Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Vamos bien, Camilo

Cobra todo su significado la historia de Camilo, no solo por lo que hizo, no solo por sus heroicas proezas combativas, sino también por sus ideas, por sus conceptos, por sus propósitos profundamente revolucionarios, escribió Fidel refiriéndose al Señor de la Vanguardia. Y esas ideas y apreciaciones las descubrimos también en el libro Camilo Cienfuegos, el hombre de las mil anécdotas, del periodista y escritor Guillermo Cabrera Álvarez, quien nos devela varios episodios del mítico combatiente en la Sierra Maestra, en Yaguajay o en la capital del país

Autor:

Juventud Rebelde

Si inventáramos un nombre

Camilo es una figura legendaria, es la idea que yo tengo de Camilo, hasta de su mismo nombre nada común, lleno de fuerza y de poesía al mismo tiempo. Si nosotros inventáramos un nombre para un personaje de leyenda le podríamos poner el nombre de Camilo Cienfuegos.

La misma muerte de Camilo, perdido en el mar, la manera de conmemorarla, echando una flor al agua y todas aquellas, sus hazañas, son acciones de leyenda.

(Narrado por Vilma Espín, guerrillera)

Su sombrero

                                                                                         Ilustración: LAZ

Un día llegué yo a caballo a donde ellos estaban: era el día que llevaba el animal para ensillárselo a Camilo, para que se trasladara de un lado a otro, y él coge y se pone mi sombrero y me dice que a mí no me lucía ese sombrero, que le lucía, por ejemplo, al capitán Camilo, y se lo pone, se miró en un espejito y me dice:

—¿Qué chico? Ponte la gorra esta.

Le digo:

—Bueno, me la llevaré para la casa y me pondré otro sombrero que tengo allá, que inclusive es mejor que este que tengo puesto, que tiene unos cuantos años ya.

Él se quedó con el sombrero y yo lo miraba y me reía y él luego miraba que yo le estaba mirando el sombrero y él se reía y guiñaba un ojo y les hacía señas a los otros compañeros. Y él luego les hacía señas a ellos que yo estaba mirando el sombrero; parece que él pensaba que yo quería el sombrero, pero era mirando que le lucía bien. Ese sombrero que Camilo traía era mío. Era mío y a mí me era orgullo que a él le luciera bien, lo trajera, y que Camilo con ese sombrero luce más bonito todavía. Ese sombrero se lo regalé yo, se lo regalé yo en el sentido que él lo cogió y se lo puso y le quedó bien, me miró y me dijo que le lucía más a él que a mí y se quedó con él.

(Narrado por Rafael Verdecía Lien, campesino de la Sierra Maestra, colaborador del Ejército Rebelde)

Su cabalgadura

El viaje no es muy largo, pero el mulo en que pienso hacer el regreso es vago y bruto como no hay dos, cuando vine tuve que apearme tres veces a empujarlo, y eso que era loma abajo. Ahora que es loma arriba tendré que echármelo a cuesta, como si fuera la mochila.

(De una carta de Camilo a sus padres)

Cumpleaños de 1954

Del día de mis cumpleaños les diré que tuve quien me hiciera mis regalitos, pues Rafael me regaló una corbata, la familia Téllez una camisa y unos calzoncillos y por otro lado un pasador y yugos. «Suerte que tiene el cubano»

(De una carta de Camilo a su familia)

Quedó muy bien Fulgencio

Otra de sus cosas era con los perros, con los        animales en general. Recuerdo ahora que, al poco tiempo del 10 de marzo de 1952, del golpe de Estado que diera el dictador Fulgencio Batista, se apareció en casa un perrito. Llegó por la madrugada, de eso estoy seguro, porque Camilo, asociando la llegada del animalito con la entrada de Batista por la posta 6 en una madrugada, le puso Fulgencio.

Cuando se fue quisimos disimular y le decíamos Negrito. Una vez le escribimos mandándole una foto y él contestó: «Quedó muy bien Fulgencio».

Cuando nos hacen un registro, ven la carta y me preguntan por Fulgencio y cuando le digo que Fulgencio es el perro, ¡cómo se puso el guardia!

(Narrado por Ramón Cienfuegos)

El nailon chiquitico

Nosotros dormíamos siempre juntos. Camilo colgaba la hamaca en el segundo piso porque él era quien traía un nailon chiquitico y entonces amarraba arriba, bien arriba para que en el primer piso colgara Víctor Mora y también se beneficiara con el nailito y yo, como no tenía nada, me acurrucaba debajo del árbol, a la sombra de la hamaca como un lechoncito y así estábamos los tres tapados por el nailon de Camilo.

(Narrado por Walfrido Pérez, guerrillero invasor de la columna No. 2)

Castigo merecido

 

Reconozco que alguna vez fui injusto. Por ejemplo, el día que me comunicaron que Camilo había mordido a una conserje de kindergarten. Lo llamé. Le expliqué lo que pasaba. Él no dijo ni esta boca es mía. Un mes lo tuve de penitencia. Después supe accidentalmente que no había sido él, sino un compañero al que quería mucho. Pero aguantó el castigo: yo, que sentía lástima cuando hizo dos o tres trastadas, le decía: «Te las perdono, a cuenta del castigo que cumpliste sin haberlo merecido».

(Narrado por Ramón Cienfuegos)

¿Qué les llevan?

Era el segundo domingo de mayo y en el campamento rebelde del comandante Camilo Cienfuegos se planificaban las próximas acciones en el llano para batir a la tiranía.

Dos jóvenes se le acercan, son muchachos de la zona que se han unido al movimiento en los montes.

—Comandante, ¿usted podría darnos un permiso para llegarnos a ver a nuestras madres?

—Bien, pueden ir, pero no tarden…

—Enseguida, Comandante… —y dieron la espalda para retirarse. Camilo, como un relámpago, volvió a detenerlos.

—Un momento… ¿qué les llevan?

Los jóvenes se miraron.

—Nada…

—¿Y cómo piensan ustedes ver a sus madres sin llevarles nada… No, y no… cojan estos veinte pesos, repártanlo y llévenles algo.

(Narrado por Antonio «Ñico» Cervantes, enlace de la columna con la ciudad de Bayamo)

Prometió no alegrarse más

Cuando el ciclón del 44 era muy niño y nunca había visto un ciclón. Estaba loco por saciar su curiosidad. Yo le decía: «Niño, los ciclones son peligrosos, les tumban las casas a las personas y causan mucho daño».

Ni quien lo convenciera. Vino el ciclón y pasamos todo el tiempo con la puerta semiabierta. Cuando todo terminó y salimos a la calle, lo primero que vio fue la casa de un compañerito a quien quería mucho, o mejor dicho, lo que quedaba de la casa, que se había caído. A la familia no le pasó nada, pero Camilo se entristeció y prometió no volverse a alegrar por la llegada de un ciclón.

(Narrado por Ramón Cienfuegos)

Te lo doy para que lo gastes

Cuando Camilo ordenaba a algún compañero una misión en la ciudad, le facilitaba dinero con que poder comer durante el tiempo que demorara la encomienda.

Ñico, uno de sus hombres, utilizado múltiples veces para entrar y salir de la ciudad de Bayamo, debía burlar el cerco de los guardias y sacar del pueblo alimentos, medicinas y otros útiles necesarios para las tropas que operaban en los montes. El enlace, en la conciencia de que el dinero que le daban era necesario para otras cosas, escasas veces lo utilizaba y lo entregaba íntegro.

Por otra parte, en varias ocasiones llegaban a casas de campesinos conocidos por él y solicitaban el plato de comida para continuar la misión.

En una ocasión, Camilo, bastante contrariado, le llamó a su presencia. «Oye —le dijo— me parece que te estás comiendo la comida de los campesinos y eso no es bueno. Yo te doy dinero para que lo gastes y no para que me lo devuelvas y vayas a pegarles la ‘gorra. No quiero que se repita».

(Narrado por Antonio «Ñico» Cervantes)

Deuda pagada

A ustedes me dirijo, puesto que ante ustedes, como principales gerentes de esa casa, empeñé mi la palabra, con respecto al pago de los $153.56 que desde esta ciudad haría, ya que en el momento de dejar esa casa, muy a pesar mío, me era imposible realizar esa liquidación.

(…) Adjunto a estas líneas, les envío el importe de ciento cincuenta y tres pesos con cincuenta y seis centavos ($153.56) en esa casa, «Sastrería El Arte», realicé en el tiempo que de ella fui empleado.

(…) Ya realizada esta operación, podré sentirme verdaderamente tranquilo, sabiendo que esa mancha sobre mi apellido pesaba, materialmente está borrada (…)

(De una carta a los dueños de su antiguo trabajo)

El «bando comelón»

Camilo tenía hambre y quería comer; tuvimos fuertes «broncas» con Camilo porque quería constantemente meterse en los bohíos para pedir algo y, dos veces, por seguir los consejos del «bando comelón» estuvimos a punto de caer en las manos de un ejército que había asesinado allí a decenas de nuestros compañeros.

Al noveno día, la parte «glotona» triunfó; fuimos a un bohío, comimos y nos enfermamos todos, pero entre los más enfermos, naturalmente, estaba Camilo, que había engullido como un león un cabrito entero.

(Narrado por Ernesto Che Guevara)

Tenía una reservita

El campamento rebelde es actividad. Los combatientes se disponen a marchar a un combate.

El rebelde Horacio González Polanco, a quien Camilo había apodado cariñosamente el Mulato, pese a que la pigmentación de su piel no correspondía a la designación, se lamentaba junto al teniente de larga barba.

—Óyeme, ¡con qué gusto me tomaría un jarro de café con leche…!

Camilo, que no participaría en la acción, le sonrió, y sin decir palabra alguna se retiró lentamente hacia el rincón del monte donde colgaba la hamaca.

Polanco se disponía ya a partir junto con el resto de los combatientes seleccionados para la acción, cuando, desde lo alto de un promontorio, oyó una voz conocida, que gritaba:

—Mulato, antes de irte, para por aquí.

Polanco cruzó con sus descalzos pies el tramo que le separaba y se aproximó. Frente a él, extendiendo en la mano un jarro, le sonreía Camilo.

—¡Esto vale un tesoro!, ¿dónde lo conseguiste?

—Nada, tenía una reservita de lata de leche, y la sangré…

(Narrado por Horacio González Polanco, guerrillero)

El cartuchito de frijoles

Después de El Uvero nos quedamos enterrando los muertos, porque esa era la misión de la vanguardia. El resto de la columna continuó retirándose y cogimos en un altico atravesando, y allí le dimos sepultura.

Camilo mandó a recoger y alcanzar a la tropa, y al poco rato la pasamos y volvimos a ocupar la vanguardia. Eso de andar alante siempre tiene sus ventajas, porque ese día, por ejemplo, cruzamos por un bohío abandonado y había un cartuchito y Camilo lo recogió, le echó un vistazo dentro y comentó:

—¡Qué bueno, encontramos frijoles!

Víctor Mora vio una maceta de arroz para semilla y la cargó también y nos cargamos esas dos cosas pensando en el banquete que nos íbamos a dar con el arroz y los frijoles.

Cuando llegamos fuimos a preparar lo que traíamos y resultó que los frijoles que vio Camilo, que era un hombre de la ciudad, no eran frijoles sino semillas de júcaro para sembrar el café. El arroz también fue imposible cocinarlo y pasamos en blanco esa noche.

(Narrado por Walfrido Pérez)

Hay que guardar

Cuando se conseguía alguna comida, los combatientes acostumbraban a hartarse y abandonaban posteriormente las obras.

Una y otra vez sucedía lo mismo y después todos tenían apetito y se lamentaban por haber abandonado la comida.

Pero nadie escarmentaba, cuando el estómago se llenaba, ya no querían cargar.

Camilo, con su actividad de siempre, notó el problema y, desde ese momento, cuando se terminaba de comer y la gente abandonaba los restos de comida, la iba recogiendo en una cazuela grande y casi siempre la llenaba con las viandas sobrantes.

Hecho esto, la cargaba al hombro, sin solicitar ninguna ayuda, y la trasladaba a los combatientes y a las distintas operaciones a las que era designado.

A la hora del hambre, Camilo, sonriendo con su acostumbrada picardía, exponía ante todos su cazuela repleta de viandas y llamaba al personal. «Ya ven, caballeros, siempre hay que guardar; miren si no traigo la cazuela…».

(Narrado por Horacio González Polanco)

¿Se enteró de la paliza?

La comandancia general de la columna No.2 radicaba en el lugar conocido como los montes de La Caridad, en Las Villas. Allí se encontraban además la planta de radio y el almacén y Puerto Gofio, nombre con el cual Camilo parodiaba al de la cárcel de Puerto Boniato.

Los rebeldes batían al ejército de la tiranía, hostigándolo en los caminos, carreteras y pueblos de la costa norte, como Venegas, Iguará, Mayajigua, Meneses, Zulueta, General Carrillo y otros.

Un día en el campamento de La Caridad se suscitó un singular diálogo entre el jefe guerrillero y Lorenzo Pérez Pérez, conocido por Monino, carnicero de la zona y colaborador de los rebeldes.

—Viejo —le dijo Camilo—, sáqueme un bistec bien grande para un hombre que va a combatir hoy.

El viejo Monino, satisfaciendo la petición, lo preparó en la rústica cocina, y lo acompañó con malanga.

Al día siguiente, al ver nuevamente al viejo Monino, lo envolvió con su franca sonrisa, comentando:

—Óigame, el bistec de ayer me dio muchas energías… ¿No se enteró de la paliza que les dimos a los casquitos en Zulueta?

(Narrado por Lorenzo Pérez Pérez, colaborador del Ejército Rebelde)

Un minuto de silencio

Fuimos al panteón donde cayó el Apóstol y colocamos como él quería una bandera y un ramo de rosas, y se puso otra bandera, la del 26. Hicimos un minuto de silencio en memoria de los caídos y dos descargas de fusilería. De más está decirle que la aviación ametralló más tarde los alrededores.

Aquello es una vergüenza como está de abandonado. Tenía planeado mandar a limpiarle y arreglar el lugar. Ya nos encargamos de hacerlo.

(De una carta de Camilo a Fidel)

¿Para qué piensas que pelea?

 

Recuerdo que una vez un compañero le preguntó qué era los comunistas.

—¿Tú qué eras antes de alzarte? —preguntó él como respuesta.

—Ordeñador —respondió el compañero.

—¿Qué te han dicho que son los comunistas?

—Que son malos…

—¿Y si tú ves a un comunista peleando junto a nosotros, para qué piensas que pelea?

—Para el bien del pueblo.

—¡Ah,. entonces no son tan malos como te dicen!

(Narrado por Roberto Sánchez Berthelemy, guerrillero invasor de la columna de Camilo, y combatiente en el Congo junto a Che)

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