracteriza es mi atrevimiento para los retos. Ante el cauteloso silencio de mis compañeros, me ofrecí. “Yo me atrevo, Rita”, respondí. Y ella: “Muy bien, Espinosa. Pero, ¿tienes idea de lo que harías?”. Y yo, resuelto: “Sí, cómo no, un pionero saludando con la mano la bandera”».

Cuenta Alcibiades que la primera dificultad fue conseguir la madera. Tuvo suerte. Cierta mañana, al llegar a su taller, vio en un rincón un bolo de caoba que se pintaba de maravillas para su proyecto. Su dueño lo había traído para que le hicieran un sillón de portal. Lo buscó y habló con él: «Te hago gratis el mueble a cambio del bolo». Y accedió.

Poco más de tres décadas después de haberlo concebido, su creador le sigue prodigando el mismo cariño. Foto: Archivo del Semanario 26

Cargó para la casa con aquel tronco de unas 20 pulgadas de diámetro y casi 60 de largo. Antes de ponerse a trabajarlo, esperó un par de meses para que terminara de secarse. Como no sabía dibujar, durante todo ese tiempo hizo los diseños en su mente. Cuando el bolo de caoba estuvo a punto, le dio vueltas para acá y para allá hasta que dio con lo que quería.

Como modelo tomó a su hijo Jorge Luis, quien posó de completo uniforme de pionero. Poco a poco, y a golpe de herramientas, de la tosca pieza de madera comenzaron a revelarse los detalles: ora el cinto con su hebilla, ora las bandas del pantalón, ora los pliegues de la camisa… Y luego la pañoleta, la nariz, los botones, los ojos, las manos, los zapatos…

«Mi taller fue aquí mismo, en el patio, debajo de la mata de mango moro —asegura—. Tuve que concentrarme bien para evitar golpes en falso. Eso a pesar de la presencia de los “sapos”, que nunca faltaron. Pasaban y se detenían, unos para mirar y otros para criticar. Entre los que más se entusiasmaban estaban los niños. Siempre había alguno a mi alrededor.

«A los cinco meses y medio empecé a darle los últimos toques al pionero. Recuerdo que en el 5to. Encuentro de Escultores, en 1980, Rita Longa me preguntó acerca de su estado. Le dije que estaba casi listo. “Cuando lo termines, empácalo y mándalo para La Habana —me sugirió—. Quiero que concurse en el salón de aficionados, cuya apertura será pronto. No te demores”».

Y ahí debutó la odisea del pionero de madera de Alcibiades.

El vía crucis de una escultura

La posibilidad de tomar parte con su ópera prima en una exposición nacional, y nada menos que recomendado por la gran Rita Longa, devino una tentación que Alcibiades no estaba dispuesto a desdeñar. Así alistó la obra, no sin antes darle una buena embadurnada con betún neutral, pues las esculturas tienden a desvalorizarse cuando las pintan o las barnizan.

«Funcionarios de Cultura habían prometido ayudarme con unas planchas de contrachapado o playwood para el embalaje. Pero cuando fui a buscarlas me dieron largas hasta que desistí. Opté por quitar la división de un cuarto de mi casa. Con ese material hice el cajón, metí dentro el pionero, rellené con aserrín, escribí afuera la dirección y lo despaché por carretera para La Habana. Recuerdo que era el 29 de diciembre de 1980».

Pero —¡ay!—, el pionero de madera jamás llegó a su destino. Se lo confirmó con desconcierto el escultor Juan Baldía, a quien el tunero le había rogado acusar su recibo en la capital del país. De nada valió aguardar noticias un mes, dos, tres… Cada telegrama y cada telefonazo decían lo mismo: no llega. Fue como si se lo hubiera tragado la tierra.

«Finalmente, después de reclamar a todas las instancias, mi obra apareció abandonada y sucia en un almacén de aquí de Las Tunas —manifiesta, todavía con indignación—. ¡Y ni siquiera dentro del embalaje! Lo peor fue que nadie me supo dar una explicación sobre lo ocurrido. El berrinche que armé fue tan grande que me la eché al hombro y la traje para mi casa».

En esa época, Alcibiades trabajaba como carpintero en la terminación del Centro Provincial de Pioneros Exploradores. Allí lo pusieron al corriente de que su amigo, el escultor Herminio Escalona, estaba diseñando un busto de José Martí para emplazarlo en un área de la institución el día de su apertura oficial. «Me pareció que mi pionero también podía ocupar un lugar en aquel sitio, y lo doné».

Pero la brigada de Alcibiades fue movida para otra tarea y él no volvió a tener noticias de su obra. Hasta una tarde en que alguien, de casualidad, le dijo que ya no estaba en el lugar de exhibición donde él la dejó. Tomó rumbo al Centro de Exploradores y allá le dijeron. «Alcibiades, una compañera nuestra se asustó con un majá disecado, chocó accidentalmente contra tu pionero y lo tumbó. Se le partió un brazo y el dedo pulgar de la mano con la que hace la señal de saludo».

«Pensé: “Bueno, eso le pasa a cualquiera”. Así que lo reparé y se lo restituí al centro. Al poco tiempo volvieron a procurarme. Me presenté de nuevo, solo para confirmar que esa vez las lastimaduras eran peores: al pionero le faltaba un brazo y casi todos los dedos de una mano. No aguardé por las explicaciones. Lo monté en un carro, lo bajé en mi casa y lo instalé en la sala como un miembro más de la familia».

Un pionero sin colectivo

Desde hace alrededor de 36 almanaques, el pionero de madera cincelado por Alcibiades Espinosa yace inactivo entre cuatro paredes. Jamás ha mostrado sus encantos en una galería de arte, ni ha compartido la algarabía de un grupo de pioneros, a pesar de ser una reproducción artificial de su anatomía.

«Tengo diez hijos y quiero a mi pionero como a uno más de ellos —admite su creador—. Nació de estas manos callosas que usted ve aquí. Por eso lo cuido tanto y me resisto a que lo maltraten. Solo lo donaré a una institución tunera cuando tenga garantías de que quienes lo adopten lo cuidarán».

En su tiempo, el pionero de Alcibiades Espinosa fue una de las esculturas de madera de mayor formato en la ciudad. Hoy, con sus más de tres décadas de vida, ya no tiene edad para vestir de uniforme. Pero bien podría ser recibido con honores por algún colectivo, tomar parte en sus actividades y hasta anudarse al cuello, simbólicamente, una pañoleta.

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