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Maletas mojadas, mochilas secas

Porque la aún vigente Ley de Ajuste cubano y la política «pies secos-pies mojados» que padecimos desde 1995 hasta este 12 de enero han sido en la práctica crueles carnadas políticas que estimularon el tráfico humano y de documentos de identidad, la violencia, el quiebre de fronteras, la inseguridad de las personas y los peligros aeronavales entre los dos países, Juventud Rebelde hizo este Suplemento Especial que puedes descargar aquí

Autor:

Enrique Milanés León

Ha sido tanto el polvo caído sobre ellas que muchos no recuerdan cómo el sinsentido de la Ley de Ajuste cubano comenzó con maletas: las que alistó, confiada en su «rápido» retorno a Cuba —según ella, también el país regresaría a 1958 y más atrás—, la derecha batistiana que, al triunfar la Revolución, llegó en aviones y yates de recreo a su querida Mamita Yunai.

Muchas maletas después, en 1966, el Congreso estadounidense otorgó al Fiscal General un poder discrecional para «ajustar» la situación legal de aquellos miles de seres varados entre la patria dejada y el país de adopción escogido pero, al cabo, las propias autoridades norteamericanas vulgarizaron el mecanismo al hacer automáticos los privilegios migratorios a cualquier cubano que, por cualquier método, arribara a sus orillas con una especie de password verbal: «soy un perseguido del régimen».

Esa frase, quizás la más prostituida en los últimos 50 años —y que, como toda meretriz, dejó en muchos casos saldos parejos de vergüenza y dinero—, daría alguna gracia si no llevara intercalada una cifra indeterminable de muertos en la travesía.

Porque la aún vigente Ley de Ajuste cubano y la política «pies secos-pies mojados» que padecimos desde 1995 hasta este 12 de enero han sido en la práctica crueles carnadas políticas: tras inducir, con una maquinaria sin parangón, las bonanzas de un «sueño americano» accesible al cubano como a ningún otro migrante del planeta, se estimuló con mayúscula el tráfico humano y de documentos de identidad, la violencia, el quiebre de fronteras, la inseguridad de las personas y los peligros aeronavales entre dos países que nunca han carecido de conflictos fríos, tibios y calientes.

Así, a base de mentira e interesados privilegios, entre los hombres del Congreso y los jefes de la Casa Blanca crearon y mantuvieron por décadas, en el relato histórico regional, una figura inverosímil, casi de tintes garciamarquianos: el refugiado cubano, el perseguido político más raro del mundo que llega haciendo chistes en los cuales su compatriota siempre es triunfador; bien nutrido, pese a las tensiones económicas de su país, preparado culturalmente, sano y con un inusitado interés en visitar a la primera oportunidad, en mejores condiciones económicas, esa sociedad «opresora» que, sin fusiles, impone en su pecho el gorrión de la nostalgia. Un refugiado que, si opta por medios irregulares, solo ve amenazada su vida una vez: durante el viaje.

Ese detalle puede explicar que parte del núcleo duro de la contrarrevolución cubana en la Florida reniegue de estos entusiastas recién llegados que no muestran compromiso con los ideales de la neocolonia y que se interesan mayormente —como todo inmigrante tercermundista— por las prestaciones económicas a que puedan acceder.

Pese al secreto diplomático y la desinformación norteamericana negando el particular, desde diciembre de 2014 todos veíamos venir el fin de «pies secos-pies mojados» porque se hacía particularmente discordante —como lo sigue siendo la Ley de Ajuste…— entre dos países que restablecieron relaciones diplomáticas. Y la claridad del pronóstico aumentó la migración de irregulares temerosos de que, al fin, se llegara a un acuerdo bilateral.

Logrado este, no hay que verlo con la ceguera de odio de ciertos políticos anticubanos que ubican en él «un regalo de Obama a Raúl». Como el restablecimiento de embajadas, este es el triunfo del diálogo de dos países, no el obsequio del más fuerte. Las tensiones y «regalos» corresponden a dos partes por igual. Si se quieren matices, veámoslo como un resultado para el fuerte y una victoria del pequeño que no acepta poner fin a sus principios.

Es cierto: anunciado a solo días del cambio de silla en la Casa Blanca, el acuerdo puede encerrar algo del apuro de Barack Obama por remarcar su «legado» y adelantarse a una medida que, según muchos, Donald Trump, el gran enemigo de los inmigrantes, estaba abocado a tomar. Desde el día 20 de este mes el magnate imprevisible dirá cuánto respeta y cuánto anula de lo acordado con Cuba. Y, por supuesto, Cuba dirá también.

Mientras eso llega, es indudable que el estrecho de la Florida será ahora menos aliado de La Parca. Nuestra lucha apuntará a que el Congreso vecino derogue el gran desajuste anticubano que un día creó y establezca una política de respeto centrada en la migración ordenada y segura que deseche al fin las maletas enmohecidas y reconozca que esta Isla de palmas barbudas es un destino amigable para venir de visita, en cualquier mes del año, con la ropa fresca que cabe en una mochila.

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