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Cuando el deber es grato

Eriel Melián Moya trabajó durante año y medio en una de las favelas de Sao Paulo como parte del programa Más Médicos. De ahí ha traído consigo el recuerdo de las cientos de personas a las que atendió durante ese período; el cariño de quienes lo conocieron y la satisfacción del deber cumplido

 

Autor:

Aracelys Bedevia

Una promesa trajo de vuelta a Eriel Melián Moya, uno de los jóvenes cubanos que integran la brigada Más Médicos. La palabra que le dio a Fidel de que estaría siempre al servicio de la Patria y la convicción de que, como dijo Martí, «solo el deber es grato; solo él es digno de obediencia; solo él da fuerzas para enfrentar la malignidad de los hombres», hicieron que este joven de 29 años, no lo pensara dos veces para empacar su equipaje, desde que conoció que la máxima dirección del país no cedería ante las modificaciones del programa Más Médicos, propuestas por Jair Bolsonaro, presidente electo de Brasil.

Un año y medio trabajó este galeno en una de las favelas de Sao Paulo. De ahí ha traído consigo el recuerdo de las cientos de personas a las que atendió durante ese período; el cariño de quienes lo conocieron y la satisfacción del deber cumplido. Pero también una preocupación que le acompañará por mucho tiempo: ¿qué pasará con las 28 millones de personas pobres y distantes de los grandes centros urbanos que quedarán sin asistencia médica como resultado de las presiones y chantajes de Bolsonaro?

Su primera paciente fue una gestante que llegó a él en graves condiciones debido a un mal trabajo de parto. No pudo Eriel salvar la vida del bebé. Pero sí la de ella, que en este momento está embarazada nuevamente.

Mucho le angustia a Eriel pensar en la posibilidad de que, ante la falta de atención médica, esa pobre mujer se vea imposibilitada de ver el rostro de la criatura que ahora lleva en el vientre.

«Estoy muy emocionado. No puedo hablar», dice, y con los ojos cristalinos por las lágrimas que insiste en no dejar brotar, se mueve de un lado a otro entre los 203 colaboradores que arribaron, en el octavo grupo, al aeropuerto internacional José Martí.

«Nunca he dado una entrevista», confiesa, y las palabras se le agolpan mientras la música de bienvenida al país anuncia que, en pocos segundos, dará inicio el acto de recibimiento.

Conmovido, habla igualmente de la última persona a la que atendió en tierras brasileñas. Una mujer también. Había ido a varios médicos y nadie le decía lo que tenía. «Ni siquiera la habían palpado. Bastaba con hacerlo para darse cuenta de que se trataba de un cáncer de mamas. Antes de venir para acá le indiqué los últimos exámenes y estaba a la espera de los resultados para confirmarlo. Pero estoy seguro de que eso es lo que tiene».

Eriel había ido a Brasil por tres años y, como muchos otros, ha tenido que interrumpir su misión. Una profunda repulsión siente cada vez que escucha el nombre de Bolsonaro. «La preparación de los médicos cubanos es incuestionable», afirma.

Camino y encuentro muchos rostros jóvenes; y algunos me comentan que cuando llegaron al gigante sudamericano los tocaban para saber si eran reales, porque no creían que un médico hubiera ido a ayudar a los pobres de la tierra.

Son más que médicos, pienso, y respiro el orgullo de vivir en un país donde la ley primera de nuestra República es el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre. 

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