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De enfermo a sanador

El joven guanabacoense que pasó de ser un enfermo de coronavirus a uno de los primeros donantes de plasma en Cuba para salvar vidas. Cómo ha sido su encuentro «cara a cara» con esta enfermedad lo revela JR

Autor:

Yahily Hernández Porto

 CAMAGÜEY.— Cuando iniciaba esta pandemia en Cuba, un mensaje en Facebook impactó tan fuerte en mí y en internautas de varias partes del planeta, que desde mis pensamientos y pluma periodística brotaron las palabras para comentarlo en este diario, el cual las publicó el pasado 8 de abril con el título Mensaje del paciente 19.

Desde entonces lectores de JR han insistido telefónicamente y a través de las diferentes vías del gran ecosistema digital que es Internet, en ponerle rostro al paciente 19, quien convaleciente de la COVID—19 en su hogar de Guanabacoa, no deja de responder una y otra vez a las miles de preguntas de su amigos en las redes sociales.

Con una gran dosis de paciencia periodística, y con la también sencilla y humilde actitud del joven Henry Osvel Tavier Sánchez, de 31 años de edad, de responder con serenidad a mi insistente pedido reporteril, él decidió no solo hacer pública su identidad, sino confesar algunos secretos de su encuentro «cara a cara» con el SARS—CoV—2.

Henry trabajaba a bordo de un crucero. A su llegada a Cuba el 13 de marzo último, procedente de Francia, lo más difícil para él fue decirles a sus seres queridos, en especial a su mamá y abuela, que no se le acercaran, no lo abrazaran y muchos menos le dieran un beso, a pesar del prolongado viaje, interrumpido por el impacto del nuevo coronavirus en Europa.

Aunque no presentaba síntomas, este guanabacoense, preocupado por el holocausto que había experimentado en el viejo continente —tal como lo describe en su mensaje en las redes sociales—, decidió aislarse en su hogar y acudir a su policlínico dos días después de su arribo.

«Me ingresaron y remitieron al Naval (Hospital Militar Central Doctor Luis Díaz Soto), por ser un caso de alto riesgo. Allí di positivo a la COVID-19 y allí estuve 26 días. Todavía tengo carraspera, aunque estoy libre de esa enfermedad que le quita a uno hasta las esperanzas».

—¿Por qué utiliza la palabra «holocausto»?

—Puede parecer muy fuerte, pero eso es lo que se ha vivido en esos países. No hay un hogar que no sufra, que no haya convivido de alguna manera con la muerte. Todo el mundo está impactado. El temor de contraer esta enfermedad te despoja de la tranquilidad y te afecta sicológicamente. Te carcome, te debilita por dentro. El temor más grande no es contagiarse; lo más difícil es saber que puedes contagiar, perjudicar a tus seres queridos, quienes pueden hasta morir. Ese sentimiento de culpa no te abandona nunca.

—Fuiste precavido. ¿Cómo asumiste el aislamiento?

—Te soy sincero, y hay quien no lo cree, pero solo tuve tres contactos y ninguno se contagió. Me aislé, no permití que nadie se me acercara. Ni salí de mi cuarto. Luego vinieron los días de aislamiento total en el hospital, donde me atendieron como a un hijo. Sus médicos, enfermeros, trabajadores, todos… les agradezco su profesionalidad y dedicación.

«Estar detrás de un cristal, en una habitación tú solo, no es fácil. Me sobrepuse a esa soledad gracias a los amigos que tenía y que hice en las redes sociales, quienes me animaban cada segundo. No sé que me hubiera hecho sin su apoyo emocional. Leí y escuché mucha música en la habitación, y repasé toda mi vida… Ahora te digo que soy un mejor hombre.

—¿Qué te motivó, en medio de tu sufrimiento, a publicar aquel mensaje de fuerte carga emocional?        

—Cuando llegué a Cuba vi que no había percepción de riesgo; aún hoy lo siento. Fue un impulso escribir aquellas palabras. Fue mi manera de hacer algo por mi gente. Hasta ahora la única vacuna efectiva que tenemos contra este enemigo sin rostro es aislarnos, lo que aún mucha gente no entiende. No quiero que en mi Cuba se sufra como en Europa y por eso decidí hacer público aquel mensaje.

—Te fajaste cara a cara con la COVID-19…

—Todo el que padece esta enfermedad no deja de preguntarse si volverá a ver el Sol, a caminar por las calles que tanto ama, a abrazar a su seres queridos… Imagina estar en un lugar donde la gente puede morir. Prefiero seguir siendo optimista y recordar el momento del rencuentro con mi familia, algo indescriptible que no palabras para narrar.

—¿Pero sí se fajó con este virus?

—Sí… Cuando pensaba que estaba bien, que saldría a los 21 días del hospital porque no presentaba síntomas y me sentía como un roble, mis pruebas resultaron positivas: Yo seguía enfermo, aunque estaba mejor que ahora, sin carraspera. Aquella noticia me cortó las alas; ahí fue cuando de verdad necesité y sentí más la solidaridad espiritual de quienes me rodeaban.

—¿El reencuentro, cómo fue?

—¡Un acontecimiento! Los médicos no esperaron para darme la noticia, parece que veían mi desesperación en la cara. El día 26 de estar internado me dieron el alta a las 10:00 de la noche y me trasladaron en una ambulancia hasta mi casa. Aquello fue de madre; las lágrimas le corrían a mami y abuela. El barrio empezó a dar aplausos que se sentían en la casa. Aún no sé cómo se supo la noticia, pero los vecinos en sus puertas me daban la bienvenida. Fue algo muy lindo, que me reconfortó mucho.

—Agradeces a tantos… Así se lee en tu muro en Facebook

—No alcanzarían las páginas de un libro para agradecer las miles de muestra de solidaridad a todos sin excepción, pero me gustaría reiterarles mi gratitud a mis amigos Liz, Yaimara, Natara, Claudia y Tatushito, quienes crearon un grupo de ayuda en las redes sociales para enfrentar a este virus, y por supuesto a médicos y enfermeros, como Reynaldo Vaillant y Donnay Borges, y a todo los trabajadores de la sala 2E y 2F del Naval.

—¿Pensaste alguna vez convertirse en un joven que salva vidas, en uno que ahora dona su plasma sanguíneo para ayudar a quienes están en una fase de su enfermedad bien complicada?

—No. Todo lo que me ha ocurrido en pocos meses, de marzo hasta la fecha, me tiene impactado. Estar hace solo unos días enfermo y ahora poder ayudar a los pacientes de COVID—19 me hace muy feliz. Me siento más útil; es la manera que tengo de retribuir lo que tanto me dieron otros: solidaridad. Siento que estoy en la Tierra por un objetivo, por hacer un bien y que soy ahora mejor persona. Es una experiencia gratificante que queda para el futuro. Soy un cubano orgulloso de su suelo, de esta Cuba inmensa.

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