Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La luz diferente y el mañana

Quien sepa poco de esta Isla, pedazo de épica en medio del agua, quien no haya sabido o podido conectarse con sus esencias a través del sentimiento —la única manera posible— nos pensará sumidos en el letargo, apocados por la furia de la naturaleza, dubitativos

Autor:

Yeilén Delgado Calvo

Cuba tiene hoy una luz diferente. Quizá sea por los árboles que un huracán desconocedor de la piedad dejó apagados y sin hojas, o porque los caminos, las casas, los bancos del parque no acaban de sacudirse la humedad pegajosa del desastre. Se camina y aunque haya sol se siente diferente, menos retador.

Hay también un silencio inusual, incluso allí donde la corriente eléctrica ya vuelve a enseñorearse, y un olor indefinible, mezcla de días y noches fuera de lo común, olor a ciclón reciente.

Quien sepa poco de esta Isla, pedazo de épica en medio del agua, quien no haya sabido o podido conectarse con sus esencias a través del sentimiento —la única manera posible— nos pensará sumidos en el letargo, apocados por la furia de la naturaleza, dubitativos.

Le resultarán inconcebibles, entonces, las banderas, flashazos de belleza en medio de la destrucción, puestas a secar junto a los bienes más preciados. Le confundirá el niño salvador del Apóstol, ya para siempre de torso desnudo en medio del gris de la tormenta, fotografiado: en sus brazos el busto del Martí nuestro, su mirada como la de quien sostiene toda la bondad del mundo.

Y será un misterio para el observador frío y también para el que quiere convencernos, una vez más, de la muerte de la historia y de todas las rebeldes herejías, el buchito de café dado por la vecina a los muchachos que vencen los escombros, y los caramelos que otra les aporta, y el agua que una más les brinda, no sin antes disculparse «por no tener aún cómo enfriarla».

Qué podrá decir el que saborea lo arduo de estos días, ansiando hincarnos en el alma el desaliento, de Irma vapuleada por el humor cubano, de la mesa de dominó más viva que nunca, de los niños pintando otra vez las calles de escuela, de la gente que dice «si tengo vida, pa’lante». ¿Cómo podrá, aquel que ignore nuestras entrañas alegres hechas para la utopía y para la cotidianidad extraordinaria, concebir esta reconciliación pronta con el mar que nos besa y esta confianza en lo por venir?

Cuba tiene hoy una luz diferente y no por derrota alguna. Las huellas físicas de la catástrofe tardan en desaparecer y nos duele hondo donde el otro sufre. Por eso llevamos prendidos en el pecho y la retina a Esmeralda, Bolivia, Punta Alegre, Yaguajay, Boca de Camarioca, Caibarién, al litoral habanero…

Volverán a ser los de siempre los colores, así como el olor a salitre y palmiche, retornará el calor a derretir el asfalto, eso es seguro, y también que seguiremos, sonrisa mediante, iluminando entre todos las cicatrices más oscuras de estas jornadas. ¿Cómo podría ser de otro modo si los de aquí nacemos con una insólita, persistente, arrolladora predisposición a la esperanza?

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