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Con sazón joven

Los cursos de verano que cada año «se cocinan» en las provincias cubanas con el auspicio de organismos especializados, incitan a muchos jóvenes a aderezar sus expectativas con nuevos conocimientos

Autor:

Juan Morales Agüero

LAS TUNAS.— En el período estival se tiene por costumbre hacer trizas los esquemas y tomar distancia de los estereotipos. Si la etapa académica deviene tributo al pupitre, los meses de julio y agosto flirtean con el divertimento. Playa, videos, fiestas, viajes, wifi, lecturas y discotecas figuran entre las opciones más recurridas. Pero no son las únicas. Hay otras concebidas para alimentar el conocimiento de quien lo desee. Y en esa categoría cuentan los cursos de verano.

No son pocos los jóvenes tuneros que apuestan por estos talleres temporales, en busca de un acercamiento a temas en los que no se sienten suficientemente hábiles. Expectantes unos, curiosos otros e interesados todos, aprovechan al máximo cada jornada y se nutren de saberes que en el transcurso de la vida les pueden resultar de utilidad.

Uno de estos cursos incursiona en la cocina y en sus secretos. Lo patrocina y desarrolla la Asociación Culinaria de Las Tunas y cuenta con una entusiasta aceptación.

Aprendiz de cocinero

Entre quienes ahora exhiben indumentaria blanca en menesteres de novicios junto al fogón figura Héctor Espinosa Reyes. Recién salió del Instituto Preuniversitario Vocacional de Ciencias Exactas Luis Urquiza, y en septiembre comenzará la carrera de Ingeniería Informática. Pero, antes de dedicarse a los algoritmos y los píxeles, determinó que los sofritos y las cazuelas merecen también un espacio en su currículo.

«La cocina me encanta —admite este muchacho de 18 años de edad—. Aunque en mi casa es mi madre quien se encarga de esa tarea, ella nunca deja de animarme a aprender. Puedo elaborar platos como potaje, arroz, sopa, carne… Pero en este curso supe que no basta con colocar ingredientes dentro de una olla y someterla después al fuego. La cocina tiene su técnica y su teoría específicas, y mientras mejor las apliquemos, más satisfechos quedarán los comensales».

Según Héctor, en su corta carrera como diletante culinario ha sufrido algún que otro tropiezo. Como la vez en que se le pegaron unos frijoles en la olla reina, y solo se enteró cuando el olor a quemado lo agredió. No obstante, él también cuenta con aciertos, pues más de una vez cocinó para sus amigos y profesores, «siempre con calidad».    

«El curso me ha enseñado a trabajar con gramaje. La cocina es una especialidad de proporciones. Es decir, todos los ingredientes llevan una medida. Ocurre igual con los condimentos. Si se agregan de más o de menos pueden arruinar el mejor plato. Además, todos no son aplicables a cualquier receta. Una carne de sabor fuerte no debe aliñarse con una especia que lo resalte. Eso lo aprendí aquí.

«Ahora me siento mejor preparado para maniobrar en la cocina. Mi gratitud al profesor que nos atendió. Es un cocinero competente, que domina al detalle su oficio. Les recomiendo a los jóvenes no desestimar esta oportunidad». 

Yissel y sus adobos

En el bien surtido recinto de la Asociación Culinaria de Las Tunas aprendió a utilizar los cuchillos y a cortar la carne y los vegetales según el tipo. Así, da un tajo transversal aquí, otro longitudinal acá, secciona, separa, beneficia, recupera, aliña…

A sus 21 años de edad, Yisell González Céspedes es capaz de elaborar platos como para chuparse los dedos. «Estaba sin estudiar cuando me enteré de la convocatoria a este curso por la televisión. La hizo el profesor que ahora me enseña tantas cosas que desconocía. No lo pensé dos veces y aquí me tiene vestida de chef. ¡La cocina siempre ha sido mi entretenimiento! Hasta hoy todo lo que hacía era empírico. Por eso agradezco este taller».

Yisell asegura que en su casa es ella quien tiene a su cargo ese menester, por lo común complicado. Cocina para su mamá —«ella y mi abuela fueron quienes me enseñaron», comenta— y para su hijo de 15 meses, quien, al parecer, acepta de buen grado sus sopas de arroz, «a juzgar por la linda sonrisa que me dedica cuando lo alimento», dice en tono de broma.   

«En este curso de verano he aprendido cosas increíbles sobre la cocina. ¡Hasta freír un huevo tiene sus secretos! Siempre pensé que todo era tan fácil como romper el cascarón y echar su contenido sobre una sartén con aceite caliente. Pues no, tiene su propia manera de cocinarse parejo y con técnica. Quienes trajinamos en las cocinas debemos saberlo».

El repertorio culinario de Yisell se ha acrecentado con otras competencias junto al fuego. Aprendió a deshuesar un pollo para convertir su carne en bisté. También a cortarla en forma de juliana y de cuadritos. El arroz lo puede hacer igual salteado que con vegetales. Y muestra habilidad para elaborar exquisitos cocteles, rollitos y aporreados.

«Pero de todo lo que me han enseñado, siento preferencia por las salsas —dice—. ¡Son riquísimas para preparar o acompañar diferentes tipos de platos! La bechamel, por ejemplo, es una maravilla. Aprendí a hacerla y ya la agregué a mi lista. Se elabora con harina, mantequilla, leche, nuez moscada…».

Yisell tiene una insatisfacción: que estos cursos solamente se desarrollen en época de verano. «Deberían extenderse a todo el año, porque conozco a muchos y a muchas interesados en recibirlos. Solo que, por cuestiones de trabajo en estos meses de tanta actividad, se ven privados de hacerlo». 

Habla el profesor Ramón

Ramón Echavarría, vicepresidente de las Asociación Culinaria de Las Tunas, es el profesor del curso de cocina que tanto motiva a sus alumnos. «Es el mejor que podíamos tener», afirma Yisell. Sus clases no solo revelan su profesionalidad, sino también su preparación para impartirlas. Ha hecho de la docencia un auténtico arte.

«Me siento satisfecho con estos alumnos, que vienen aquí no a perder el tiempo, sino a invertirlo en algo que les será de provecho. Son aplicados y talentosos, y les basta una explicación para entender lo que uno les quiere decir. La cocina es compleja, pero ellos se las han arreglado para comprenderla y eso me reconforta mucho», asegura. 

Refiere que el programa de estudios abarca dos semanas. Además de clases teóricas, los alumnos reciben adiestramiento práctico en un local que cuenta con los utensilios necesarios para los propósitos del curso: fogones, ollas, cuchillos, sartenes, espumaderas, cucharones… Y, por supuesto, los ingredientes para practicar in situ. ¿Quiénes saborean lo que se cocina? ¡Ellos mismos!  

«Aquí ellos y ellas aprenden técnicas de cocción, pues los tiempos de calor son diferentes según el tipo de producto. También se relacionan con su selección y elaboración, así como con las normas de higiene exigidas en la manipulación. Intentamos que salgan lo mejor preparados posible. La cocina forma parte del patrimonio cultural de un país». 

A manera de postre

Cuando estos cursos de verano terminen, sus beneficiarios ganarán en autonomía para atender, circunstancialmente, los reclamos de sus estómagos. Se trata de una habilidad muy provechosa, no exenta de encantos por revelar. «Cocinar es el amor hecho visible», manifiesta un aforismo del sector.

El arte de cocinar reserva para sus practicantes toda una gama de sorpresas imperecederas. Levantar la tapa de la olla y aspirar con delectación la fragancia del primer fricasé no dejará de ser un instante memorable. Degustarlo será mejor que ir en busca de una pizza salvadora, aunque haya quienes digan que la pizza es el mejor amigo… del hambre.

Héctor Espinosa Reyes.

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