Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Escultura para el caballero de… Las Tunas

Un artista plástico acaba de terminar la estatua de quien fuera el más popular deambulante tunero

Autor:

Juan Morales Agüero

 

LAS TUNAS.— La Oficina del Historiador de la Ciudad de esta capital provincial recibe por estos días numerosas visitas. ¿Razones? En su patio el joven artista Ángel Luis Velázquez acaba de dar los toques finales a la escultura a tamaño natural de Alberto Álvarez Jaramillo, un conocido deambulante tunero que, hasta el momento de su muerte, ocurrida no hace mucho, fue como una estampa costumbrista de sus calles.

Era un clamor que «alguien» hiciera algo para perpetuar la memoria de este hombre devenido símbolo que en cada aurora, cuando la ciudad se desperezaba, ganaba la vía pública para caminarla sin rumbo fijo, hundido en la neblina de sus ensueños, siempre con pantalón y camisa verdeolivo limpios, hombreras y boina carmesí.

Alberto fue un remedo de Quijote provinciano, de Caballero de París pacífico y apacible. Su edad no fue jamás establecida. ¡Parecía como congelado en el tiempo! Tampoco era posible calcular la cantidad y naturaleza de los objetos que guardaba en sus bolsillos, que iban desde «documentos secretos» hasta pedazos de madera, peines viejos, mochos de lápices, lapiceros usados…

Presumía de su «alta jerarquía» militar, reminiscencia tal vez de su breve paso por la vida de uniforme. Para eso vestía trajes en desuso, regalos de sus amigos. Con sus galones de fantasía no toleraba ambigüedades. Montaba en cólera cuando alguien le trataba de capitán o de teniente: «¡Co-man-dan-te!», replicaba, airado.

Así andaba y desandaba los parques del centro de la ciudad, siempre con su silbato presto a anunciar una delirante parrafada, ora dirigiéndose a un auditorio ficticio, ora adoptando poses de tribuno.

A pesar de su cualidad mental, Alberto era capaz de mantener un diálogo coherente. Podía disertar sobre temas diversos, hecho que admiraba a sus interlocutores. Y en materia de dignidad, él la tuvo por arrobas. No pedía limosnas ni inspiraba lástima. La violencia le era ajena, aunque más de un guasón sin sentido del límite probó la fuerza de sus puños.

La escultura a tamaño natural y en ferrocemento dedicada a Alberto Álvarez Jaramillo será próximamente emplazada en un céntrico lugar de la ciudad que tanto amó. Sus perturbadas facultades mentales le impidieron saber que fue allí como un ícono, como un emblema que detestaba a los delincuentes, improvisaba pies forzados, admiraba a Fidel y saludaba la bandera. ¿Se le pudo pedir mayor cordura a un hombre?

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