Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Midiendo... y es para ropa

El espíritu de un vestir auténticamente cubano parece una quimera, atenazado entre las subestimaciones y los problemas económicos que laceran al consumidor y la capitalización industrial. Los saldos más evidentes son la expansión del descuido, el mal gusto o la imposición de lo foráneo

Autores:

José Luis Estrada Betancourt
Aracelys Bedevia
Equipo de investigaciones de JR
Lourdes M. Benítez Cereijo
René Camilo García Rivera
Alejandro A. Madorrán Durán

«Si cuando estés de vacaciones en Cuba quieres lucir como un cubano, hay algunos pasos elementales que no debes olvidar, aunque ya me adelanto a decirte que no hay manera posible de disimular: el extranjero camina de otra manera, así que si tu objetivo es pasar por cubano, lo tienes muy complicado. De todos modos, como en cualquier país, la forma de vestir depende del nivel económico y el lugar donde viven las personas. Los de la Isla visten de forma muy casual, pero siempre presumen de estar bien arreglados; así que en tus recorridos podrás vestir de manera cómoda y sencilla, pero no debes olvidar fijarte en los detalles. Por ejemplo, combinar los colores, sin miedo a usar grandes contrastes o incluso lucir “fajao”, usando prendas con estampados que desentonen.

 

«Desde hace años, una prenda que es preferida de todos, sin importar la edad o el sexo, son los jeans, también llamados pitusas. Una moda entre las mujeres cubanas, sin distinción, es el empleo de licras o medias. De muchos colores y estampados, se llevan con grandes blusones o vestidos cortos. Los cubanos visten con radiantes colores, flores y lentejuelas, esta moda de los brillos parece que quedó atrás; son modas que llegan a Cuba como en su día lo fue vestir con motivos de Playboy, también tuvo una gran aceptación llevar la bandera de Inglaterra...».

No resulta raro encontrar en la red de redes este tipo de consejos, dirigidos a quienes llegan por vez primera a la Isla queriendo «descubrirla» de un golpe y deseosos de no «desentonar» con esos cubanos que «siempre presumen de estar bien arreglados». Y sí que lo intentan, aunque así como nos describen, con esa vestimenta que traerán en sus maletas para intentar «camuflarse» entre nosotros, igual podrían seguir de largo a cualquier otro lugar.

¿Será que vamos tan «a la moda» que al mirar a los demás es como si nos paráramos delante de un espejo? Bueno, están quienes dicen que si se hiciera caso omiso a nuestra forma de caminar, de hablar, que nos delata, y solo se tomara en consideración aquello con lo cual nos vestimos, proveniente de los pulgueros de Ecuador, Panamá, México, Perú, España, Italia..., no se nos distinguiría dentro de esa gran marea que es la humanidad.

Está lejana la etapa en que la industria textil nacional podía mostrar con orgullo, digamos, la marca Vanessa, a decir de Gladys Egües Cantero, periodista especializada en la cultura del buen vestir en las revistas Mujeres y Muchachas, y autora del popular libro Mil ideas, «un buen ejemplo de que un producto cubano podía alcanzar calidad mundial, como sucedió a finales de los 80 y principios de los 90. Hay que decir que en todos estos años solo hemos contado con una industria insignia que no se ha dejado caer: la de perfumería, con sus cremas maravillosas y fragancias nuevas de una excelente calidad. No ha pasado así con todo lo demás.

«Recuerdo que hace un tiempo sacamos una revista con algunas propuestas de Artex que, a mi entender, estaban a nivel mundial. De esas propuestas no se hicieron mucho más de cien, de ahí que podemos inferir el escaso impacto que pudo tener cada prenda en una población de más de cuatro millones de jóvenes. Y nos preguntamos cuántas veces se pusieron estos diseños en la televisión para que pudieran acceder al gusto de los jóvenes, cuántos artistas importantes de nuestro país los vistieron para que pudieran promocionarla. La respuesta es cero. Aquí no se trabaja la imagen, por tanto no se puede constatar si un producto tiene verdaderamente una impronta en la gente.

«En nuestro país no es difícil hallar creatividad y buen hacer en muchas personas individualmente. Falta ese elemento de cohesión colectiva que los catapulte y los calce industrialmente. Asimismo, no puedes concebir un buen vestuario si no te respaldan buenas máquinas —las nuestras son anticuadas, viejas, no competitivas. Sin embargo, tenemos aquí a artesanos y artistas que visten a figuras del arte y de la política del mundo entero», enfatiza la también Premio Nacional de Periodismo José Martí.

El caso es que la industria textil ha dejado muchos sinsabores en las últimas décadas. Su escasa eficiencia ha conllevado a que al país no le haya quedado, al parecer, una mejor alternativa que comprar fuera de sus fronteras lo que no se produce dentro, sin satisfacer de todos modos la demanda de la población.

En tiempos en que aún subsisten agudas cuestiones que resolver como el transporte, la vivienda o el precio de los alimentos, a algunos todavía les sigue pareciendo superficial andar preocupados por la moda, por cómo se viste el cubano. Sin embargo, está demostrado que para los adolescentes y jóvenes constituye una de las maneras de expresarse y de hablarle a sus pares y al mundo sobre ellos. Es una declaración social.

El espacio que no ocupemos...

Con su Equipo de investigaciones, Juventud Rebelde salió a las calles de la capital para realizar un sondeo con el fin de conocer criterios sobre este tema. Se entrevistaron 50 jóvenes entre 15 y 34 años, de diversas ocupaciones y profesiones, quienes de forma mayoritaria aseguran que estar a la moda les transmite bienestar, aunque manifiestan estar conscientes de que no se debe ser esclavo de la misma. De cualquier forma, los de menor edad plantean que para ellos resulta muy importante no desentonar con el grupo, presienten que estar fuera de los patrones que se establecen en cuanto a moda puede causarles rechazo.

Armando Castillo, estudiante de preuniversitario, se halla en este último grupo. «Trato de estar acorde a lo que se usa: en el pelado, la ropa..., me gusta lucir bien y mis padres tratan de que mi hermana y yo tengamos cosas que use la gente de nuestra edad».

Los más nuevos, al menos, no lo niegan: si pudieran andar todo el tiempo de marca, lo harían. «Esa ropa da personalidad, estatus, pues habla de quién eres, de tu posición económica», expresa Yanisleydis López, quien cursa Gastronomía.

A diferencia de Armando y Yanisleydis, Raysa Benítez, trabajadora por cuenta propia, no se deja presionar por la moda, «no siento que me defina como persona. Me visto con lo que me quede bien y que además me guste». Por su parte, Layla Charón, estudiante de Diseño, es más intransigente: «Todo el mundo se pone lo mismo, es muy aburrido, tiene que ver con cada cual, con la individualidad... No obstante, hay en todo esto un problema mayor para seguir la moda si me interesara: los precios son muy altos y la economía no nos respalda».

La coincidencia en este último punto es casi unánime, solo Raysa se defiende porque se mueve en ese giro de la venta «por afuera» y «eso me da posibilidades». Pero las palabras del informático Omar Oliva coincidieron con las de no pocos de los entrevistados: «Seguir la moda como cubano que vive de su salario es muy difícil, mi ropa me la manda mi familia».

Así y todo, cuando se produce la «magia» y consigue reunir lo necesario, a la hora de elegir ninguno tiene en mente alguna prenda que se identifique con Cuba. Nilda Guevara, abogada, por ejemplo, lo primero que toma en consideración «es que me quede bien, pero siempre trato de que sea ropa moderna, para que las dos cosas estén equilibradas.

El tema radica —apunta Héctor Torres, técnico de laboratorio— en que no hay nada cubano que buscar dentro de la moda. «Aquí se asimilan todas las influencias. Además de la guayabera, que se usa poco o la han transformado en uniforme —por lo cual a lo mejor los jóvenes ni siquiera la tienen en cuenta—, y quizá algunos collares de caracoles y semillas que se ponen las muchachas, me parece que no existe nada más hecho aquí que nos llame la atención».

Otra cuestión negativa vinculada con este fenómeno, según expresan, es la ausencia de orientación. Como lo confirma el libro Sociedad cubana hoy. Ensayos de sociología joven, coordinado por Alain Basail Rodríguez (Editorial Ciencias Sociales, 2006), se echan de menos los «espacios para que los actores sociales que de una u otra forma tienen responsabilidad con la moda en Cuba, se agrupen y puedan intercambiar de manera sistemática experiencias, creaciones, criterios, fuera del contexto de los eventos internacionales que se producen anualmente; hecho que brindaría la posibilidad de dar unidad y coherencia a los trabajos realizados en todo el país en medio de un contexto de diversidad necesaria, y ofrecería a la población canales de acceso a esas producciones».

En cualquier caso, los patrones que inspiran a la mayor parte de nuestros encuestados, se extraen de los medios de comunicación, videoclips, artistas, revistas, programas de televisión, películas, series...

Luego, lo complejo radica en que la aspiración en cuanto a lo que quisieran que estuviera en sus closets, se aleja de la realidad: los diseños de las ofertas de las tiendas estatales son poco atractivos, las boutiques asustan con sus precios inaccesibles y en los mercados industriales no se les ha perdido nada.

En esta «competencia», para ellos salen mejor parados los productores cubanos, quienes tienen la posibilidad de comercializar en ferias (Arte para mamá, Arte en la Rampa y la Internacional de Artesanía, por citar tres ejemplos en la capital) pero les critican la repetición de modelos y la calidad, que a veces no es la requerida. Algunos acuden además a las «recicladas», buscando mejores tejidos que después puedan modificar. Las limitantes de dicha variante están en la escasez de sastres y costureras, y en los honorarios que exigen por sus servicios cuando aparecen.

Es evidente que en esta historia de preferencias, si acaso, sale «ganando» la «ropa de Ecuador», como le llaman, venga de donde venga. Les resuelve a muchos, «aunque está en “candela”, no vaya a creer, pero es lo menos malo que se puede comprar», expresa Yurima Quesada, quien se forma como bióloga en la Universidad de La Habana. «La cuestión es que ahora se pasa más trabajo para adquirirla, pues andan medio escondidas en un portal o en un pasillo», dice haciendo referencia a cómo se mueve en la actualidad una actividad que se tornó oficialmente ilícita, después de que se pusieran en vigor las Resoluciones 41 y 42 del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, emitidas en 2013, que esclarecieron el alcance de las licencias otorgadas a sastres o modistas. A partir de entonces, quedaron sin respaldo legal los particulares que adquieren ropas, zapatos, lencería... en terceros países y las comercializan en Cuba.

¿Moda en Cuba?

Están quienes piensan, sin embargo, que si se elevara el nivel de adquisición y hubiera diversas opciones para elegir sin sobresaltos (ya sea en las tiendas recaudadoras de divisas, de artistas artesanos o de cuentapropistas), igual sería significativo el número de personas que terminaría en chancletas y camisetas en un restaurante, con unas botas para esquiar en el polo norte en medio de un calor sofocante, o con el cuello a punto de desprenderse del cuerpo por el peso de falsas cadenas rubias, que pretenden opacar el brillo del sol. ¿Moda, falta de opciones, o desconocimiento y de gusto estético?

Para empezar a esclarecernos, un estudioso como el argentino Gustavo A. Valdés de León nos deja claro que moda es, al definirla en su investigación titulada Filosofía desde el placard. Modernidad, moda e ideología, «el conjunto de pautas de conducta, modales y comportamientos privados y públicos, hábitos de consumo, convenciones lingüísticas, artísticas, ideológicas y políticas compartidas por un grupo, y que se van modificando constantemente en función del desarrollo económico y cultural de las sociedades».

Al decir del reconocido diseñador gráfico argentino, el capitalismo europeo inventó la moda junto con las guerras mundiales. Se trata de un «fenómeno social cuya expresión exacerbada se pone en escena en nuestra hipermoderna sociedad de consumo. (...) Esto no quiere decir que en las sociedades precapitalistas la gente no se vistiera siguiendo determinadas normas sociales y utilizando determinadas tipologías indumentarias, pero estas no se confeccionaban siguiendo los dictados del último grito de la Moda, esa dama histérica que, en tanto tal, es un invento de la Modernidad».

Explica Gustavo que «la moda, en tanto fenómeno social, se inscribe en el conflictivo campo de la cultura. Como la tecnología, ha adoptado un talante transpersonal, y al imponer estereotipos de vestimenta, accesorios, maquillaje, lenguajes y modales a sus feligreses, representa materialmente, por así decirlo, la estructura abstracta de la dominación y el control social».

Una autoridad en el tema, tanto dentro de la Isla como fuera, la destacada diseñadora de vestuario escénico, profesora, investigadora María Elena Molinet, en una entrevista se alarmaba ante JR por «la manera como se le llamaba moda a cualquier cosa. El término se emplea más correctamente para hablar de la ropa diseñada por alguien. Es una forma de hacer vestimenta que tiene un basamento económico».

El cubano siempre tuvo la costumbre de vestir con discreta elegancia. Foto: Calixto N. Llanes

Confesó Molinet que uno de sus grandes sueños, conociendo que lo usado por los jóvenes responde a lo que se difunde, sobre todo a través de la televisión, había sido «lograr que la industria ligera fabricara ropa estéticamente hermosa y utilitaria, y que tomara conciencia de que la vestimenta constituye la tercera parte de la imagen del hombre. Siempre lo intenté, pero nunca lo logramos. Los diseñadores de vestuario, empezando por los graduados del ISDI (Instituto Superior de Diseño Industrial), no tienen donde trabajar porque no existe una industria que los acoja.

«Aquí dicta la moda el que compra la ropa afuera. Y compran lo que a ellos les gusta. ¿Una moda cubana? No existe. Hay una forma de vivir y de vestir cubana pero no una moda. Sí una presencia cubana, una imagen cubana pero no una ropa cubana. En Cuba no inventamos nada de ropa. Lo que existe es una forma de ser del cubano».

Posibles caminos

De acuerdo con lo planteado por Gustavo A. Valdés y por María Elena Molinet, quien fue reconocida en 2007 con el Premio Nacional de Teatro, en nuestro contexto no se debería perder de vista que por regla, como enfatiza Gladys Egües, la industria de la moda capitalista trata de homogeneizar los gustos, porque indudablemente a través de la imagen personal se mueve un mundo de ganancias extraordinarias. La industria, por supuesto, ha de jugar su papel de fábrica de ilusiones, de la mano del marketing, para atenazar y crear necesidades e insatisfacciones en lo que respecta a la imagen personal.

«Nosotros no estamos ajenos al mundo, y a pesar de que nos esforzamos por conseguir que el vestir sea cada día una expresión de la identidad nacional, porque sea más autóctono, natural y sencillo, no podemos darnos por satisfechos».

El sastre Emilio Álvarez no quisiera que se perdiera por nada de este mundo esa cualidad del cubano de mostrarse cuidadoso, acicalado, de vestir, como era costumbre, con discreta elegancia, incluso aunque no tuviera solvencia económica. «Con el período especial, época de enormes sacrificios, nos tocó reciclarlo todo, reutilizar las cosas, y se fue al piso lo poco que se había avanzado en cuanto a proyectos que potenciaran nuestra identidad en las confecciones hechas en la Isla, porque es innegable que siempre han existido personas que han querido promover de modo coherente una manera de vestir más nuestra. La industria colapsó, dejó de fabricar las prendas concebidas por los diseñadores del patio.

«Desde un poco antes del período especial, a finales de los 80, los paquetes enviados desde el exterior, comenzaron a hacerle desleal competencia a la creatividad de nuestros artesanos, para luego, en la década siguiente, convertirse en parte de la solución que encontró una buena parte de la gente ante el arduo problema de tener que inventar cómo calzarse y vestirse.

«Entonces, la moda importada tomó mucha fuerza, a pesar de que con frecuencia los diseños no respondían a nuestro clima ni estilos de vida. El gusto estético comenzó a deteriorarse, porque también se deterioraron la educación general, y específicamente la estética, y los valores. ¿Qué tendrá que ver con nosotros, por ejemplo, esos jeans bordados con pedrería o esas ropas llenas de brillos y carteles que ni siquiera sabemos qué dicen? Pero se ven peores cuando el “disfrazado” es un ser vulgar, chabacano...», señala Álvarez.

Sin dudas Gladys Egües es defensora de los diseñadores cubanos, «a mí me parece que ellos, con gran creatividad, se mantienen al día de lo que se lleva en el mundo y tratan de hacer las adecuaciones pertinentes, partiendo de elementos que atrapan una cierta cubanía. Existe una riqueza extraordinaria tanto en los más empíricos como en los egresados del ISDI, una escuela con mucha garra. Se suman asimismo los artesanos, artistas, los encuentros de diseñadores, las pasarelas…, pero se extrañan espacios en la televisión que eduquen en cuanto al tema. Cada persona debe de crearse un estilo, algo que se aprende, se acomoda, pero se necesita el conocimiento.

Considero que si por un problema técnico productivo económico la industria no puede confeccionar más prendas, por lo menos debe organizar más desfiles de sus propuestas, para que la gente pueda seguir sus orientaciones con la tela que pueda comprar.

«Creo que juntos lograríamos muchísimo, a pesar de las carencias y problemas reales: en esas actividades de teatro, en los encuentros en el Pabellón Cuba; en las casas de cultura del país se podrían realizar desfiles conversatorios, espacios para discutir y aprender sobre el universo del vestuario, apoyarnos en audiovisuales, etc. Estoy convencida de que para rescatar el buen gusto no se requieren grandes sumas de dinero».

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