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Memorias de un homenaje

Han pasado más de 20 años desde que esta cronista llenara páginas de su diario como expedicionaria del Tuxco 39, experiencia que en 1995 reeditó la epopeya del yate Granma

Autor:

Juventud Rebelde

Somos la memoria. Nada, nadie puede quitarnos eso: cada hombre o mujer es fruto de sus emociones cernidas en las vivencias. Además de los más recónditos recuerdos, las huellas de una vida suelen estar en gavetas llenas de notas y fotografías, en objetos que son símbolos. Por eso me conmueve repasar en estos días, a más de 20 años de haberlo escrito, el diario sobre la expedición Tuxco 39, la que reeditó en un viaje hecho por el buque cubano de investigaciones científicas Ulises, la epopeya del yate Granma.

Entre las páginas con los apuntes hay una hoja, ya amarillenta, con los nombres de quienes hicieron la inolvidable travesía: 39 jóvenes destacados y la tripulación conformada por hombres serios y conocedores del mar, a quienes el país confió el cuidado de los viajeros. En la primera hoja del diario, fechada el 16 de noviembre de 1995, comienzo una lectura que despierta múltiples recuerdos: «Hemos zarpado a las 4 y 35 p.m.; aún es nítida la imagen de cómo mientras lanzaban los cabos de amarras y nos separábamos del suelo patrio —en la bahía de La Habana, justo frente al edificio del Estado Mayor de la Marina de Guerra Revolucionaria—, nos despedían tanta gente buena de pueblo, expedicionarios del Granma, dirigentes de la Revolución (...), todavía agitando manos y gorras, vemos pasar por la Avenida del Puerto a nuestro Comandante en Jefe (...)».

«A las 6:00 p.m. se nos aleja la ciudad que hoy cumple años, que todavía enseña, a pesar de la distancia y de la nube baja que los marineros llaman calima, su capitolio y el humo de algunas fábricas».

El día segundo habla de alegrías y de adaptación al buque, de cómo los expedicionarios reciben el libro ¡Atención! ¡Recuento!, del Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque. Es un regalo personal del autor. Del texto, hay una definición sobre la dignidad que todavía me acompaña: «La gente admira y aprecia a los demás no por los valores materiales que atesoren, sino por las cualidades morales cosechadas en una vida fecunda, en la cual el hombre se ha preparado para ser como el árbol que muere de pie. Saber morir de pie y caer con la misma dignidad con que lo hacen los árboles cuando son derribados, es graduarse de hombre».

Tempestad y verdad

«Día cuarto —anoté entonces. Amanecemos bajo los terribles efectos de una marejada. (...) La velocidad ha tenido que disminuir de 13 nudos a diez aproximadamente. (...) Casi todos los expedicionarios están afectados. (...) El capitán ordena que no haya nadie en cubierta. A la enfermería van quienes necesitan suero de dextrosa y gravinol inyectable. Al cabo de tres horas, el Ulises ejecuta una complicada maniobra de giro; la mar se calma. (...) Nos acordamos mucho de los expedicionarios del Granma, una embarcación cuatro veces más pequeña que la nuestra (...)  “Que yo sepa —ha contado Juan Almeida Bosque en su ameno libro— nadie ha hecho una travesía tan larga en un yate, (...) en el cual vamos ahora hacinados 82 hombres que apenas podemos movernos”».

Ese recuento —dejé escrito en el diario— tiene que ver con una reflexión que el Che hiciera al intelectual argentino Ernesto Sábato acerca de lo asombroso de la Revolución Cubana: «Los norteamericanos, que son los grandes constructores de test y de raseros para medirlo todo, aplicaron uno de sus raseros, sacaron su puntuación (...) Según sus hojas de testificación, donde decía: “nacionalizaremos los servicios públicos”, debía leerse: “evitaremos que eso suceda si recibimos un razonable apoyo”, donde decía: “liquidaremos el latifundio”, debía leerse: “utilizaremos el latifundio como una buena base para sacar dinero para nuestra campaña política, o para nuestro bolsillo personal”, y así sucesivamente. Nunca les pasó por la cabeza que lo que Fidel Castro y nuestro Movimiento dijeran tan ingenua y drásticamente fuera la verdad de lo que pensábamos hacer».

México querido, y el regreso a la Isla

Las anotaciones del quinto día recuerdan que tocamos Veracruz justo el día en que se cumplieron 85 años del inicio de la Revolución mexicana. Entonces apunté: «Zona costera, tórrida por estos días, embriagada como La Habana que da al mar (...), todavía en muchos de sus rincones se advierte la influencia arquitectónica y espiritual de España. Del siglo pasado apenas quedan lugares como el Castillo de San Juan de Ulúa, primera fortaleza y luego prisión que una vez guardó a Juárez y a principios del siglo XX a un tal “Chucho, el Roto”, especie de Robbin Hood que disfrutaba robar a los ricos sus riquezas para luego repartirlas entre los pobres».

Los días subsiguientes cuentan de encuentros inolvidables, de homenajes a José Martí, de recorrido por el Distrito Federal de México, en un ómnibus cuya línea fuera la misma que los expedicionarios de la Generación del Centenario utilizaran durante su estancia allí. «Atravesamos pueblos de campo, zonas humildes adornadas por preciosas iglesias o estatuas de patronas que parecen de juguete. Nos mira una naturaleza que en verdad, como dijera Martí, encoge el pecho del viajero por su belleza. Hay un tramo impresionante, el de las mesetas de Maltrata, imponentes, oscuras en algunas zonas y brillantes donde el sol les da; se ven tan nítidamente recortadas que uno puede imaginar a través de ellas la dimensión lenta y corrugada de todo el planeta».

Dejan su huella el Distrito, ciudad abrumadora, y el cariño de los hijos de México; después la partida a Tuxpan; el regreso al buque Ulises, hacerse a la mar de regreso a la Isla en el décimo día de la travesía; avistar suelo patrio —la Isla de la Juventud— en el día decimotercero; visitar allí el Presidio Modelo y la finca el Abra, donde el adolescente Martí se recuperó al salir de los días terribles del presidio, antes de ser deportado a España. Dejan sus huellas el paso por Cienfuegos; el encuentro en el buque con jóvenes de Ciego de Ávila y Camagüey, quienes han viajado por mar hasta nosotros; la estancia en Santiago de Cuba. Las últimas palabras del diario expresan: «Faltan pocas horas para desembarcar en Las Coloradas, en Cuba libre».

El desembarco

En cuanto a ellos: el plan era perfecto. Frank desde Santiago de Cuba organizaría las fuerzas revolucionarias del Movimiento para realizar un levantamiento armado, cual magistral maniobra de distracción al enemigo que posibilitara a los expedicionarios adentrarse en la Sierra sin mucha resistencia. Pero una vez más la vida (el clima) fue un desafío para Fidel... y los expedicionarios fueron masacrados vilmente por una tropa sedienta de sangre joven, como venganza de días gloriosos de Santiago. La marcha fue muy dura. Mar bravo, mangle afilado, tupido, desconocido; exceso de carga, armamento, avituallamiento, inexperiencia, estrés ante lo ignoto, y enemigo acechante. Pero también espíritu, convicciones, conciencia e ideología inquebrantables.

En cuanto a nosotros: las pertenencias quedaron todas a buen recaudo en el buque mientras nos preparábamos para desembarcar. Los fusiles eran de calamina, y las mochilas no pesaban. Nos acercamos todo lo posible al manglar ya no tan afilado. Risueños, hundiéndonos de vez en cuando en el lecho marino, buscábamos llegar. El camino fue corto. Nos esperaban los abrazos, la vida. Y llegamos libres, a un país libre, donde otros habían dado por nosotros la lucha a brazo partido por esa libertad.

Quienes ascendieron al buque Ulises llevaban el compromiso de ser fieles al ejemplo de los expedicionarios del yate Granma.

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