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Corazón de guerrero

El doctor holguinero Jorge Luis Quiñones Aguilar, quien participó en la lucha contra el ébola en Sierra Leona y hoy combate  la COVID-19 en Lombardía, Italia, considera que el Sars-CoV-2 es mucho más complejo de erradicar que el que enfrentó en África; sin embargo, no siente miedo. Así lo comentó a Juventud Rebelde a través de internet

Autor:

Liudmila Peña Herrera

SON las dos de la madrugada en Cuba. En Lombardía, Italia, el doctor Jorge Luis Quiñones Aguilar, especialista de 2do. grado en Medicina General Integral, recién acaba de despertar. Ha puesto a hacer café en su habitación y está derritiendo un huevo de Pascua, regalo de agradecimiento de los italianos, para hacer su chocolate de desayuno. Su reloj marca las ocho de la mañana.

A esta hora Jorge Luis normalmente no habla con sus familiares. Ellos duermen mientras él se prepara para una jornada tranquila, hasta que a las nueve de la noche entre de guardia. Estará en pie, atendiendo a los pacientes, hasta las ocho de la mañana del siguiente día.

Ahora se actualiza con las últimas noticias sobre Cuba y el mundo, fundamentalmente las relacionadas con la COVID-19. Luego del almuerzo será que se comunique con sus seres queridos de Cuba. Y alrededor de las ocho de la noche saldrá hacia el hospital de campaña, aledaño a otro de la localidad de Crema, en la provincia de Cremona, una de las más afectadas por la pandemia.

Al llegar, se pondrá el equipo de protección personal y otra vez se acordará de los días en que lo usaba en Sierra Leona durante el combate contra el ébola, en el que también participó, cinco años atrás, como parte del Contingente Internacional de Médicos Especializados en Situaciones de Desastres y Graves Epidemias Henry Reeve.

Ahora el equipo se refuerza con otros elementos: además de la escafandra, la mascarilla, las gafas, las botas y los guantes, también usa una pantalla facial, gorro, bata larga y sobrebata.

«Después de vestirme, siempre me fijo en que los dos médicos que trabajan conmigo tengan puestos los trajes correctamente. Luego entro y recibo el turno. Doy una ronda tomando signos vitales y ayudo a los enfermeros a cumplir la entrega de medicamentos. En la madrugada se hacen gasometrías para evaluar posibles altas, de conjunto con doctores italianos», cuenta.

—Debes estar agotado…, le comento vía Messenger.

—No creas. El sistema de trabajo está diseñado para que no nos sintamos agotados, pues tenemos varios turnos: un día, de ocho de la mañana a dos de la tarde; el otro, de dos de la tarde a nueve de la noche. Luego, uno de descanso, y después otro de nueve de la noche a ocho de la mañana, que es el que tengo hoy. Cuando salga, tengo dos días de descanso. Da tiempo para recuperar fuerzas.

—¿Qué precauciones toman ustedes para no contagiarse?

—Por las características de la enfermedad y los riesgos, debemos estar muy atentos. En todas partes somos rigurosos con la aplicación de las medidas de autocuidado. Al entrar a la habitación, luego de llegar del hospital, dejamos la ropa y los zapatos a la entrada, para que no se contamine el interior. Siempre nos bañamos con abundante agua y jabón, y luego, ¡a colocarse los abrigos, pues hace mucho frío!

—¿Alguna vez piensas en la posibilidad real de que te enfermes?

—Sí, pero la desecho enseguida. Me concentro en pensar en positivo y hago todo lo que está indicado para que eso no ocurra.

***

El doctor Quiñones ha cumplido misión internacionalista también en Venezuela, Pakistán y Haití. Por eso no le sorprenden las muestras de gratitud que, desde el 22 de marzo último, comenzaron a profesarles los pacientes italianos a él y a sus compañeros.

«Desde el mismo aeropuerto de Cuba, antes de volar hacia acá, percibimos el agradecimiento, gracias al largo aplauso brindado por los italianos que viajaban con nosotros. La escena se repitió al llegar a Roma, donde hicimos escala y estuvimos alrededor de una hora. Ese mismo aplauso nos lo prodigaron al salir hacia Milán. El pueblo da muestras de agradecimiento desde su cuarentena: gritos de “gracias, Cuba”, banderas y carteles en los balcones se repiten a cada momento», comenta.

No pocas son las historias que puede contar Quiñones, desde el primer paciente que atendió, un señor de 71 años que ingresó con dificultad respiratoria; un médico italiano infectado, que llegó hasta el hospital de campaña y debió ser trasladado a una de las salas de terapia intensiva; hasta la de Bellina, una señora de 72 años que hacía trabajo social en un hospital de las montañas al norte de Italia, y que lo ha conmovido profundamente.

«Ella iba a aquel hospital de paredes de madera todos los años y allí ayudaba a las personas enfermas. Les hacía comida, les ayudaba a tender las camas, les hacía historias para aliviar sus padecimientos. Su esposo siempre la acompañaba, pero al comenzar el coronavirus, él y su hijo enfermaron. Ambos fallecieron. Hoy ella está en un proceso de rehabilitación respiratoria, que realizamos en un ala del hospital.

«Bellina me preguntó la edad de mi mamá. Cuando le dije que tiene 60 años, respondió que es muy joven, y que, a partir de ese momento, ella sería mi mamá italiana. Eso le estremece el alma a cualquiera».

Quiñones se conmueve con el dolor ajeno y por las ausencias ajenas. Lo que no permite es el miedo, aun cuando considera que la COVID-19 es mucho más compleja de enfrentar que el ébola. «Son muchas más horas con el traje que las que hacíamos en Sierra Leona.

«Los pacientes están más conscientes y nos hablan. Eso, a pesar de los medios de protección, puede ser riesgoso. Además, a Cuba no llegó el ébola. Por eso ahora nos preocupamos por nuestros pacientes aquí, pero también por ustedes allá. De todas maneras, no queda otra opción que sacar fuerzas y echar pa’lante».

Mientras este médico holguinero y sus colegas se enfrentan al coronavirus dentro del hospital de campaña, en una lucha cara a cara con la muerte, la ciudad de Crema está en calma. De vez en cuando se escuchan las sirenas de las ambulancias trasladando a los enfermos. En la calle solo se ven rostros tristes y preocupados. La situación sigue siendo crítica, pero el ánimo de este valiente no decae.

Cuando algún pensamiento inoportuno cruza por su mente, él lo exorciza recurriendo a ese lugar donde lo espera lo que más extraña de Cuba: «un estrechón de manos, un abrazo sincero y el amor de mi familia».

Bellina, una paciente atendida por Quiñones, dice que será su madre italiana

Los italianos muestran su agradecimiento a los doctores cubanos de muy diversas formas 

 

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