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Muchachos raros en la industria

Tres reconocidos ingenieros cubanos, creadores de importantes prodigios, todavía laboran como trabajadores contratados en la Empresa Industrial de Riego. Resaltan la necesidad de enamorar a los adiestrados  y motivarlos a que permanezcan. Las nuevas tecnologías requieren de mentes jóvenes, afirman

Autor:

Marianela Martín González

Se les considera «enciclopedias» en la industria cubana. Tienen 82, 77 y 74 años, pero el de ellos no es un manual aburrido, soberbio o plagado de tecnicismos, sino repleto de anécdotas hermosas y ocurrentes. Mientras se aprende a su lado se disfruta tanto, que no son pocos los que pasan horas solo escuchándolos, sin que asome un bostezo o se miren los relojes.

Los tres ya están jubilados, aunque como se dice en la calle, no retirados. Ahora trabajan en la Empresa Industrial de Riego (EIR), donde fueron bienvenidos en calidad de trabajadores contratados, en el Departamento de Investigación y Desarrollo.

Los ingenieros Ramón Ernesto Sánchez Marzillán, Carlos Sánchez Castillo y José Luis Albarrán Pedroso son una especie de gurúes, a quienes les preguntan las dudas cuando van a llevar a escala las producciones. Y en honor a la solidez de sus conocimientos, «cuando se enreda la pita», enseguida dicen: «vamos a consultarle a los muchachos».

Mientras conversábamos sobre sus vidas y obras, ligadas entrañablemente al desarrollo industrial del país, en medio de proyectos que para los neófitos en la especialidad pudieran parecer jeroglíficos, solo una queja escuché: «El relevo en este lugar está flojito», lamentó Ramón, luego de admitir que las nuevas tecnologías requieren de mentes más jóvenes que las suyas, aunque ellos no renuncien a apoderarse de estas y dominarlas, como han hecho hasta ahora.

La preocupación no es infundada. Según dijeron, los jóvenes que se adiestran con ellos luego se marchan a otros sectores o a formas de gestión no estatales de la economía. Esgrimen como razón para irse que necesitan beneficios de tipo económico que la empresa no puede garantizarles.

 DE LA MESA DE DIBUJO A LA PC 

Todos, antes de obtener sus títulos de ingenieros, se graduaron como dibujantes. Trabajando y estudiando a la vez obtuvieron sus diplomas universitarios. Excepto Carlos que en dos ocasiones interrumpió sus clases mientras estudiaba en la Universidad para irse a luchar a Angola y Etiopía, como antes lo hizo en Cuba, en el Escambray, durante la lucha contra bandidos, y cuando la invasión a Playa Girón.

A Carlos, el Ministerio de Industrias lo aprobó como ingeniero empírico por su trayectoria como investigador. Su impronta no solo ha quedado en las combinadas cañeras, sino también en las limpiadoras de playa, cuya versión cubana le debe parte de su eficiencia a la entrega e ingenio de este hombre.

Por las manos de estos tres ingenieros han pasado proyectos tan valiosos como el de la primera combinada cañera conocida como Libertadora, nombre con el cual la bautizara Fidel. Es una de las más eficientes que existe en el mundo en la cosecha de la caña de azúcar, cuya patente Cuba la cedió a la República Federal de Alemania, y luego el país europeo le entregaba los equipos a la Isla para que se probaran en la zafra.

«Cuando éramos parte de los investigadores que trabajaban en la combinada, Alemania se nutrió del conocimiento de muchos especialistas, entre ellos nosotros. Había que hacer pruebas en el terreno e ir corrigiendo los errores de los equipos que diseñábamos», recordó José Luis, quien también evocó que hubo un momento de la vida de Carlos Sánchez y Delfín Pérez (este último conocido como el padre de la combinada), en que este equipo era una obsesión. Trabajaban día y noche para lograr la eficiencia que actualmente el aparato muestra.

«Antes no había como ahora internet ni otros medios sofisticados para poder investigar. Cuando te encargaban un diseño te daban una muestra testigo y te decían: “yo quiero una máquina como esta”, o te solicitaban una investigación sobre determinado equipo que realizara una función determinada.

«Entonces acordábamos qué era posible y qué no. Por ejemplo, no fue posible lograr un dispositivo que sembrara la caña a 60 centímetros de profundidad, pues no existía un equipo tractivo que pudiera halarlo. Los subsoladores que había en el mundo, cuando nos hicieron aquel pedido, apenas llegaban a los 300 milímetros de profundidad. Actualmente ya existen equipos que puedan arrastrar subsoladores más poderosos», apuntó José Luis.

Con orgullo recuerdan que antes proyectaban a mano, en la mesa de dibujo, lo mismo un cargador frontal, que un buldócer; y ahora en la computadora se baten de tú a tú con dos programas que parecen de ciencia ficción, por los planos que muestran de cada pieza, por pequeña que sea.

«Hace cuatro años empezamos a proyectar con el Autocad 2013 y ya lo hacemos con el Soliword 2014. No ha sido fácil cogerle el paso a esos programas, pero ya los dominamos y eso agiliza la entrega de los proyectos», apuntó Ramón, orgulloso de no usar espejuelos, porque tiene 20/20 luego de haber sido operado de la vista.

José Luis, a quien todos llaman el profe, es quien revisa los proyectos «con ojo de águila». Casi siempre que señala un error tiene la razón, pero a veces sus otros dos compañeros —como señaló Carlos— lo convencen de que el señalamiento hecho por él no es válido totalmente. Siempre de la discusión nace un proyecto valioso, como la ambulancia de riego, que pronto andará por los campos de la Isla, ayudando a que los cultivos no se pierdan allí donde San Pedro ha sido inclemente. Recientemente los tres fueron reconocidos durante el homenaje del movimiento sindical cubano al Che, en ocasión del aniversario 50 de su caída en combate. La figura del Guerrillero Heroico siempre los acompaña, porque como reiteraron, a él deben su formación.

«Asistí una vez, con el Ministerio de Industrias al trabajo voluntario, y el Che fue con nosotros. Ese día guataqueamos y el que terminara primero tenía que dar contracandela, es decir venir de atrás hacia adelante por el surco del compañero. Yo terminé de primero, y él me preguntó cuál era el método. Como al Che no le gustaban los autosuficientes ni alardosos, le dije: “el surco no tenía tanta yerba”», rememoró José Luis, quien también narró otras anécdotas que demostraban la capacidad que tenía el Che para decantar lo más importante y urgente del resto de las tareas.

Ramón, al término de nuestro encuentro, tras agradecer al Che el haberles inculcado el amor por la industria y exigirles siempre la superación, recalcó que mientras tengan energías seguirán manoseando viejos planos, quizá con nostalgia, y haciendo otros nuevos, y que ayudarán a los jóvenes para que se enamoren de la Empresa Industrial de Riego, pues es una entidad con grandes proyectos para el desarrollo del país y que necesita de sangre nueva para cumplir su misión.

 

Ramón Ernesto Sánchez Marzillán, Carlos Sánchez Castillo y Jsé Luis Albarrán Pedroso son una especie de gurúes dentro de la industria cubana

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