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Muere el famoso flautista cubano Richard Egües

Sonados números de su autoría como El bodeguero, Sabrosona, Bombón cha y El Cuini, son patrimonio del mundo

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

Richard Egües. Foto: Gerardo Arreola No es que la flauta en Cuba vaya ahora a enmudecer, pues ahí están los seguidores del gran Richard Egües: José Luis Cortés, "el Tosco", Orlando Valle, "Maraca", Jorge Leliebre, Germán Velazco..., pero es como si con la muerte este viernes del maestro se cerrara un capítulo esencial dentro de la tradición de este instrumento en la Isla.

Y es que Richard Egües logró, con ese modo tan peculiar de extraer armonías de una expresividad insólita, ubicarse en la cúspide de la cultura cubana, al evidenciar en cada una de sus presentaciones que la suya era una flauta plural desde el punto de vista rítmico. Solo que la genialidad de este músico no se reduce a la fluidez melódica que distinguían a sus solos, sino que compuso piezas que hace mucho tiempo dejaron de ser propiedad de Cuba para ser patrimonio del mundo.

Ese fue el caso, por ejemplo, de su archiconocido El bodeguero, que recorrió medio globo terráqueo gracias a la irrepetible orquesta Aragón, y fue aclamado en la otra mitad por la versión que de este hiciera el gran Nat King Cole, en su español algo torpe, pero muy pegajoso. Sin embargo, ese no fue el único chachachá que se adueñó de su cabeza y le provocó insomnio, porque Egües ideó sonados éxitos como Sabrosona, Bombón cha, El cerquillo, El Cuini... «Mis números no llegan a cien, dijo una ocasión, pero todos dieron la talla».

Como autor, a Egües le interesaba que sus textos tuvieran el sabor a pueblo; y como intérprete, ejecutaba las piezas empeñado en comunicarse con los bailadores, ofreciendo en cada ejecución una clase magistral. Así, si defendía los temas que Enrique Jorrín le había cedido a Lay, como Pare, cochero, Cógele bien el compás y Me lo dijo Adela, o si redondeaba los que surgían dentro de la propia agrupación, Richard acudía a melodías famosas —lo mismo a fragmentos de canciones infantiles como de música clásica—, que imitaba a los cantantes. Y el efecto siempre era similar: la gente salía silbando lo que le escuchaba. Era imposible que el sonido no quedara fijado en la memoria.

Eduardo «Richard» Egües Martínez, quien llegó a ser uno de los símbolos de la charanga fundada por Orestes Aragón y que luego pasara a manos de otro grande, Rafael Lay, nació en Cruces, en 1923. El ambiente familiar contribuyó a que aprendiera a tocar piano, guitarra, saxofón y clarinete. Fue antes de incorporarse a la Aragón, cuando encontró el instrumento de su vida.

Arreglista de talla extra, al punto de que sus novedosas propuestas dentro de la Aragón llevaron a que los músicos fueran considerados «los estilistas del chachachá», este Premio Nacional de la Música.

Músico versátil y de gran sensibilidad, si en los años 50 era convidado como solista a las famosas «descargas» que se realizaban en La Habana, en los últimos tiempos, después de abandonar su proyecto por problemas de salud (estuvo en la Aragón hasta 1984), este creador, distinguido con la Orden Félix Varela, era invitado por artistas de primera línea como Chucho Valdés para que siguiera iluminando los temas con sus mágicas improvisaciones, como sucedió en Tres lindas cubanas cuando grabó con el destacado pianista Rubén González y el Buena Vista Social Club.

Mas, ya no está físicamente Richard Egües entre nosotros. Sin embargo, generaciones y generaciones de cubanos seguirán entonando: Toma chocolate, y paga lo que debes.

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