Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Nada se compara con regresar a casa

Más de 9 800 personas quedaron varadas en La Habana desde que el país paralizó la transportación regular de pasajeros, como medida de protección ante el aumento de contagios por el virus Sars-CoV-2. Juventud Rebelde se acercó a las historias de quienes tuvieron que encarar a la vez la pandemia y la nostalgia por sus hogares

 

Autor:

Santiago Jerez Mustelier

Al interior de la terminal de trenes La Coubre hay un movimiento continuo de personas que pudiera catalogarse de inusitado. Son pasadas las dos de la tarde del sábado 17 de octubre. Afuera de la estación se siguen deteniendo varios ómnibus, de los cuales emergen viajantes que no han visto a sus familiares en meses, algunos en años. El tren, con ruta Habana-Bayamo-Manzanillo, los llevará de regreso a casa.

Los ojos de los pasajeros delatan añoranza, desasosiego; algunos telefonean a quienes los esperan en el terruño, otros se aferran a sus equipajes, a sus hijos, o al que está al lado; y lo hacen a sabiendas de que están a punto de rencontrarse con su vida. Casi ninguno disimula la felicidad, aunque el nasobuco solape la sonrisa, o lo intente.

En la misma puerta de la terminal, las «mozas de La Coubre» —como nos pidieron nombrarla— reciben a todo el que llega. Con una esmerada cortesía instan a los transeúntes a lavarse las manos con la solución de hipoclorito y a dejar la huella del calzado en el paso podálico, que funge como barrera de contención al nuevo coronavirus.

Una vez dentro siguen los protocolos sanitarios: un reducido equipo médico toma la temperatura a cada viajero, luego revisan lo que consideran «el documento más importante»: la constancia de que todo el que suba a los coches, para efectuar viaje, posee una prueba PCR negativa al Sars-CoV-2 en las últimas 48 horas.

Una vez superados los compromisos de orden sanitario, queda la espera en los salones hasta que llegue el tren. Entonces, Juventud Rebelde aprovechó ese intermedio para conversar con algunas personas que quedaron varadas en la capital —pero no abandonadas a su suerte— durante el momento más crítico de la COVID-19, y que ahora se aprestan a emprender un camino rumbo a la nueva normalidad.

Gratitud

Maricelis Domínguez viajaba con destino a La Habana el mismo día en que se reportaban los tres primeros casos de coronavirus en Trinidad. Nunca imaginó «que todo se complicara de un momento a otro». Venía con sueños y aspiraciones, pero tuvo que ponerles un stand by.

En el regazo sostiene a su bebé, de cuatro años, quien increíblemente porta la mascarilla con total tranquilidad. Recuerda que los momentos con el alza de casos latentes fueron difíciles. «Teníamos (mi esposo y yo) que extremar el cuidado en casa por causa del niño, éramos celosos con la higiene y el lavado de las manos, no queríamos que se enfermera.

«Pertenezco al sector de la Salud Pública, y aunque  para cuidar a mi hijo me acogí por un buen tiempo a las protecciones laborales que el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social propició para las madres con niños, luego tuve que volver al trabajo», cuenta la joven de 31 años, quien ahora se desempeña como Médico General Integral en la vicedirección de Higiene y Epidemiología del municipio de San Miguel del Padrón.

Para Maricelis, lidiar con el cuidado del niño en la etapa de la cuarentena fue un reto. «Se apegó demasiado a la tecnología, se dormía muy tarde y le costaba conciliar el sueño. Sufrió de ansiedad y estaba muy intranquilo. Tuve que apostar por la paciencia y observaba sus comportamientos; me ayudaron mucho las nociones de sicología que recibí en la carrera».

Buscando su valoración sobre las medidas que se tomaron en la ciudad para evitar la propagación del coronavirus, Maricelis coincidió en que fueron certeras y que lo ideal sería que la población diera un mayor respaldo a las mismas.

«No hay que esperar que se tomen decisiones enérgicas para cumplir con lo establecido, tal y como ocurrió aquí en La Habana cuando se implementaron las restricciones en septiembre último. Hay que ver el peligro desde el primer momento. Tenemos que continuar con el uso del nasobuco y la higiene permanente», reflexiona.

—¿Has viajado en tren anteriormente?

—No, esta será mi primera vez. Pienso que sea un viaje tranquilo y acogedor. Por supuesto que dentro del tren tampoco debemos desmontar las medidas sanitarias, todo lo contrario.

—¿Feliz de regresar a tu Bayamo natal?

—Sí. Hace tiempo que no veo al resto de mi familia, están ansiosos esperándome. Me siento tranquila porque Granma no reporta casos autóctonos de COVID-19 hace más de seis meses, lo cual tampoco indica que debemos dejar de cuidarnos.

Cerca de Maricelis, se encontraban conversando Elda y Virginia, nasobuco mediante y respetando el distanciamiento físico adecuado. Nos aproximamos a ellas, quienes muy amablemente accedieron a dialogar con nuestro diario.

Elda González, con 61 años a cuestas, y una enfermedad que la desuela, no deja de mostrarse alegre y vivaracha porque sabe que pronto estará en el Horno de Guisa, junto a su compañero de vida.

Llegó a La Habana hace ocho meses para realizar un tratamiento en el Instituto Nacional de Oncología y Radiobiología (INOR). Cuando la pandemia dio su nota más alta, Elda encontró refugio en casa de su hermana, allí pasó los días más inciertos del encierro.

«No salí a ningún lugar y cumplí el distanciamiento físico a cabalidad. Pasé unos días maravillosos acá, pero ya estoy deseosa de volver a lo mío, extraño Guisa cará», confiesa Elda, quien además se le escapan de forma natural palabras de elogio para el personal médico del INOR, especialmente para el oncólogo Tony.

También agradecida con los médicos se encuentra Virginia Núñez, quien salió agitada de Bayamo, al recibir una llamada de su hija, en la que le comunicaba que debía venir a La Habana porque entraría en trabajos de parto.

«El Gobierno de mi provincia me ayudó a trasladarme para la capital. Mi hija dio a luz una niña, hace cuatro meses. Se llama Ana Carla y fue mi alegría durante los días que se puso la cosa mala por la pandemia. Me dediqué a cuidarla para que mi hija y su marido pudieran trabajar», asegura.

Virginia mira el reloj una y otra vez. Dice que su madre, de 83 años, la llama cada día preguntándole cuándo volverá a Manzanillo. «Lo que más deseo es abrazarla», revela.

Ante la pregunta ¿qué te llevas de estos meses de estancia en la capital?, Virginia fue enfática al responder que, contrario a lo que ella pensaba, aquí la gente es muy atenta. «El Gobierno de La Habana ha sido servicial y eficaz, no nos hemos sentido olvidados. No albergo queja alguna de las autoridades de esta provincia».

Aunque Ana Carla volverá a sentir el cariño de su abuela muy pronto, Virginia se siente contenta de regresar a Manzanillo. Lleva en el celular un montón de fotos de la más nueva miembro del clan, para que todos la contemplen con orgullo.

Lecciones

Al filo de las cuatro de la tarde, el equipo de reporteros de Juventud Rebelde se topó con Juan Richard García, un joven deportista que se encuentra atrapado en La Habana, desde hace ocho meses. Él es un púgil y estudia en la Academia Provincial de Boxeo de Granma. Para alguien activo y acostumbrado a ejercitarse de forma cotidiana, el encerramiento por la COVID-19 ha sido un hándicap.

«La inacción de aquellos días me hizo subir de peso, ocho kilos, y mi división es la de 65 kilogramos. En esta última semana aproveché para hacer una rutina de ejercicio más intensa, pero al llegar a mi provincia debo retomar los entrenamientos con rigor».

Entre las lecciones que la pandemia dejó a su bitácora personal están el autocuidado, la responsabilidad, el valor de las relaciones familiares y aprovechar los momentos felices que te depara la vida.

Nada muy distinto de lo que considera Haydeé Martínez son los saldos positivos de la COVID-19. «La cuarentena me permitió convivir más con mi papá, con mis hermanos y con mi familia paterna; uno a veces anda presionado por el tiempo, pero hay que enfocarse en las personas y momentos que verdaderamente importan».

Haydeé tiene 18 años y se encuentra a punto de culminar su 12mo. grado. Cuando retorne a Bayamo planea hacer las pruebas de ingreso para estudiar alguna carrera, porque según ella el coronavirus la hizo pensar en su futuro como nunca antes.

Suandys Dayán González afirma que «el coronavirus tiene la cara fea». Aunque se siente afortunado de no haberlo vivido en carne propia, lamenta que algunas personas hayan tenido que experimentar una batalla desigual contra ese enemigo silencioso.

En marzo, arribó a La Habana, en compañía de su hermana. Ambos estuvieron hasta ahora, cuando se pueden marchar a sus casas por una gestión del Gobierno.

Cuando regrese a Manzanillo, Suandys planea proseguir sus estudios en 2do. año de técnico medio de Albañilería y a la par no apartarse de su pasión mayor: la pelota; el prospecto integra la Liga Juvenil de su territorio.

«La COVID-19 me hizo más responsable y me enseñó a cuidarme solo y a cuidar a mis hermanas», asevera el muchacho de 17 años. «Lo que más extraño de Manzanillo es el olor a mar. Aunque aquí hay un malecón grande, no lo cambio por el de la perla del golfo».

Solidaridad, Soledad...

Yumicelis Aleaga amamanta a su pequeña hija en uno de los asientos de la sala A en la terminal de trenes La Coubre. A su lado se encuentra el hijo mayor, Diego, de ocho años. Los tres se preparan para en menos de 45 minutos partir en dirección a la Ciudad Monumento.

Nos relata que de sus 29 años lleva 15 viviendo en La Habana, pero que no olvida sus raíces orientales. «El encuentro con mi familia va a ser algo bonito. Están desesperados por verme, no voy hace muchísimos años. Pienso estar hasta enero por allá y pasar el fin de año. Tremendo alegrón que les voy a dar y ellos a mí».

Si tuviera que resaltar algo positivo que dejó este 2020 y su empecinada pandemia, Yumicelis nombraría la solidaridad. «Fuimos mucho más humanos. Fue reconfortante ver a jóvenes de mi edad e incluso más bisoños dedicarse a tareas de voluntariado en hospitales y centros de aislamiento, así como llevar alimentos y medicinas a los más vulnerables. La palabra de este año en Cuba es solidaridad».

A Martha Soto le cambió la vida desde que su tía enfermó en 2015. Dejó su hogar en Bayamo para mudarse a la capital. Cuidó a la anciana hasta que falleció hace menos de un mes, por afecciones no vinculadas al patógeno Sars-CoV-2.

Su vocación de enfermera le permitió a Martha, de 48 años, dedicarse con toda el alma a su tía. Sin temor asumió el desafío, pero ahora posee un miedo más grande. «Tengo cuatro nietos, de los cuales solo conozco a la hembra. El choque, a mi regreso, va a ser fuerte porque ellos solo me han visto por videollamada.

«También veré nuevamente a mis hijos, a los cuales no he abrazado en cinco años. ¿Te imaginas lo que eso significa para una madre? No sé cómo voy a poder contenerme para no llorar. Yo sí tengo que empezar una nueva vida, comenzar de cero», narra Martha.

Sentada en uno de los escalones del salón de espera y agarrando un bolso negro, estaba Ceferina Gutiérrez. A todo el que pasa cerca de ella le pide que preste atención para que no choquen con el bolso porque tiene una pieza frágil dentro. Cumplió en este septiembre cinco años de venir a La Habana para cuidar a su mamá.

Acá pernocta unas semanas y luego regresa a Campechuela, de donde ella es originaria y donde están todos los suyos. Hace seis meses llegó a la capital junto a su esposo. Luego el coronavirus trastocó todo y no pudo volver a su pueblo natal. A principios de octubre, el destino se ensañó con ella. El marido falleció súbitamente de muerte cerebral.

«Él hubiese querido que lo enterraran en Campechuela, por eso lo llevo aquí conmigo (refiriéndose a sus cenizas resguardadas en el interior del bolso). Para la familia ha sido una pérdida dura —nos dice mientras se le aguan los ojos— pero allá le vamos a dar su último adiós todos juntos».

Meta

A las 5 y 27 p.m. el tren arribó a la terminal de La Habana. Con organización, los pasajeros comenzaron a subir a cada coche, previa desinfección de manos y equipajes. En el vagón 12, la ferromoza Mercedes Mora, con más de 34 años de experiencia en el trabajo de Ferrocarriles de Cuba, recibe con mucha cordialidad a sus viajantes y chequea los boletines.

Luego de darle las buenas tardes les explica que los bultos pesados se deben colocar al pie del asiento para no molestar a los compañeros y que no se puede extraviar el papel del PCR negativo. Con paradas para revisión técnica en Santa Clara y Camagüey, y sin recogida de pasajeros en terminales intermedias, el tren se debió demorar unas 17 horas en llegar hasta Manzanillo, si todo salió según lo previsto.

Antes de retirarnos, el equipo de Juventud Rebelde ayudó a uno que otro pasajero en la carga de los equipajes hacia el interior del tren; entre ellos Ceferina, quien agradeció a la juventud por su empuje y consagración en todos estos meses de aislamiento social.

Nos dio tiempo a conversar con una muchacha antes de que partiera el tren de los coches chinos. Para nuestra sorpresa, supimos que Yaquelín Muñoz se encontraba hace poco más de un año en la capital para cumplir con el Servicio Militar Voluntario Femenino.

Yaquelín vivió gran parte de su año de servicio militar participando en el enfrentamiento a la COVID-19, como personal de la unidad de la Policía Nacional Revolucionaria del municipio de Centro Habana, en Zanja. «Esto fue algo increíble. Agradezco mucho esa experiencia pues me ayudó a fortalecerme, aprender a ser responsable y a tener sentido de pertenencia.

«Mi familia siempre me apoyó, y eso lo hizo todo más fácil. No quepo de la contentura porque sé que estaré pronto con ellos, nada se compara con regresar a casa. El 2 de febrero ya comienzo mis estudios en la Facultad de Ciencias Médicas de Bayamo», expresa, con un brillo especial en los ojos, la joven de 19 años.

Ahora Yaquelín sabe que está más cerca del esperado abrazo con su familia y de un nuevo comienzo… «En el futuro seré geriatra, pues Cuba posee un alto índice de envejecimiento poblacional y de las cosas que aprendí en el SMVF es a ser altruistas y profesionales útiles para el país».

A medida que nos alejamos del andén, pienso en que ni siquiera un año fatal como el 2020 ni una pandemia asoladora como la COVID-19, han podido arrebatarles a los cubanos sus anhelos, sus ganas de seguir adelante y de rencontrarse con los suyos y con ese sentimiento llano que solo se experimenta con la vuelta a casa.

¿Cómo se organizó el retorno en tren de las personas varadas?

 

  • El Consejo de Defensa Provincial de La Habana, de conjunto con el Ministerio de Salud Pública, la Dirección Provincial de Transporte, la empresa Viajero, la Unión de Ferrocarriles de Cuba y los consejos municipales de defensa, garantizaron el retorno gradual o escalonado de los residentes en otros territorios del país, que se contabilizaban en más de 9 800 personas.
  • El contacto con los ciudadanos varados estuvo a cargo de las Oficinas de Atención a la población, del Poder Popular en cada municipio.
  • Previo al viaje, el pasajero debió someterse a una prueba de PCR como condición indispensable para abordar el transporte, siempre y cuando diese negativo. A cada persona se le indicó el policlínico escogido para la realización de la prueba y se le informó fecha y hora en que se realizaría el viaje.
  • Los viajes iniciaron el viernes 9 de octubre, en días alternos hasta el 17 de octubre. A partir de esta última fecha las salidas iniciaron diariamente hasta el 23 de octubre.
  • Antes y durante el trayecto se continúa la observancia con rigor de las medidas sanitarias, que incluyen: uso obligatorio del nasobuco, lavado frecuente de las manos, limpieza minuciosa de los coches, toma de la temperatura, aseguramiento de gel antibacteriano y otros insumos dispuestos para la desinfección de las manos.

 

Para trasladarse a sus provincias, antes y durante el trayecto, los viajeros tuvieron que cumplir las rigurosas medidas sanitarias establecidas en el país para enfrentar el coronavirus. Fotos: Abel Rojas Barallobre

 

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