Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

«Quisiera que mi teatro fuera cada vez más humano»

Así se devela a Juventud rebelde, Abel González Melo, considerado el dramaturgo cubano joven más reconocido internacionalmente

Autor:

Lisandra Gómez Guerra

Zuleidy, una arquitecta guantanamera, experta en vivir en los recodos más oscuros de La Habana, irrumpe por la rampa del cine capitalino El Mégano. El movimiento despampanante de sus caderas delata prisa. La musicalidad de sus párpados que se cierran al chocar con la mirada fría de El Ruso pone a flor de piel su miedo. Comienza un calvario desenfrenado, donde la muerte, el sexo por dinero, el tráfico de drogas y los hechos violentos edifican la obra Talco, nacida de Abel González Melo.

«Siempre me interesó escribir. Es un arma de combate muy poderosa. Vengo de una familia de letras y la dramaturgia me conecta con lo esencial del ser humano, con el comportamiento en presente; con estar ahí siempre para el otro; tratar de entenderlo; escucharlo y que las palabras den un sentido a la vida», refiere quien con sólo 37 años se ha llevado múltiples palmas en el panorama nacional e internacional de las artes escénicas.

—¿Qué debe tener un colectivo teatral para que te sientas a gusto cuando llevan a escena tus obras?

—Lo primero es el rigor en su trabajo. Tienen que tener conciencia de que están trabajando sobre un material contemporáneo, y que podamos dialogar en ese aspecto. De esa forma podremos entender cómo ese texto se conecta con la realidad que vivimos, porque el teatro necesita ese anclaje en lo real. Me urge encontrar ese diálogo fértil, provechoso e inquietante.

—Has sido considerado como el dramaturgo cubano joven más reconocido fuera de las fronteras cubanas ¿suerte, casualidad o premio al talento?

—Esto es una carrera de fondo. Uno siempre está empezando. Cuando iniciamos un proyecto teatral nunca sabemos cómo vamos a terminar. Por eso, los premios, las publicaciones y los estrenos me sirven poco para evitar los temores. Uno cree que está en un camino y de pronto regresas a cero para tener que inventarlo todo para el próximo espectáculo. Sí, creo que me ayuda en el sentido de la humanidad que despierta en mí la experiencia del teatro. Quisiera que mi teatro fuera cada vez más humano y, en ese sentido el recorrido de mis obras, es muy importante.

—¿Cómo logras escribir textos que transpiran una Habana muy interna y que al unísono se aplatanan con naturalidad en otro contexto, por lo que el público internacional se reconoce y los hace suyos?

—Adentrándome en la particularidad de la vida del cubano y encontrando en ello una raíz universal. La base es combinar ambos extremos, que se tienda como un arco entre el universo propio y una aspiración esencialmente humana. Algo que es lo que nos lastima como seres humanos hayamos nacido aquí o en otro sitio.

II

Lucía, una prostituta de 17 años anhela, junto a su amor y en complacencia con su familia, topar con cierto punto geográfico, ubicado a más de 90 millas al norte de Cuba. Para ello, apuesta por todo lo que tiene a su alrededor, incluso hasta en recursos que desgarran su mundo interior. Nevada, no sólo es el sitio de sus sueños, sino el pretexto perfecto encontrado por Abel González Melo para volver a la escena grande y acaparar otras ovaciones.

—Cuando estás frente a la pantalla de la computadora, ¿qué no le puede faltar a lo que construyes con cada palabra?

—Escucharme constantemente. Cuando son personajes de teatro escribo en voz alta y eso me da un matiz muy importante. Es como si me oyera a mí mismo resonar en las múltiples voces de los personajes y ahí es que empiezo a vislumbrar si es un material dramático posible.

—¿Por qué el tema sexual de una forma descarnada regresa una y otra vez a tus escenas?

—La sexualidad es el principio de la humanidad. Nacemos porque somos seres sexuales y me gustaría que fuera algo muy natural en las texturas dramáticas como lo es el dinero o el hallazgo de la felicidad. La sexualidad es un motor de la vida y así me gusta tratarlo, quitándole solemnidad y dándole carácter central del desarrollo humano.

—La muerte y la marginalidad urbana también son recurrentes. ¿Por qué con tanta vida por disfrutar?

—La muerte es como un extremo y desde mi posición la miro y trato de encontrarla como negocio con el miedo. En general, la marginalidad tiene que ver con mi lucha contra lo obvio: lo que vemos, lo central, lo que está cuando se camina por la calle y la marginalidad tanto arriba como hacia abajo; tanto la de los ricos como de los pobres es mucho más atractiva porque descubres cosas que habitualmente no se ven.

Si te pidiera que salvaras una de tus obras…

—No puedo abandonar a Chamaco. Es la obra que escribí con todo el dolor de la terrible muerte de mi padre hace ya muchos años. Desde entonces, he creído que él desde algún punto me ilumina. Eso le imprime el don por lo que tantas personas a través de ella han podido encontrar realidades, sueños, anhelos y los han hecho propios.

III

Karel Darín y Miguel Depás deslizan con agilidad las fichas por el tablero de ajedrez. Poco a poco, la esquina del parque toma temperatura. El primero no repara en su postura de cazador. Es demasiado rápido. La sangre de su rival en el juego le mancha la camisa. Un hecho que Chamaco desnuda para que las interrogaciones de Abel González Melo sobre una sociedad vigilada y marginal, desde una mirada humanística, completen un conjunto que de la mano con Talco y Nevada conformen Fugas de invierno. Trilogía de La Habana clásica.

—¿Satisfecho con la versión cinematográfica de Chamaco?

—Juan Carlos Cremata trabajó con gran parte de los actores que estrenaron esa obra en el Teatro Nacional, bajo la dirección de Carlos Celdrán y Argos teatro. Juntos escribimos el guión. La historia cinematográfica es muy fiel a la obra. Tengo el orgullo de que hayan primeros actores en ese elenco como Luis Alberto García, Aramís Delgado, Alina Rodríguez y quienes habían estrenado con Celdrán: Laura Ramos, Caleb Casas, Fidel Betancourt y Pancho García

—Llegas ahora a Fomento, donde Agón teatro, exponente del movimiento de artistas aficionados, se atrevió a montar esa obra multipremiada dentro y fuera de la Isla, siempre por grupos profesionales. ¿Qué encontraste en tu visita?

—Lo primero que me sedujo fue el riesgo que estaban corriendo Kiusbell y sus actores en hacer esta propuesta. Luego también la pasión que le están poniendo en la capital del teatro aficionado de este país, que es Fomento, y la vida que se respira detrás de sus trabajos de interpretación y de la reacción del público. Por último y lo más importante, me llamó la atención el valor que esa historia puede cobrar en un pueblo, cómo son esos seres humanos, cómo inciden en la sociedad fomentense y cómo eso tiene una retroalimentación de los actores con sus realidades. Me emocionó mucho y espero que no sea la última vez que trabajemos juntos.

—¿Cómo evalúas la salud del teatro cubano, desde tu mirada más alejada, al residir fuera de Cuba?

—Poder salir y regresar de Cuba, por lo tanto el estar presente siempre pero con distancia, es algo que me permite ser un espectador mucho más orgánico y coherente con el teatro de mi país. Me gusta que siempre esté en crisis. Es algo que define el oficio del teatro y me complace que estemos los cubanos, día a día, inventando los nuevos modos de conectar con el presente, de hablar de lo que nos duele, de las aspiraciones, del futuro. Siempre estamos agonizando y a la vez gozando con el teatro que hacemos.

—¿Qué tienes en el tintero?

Sistema con Argos teatro. Estoy muy ilusionado. Es la primera vez que utilizo a Miami como escenario, un espacio donde habitan tantos cubanos. Son diferentes capas relacionándose allí y pasa alrededor de un hecho complejo como es el supuesto abuso a un menor. Se desata una trama que habla de muchas cosas, como lo que somos, nuestros temores, el mundo construido en estos años. Estoy muy ansioso por saber qué va a pasar con ese espectáculo.

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