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Estrenará destacado coreógrafo cubano nuevo ballet

Iván Tenorio, uno de los imprescindibles de la danza en el país, estrenará Teseo y el Minotauro, un ballet anecdótico, según dice a Juventud Rebelde

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

Iván Tenorio nació para ser coreógrafo. Pudo haber sido artista de mil maneras, pero la coreografía es su esencia, su alma. Su nombre integra la nómina de los imprescindibles cuando se hace referencia a la cultura cubana y, sobre todo, al Ballet Nacional de Cuba. Ahí están para demostrarlo, por solo mencionar algunas de sus creaciones, La casa de Bernarda Alba, Rítmicas, Estudio para cuatro y Leda y el cisne; obras que han resistido incólumes el paso del tiempo y, sin embargo, continúan frescas, agraciadas, como si las hubiese concebido ayer.

Lo triste es que, al parecer, Iván Tenorio apura a sus musas de Festival en Festival. En la pasada cita habanera se presentó, bajo su autoría, Piezas del tiempo, con música de Phillipe Glass, pero entre esta pieza y el año 1995 hubo un aparente descanso creativo (al menos en Cuba), aunque subieron a escena coreografías suyas, como para mantenerlo activado en nuestra memoria. Ahora llega a esta vigésima edición con Teseo y el Minotauro, «un ballet temático, anecdótico», según dice, aunque recalca que este hecho no lo disminuye.

«Lo interesante está en la forma como se cuenta la anécdota, que se puede hacer de mil maneras. Por lo demás, el lenguaje es más contemporáneo que otras formas de hacer. Y lo más sugerente es contar el mito mismo de Teseo y el Minotauro, pero, al mismo tiempo, aprovechar para exponer mis ideas sobre la eterna confrontación entre civilización y barbarie».

Un cuerpo de baile de diez hombres integrado por bailarines de la más reciente graduación de la Escuela Nacional de Ballet, que ahora forman parte del BNC, «con quienes trabajé de maravillas, con una rapidez ya casi no acostumbrada en las compañías de ballet», acompañarán a la primera bailarina Anette Delgado, quien vestirá a Ariadna, así como a Elier Bourzac o José Losada (Teseo) y a Miguelángel Blanco (Minotauro).

Con escenografía y diseño de vestuario de Ricardo Reymena, en Teseo y el Minotauro Iván utilizará algunas canciones griegas antiguas, orquestadas por Vangelis, donde se podrán escuchar, por momentos, la voz de la afamada actriz Irene Papas. «Con el Departamento de Sonido del BNC se hizo una labor muy meticulosa con esas hermosas composiciones que me hicieron llegar. De ese modo se logró la música para esta coreografía de unos 21 minutos».

A decir verdad, no era esta la obra que Tenorio quería estrenar en este 20 Festival, sino La ronda, basada en una obra de teatro con la cual trabajó en las décadas de 1970 y 1980, haciendo la asesoría de movimiento para Teatro Estudio. «Pero era mucho más complicado —comenta. Necesitaba una partitura y no había tiempo suficiente para hallar con tanta premura al compositor que la hiciera, y que su propuesta cumpliera con las exigencias danzarias, artísticas y dramatúrgicas. Y claro, no deseaba emplear recortes de música. Por otra parte, te imaginarás lo difícil que resulta trasladar un libreto de este tipo al ballet. Ese proyecto me tomó cerca de un año, y aún no está terminado. Vive un proceso de cambios permanentes. Será para el año que viene».

Para realizar Teseo y el Minotauro, que se pondrá a consideración del público y la crítica el venidero 1ro. de noviembre, a las 8:30 p.m., en la sala García Lorca, del Gran Teatro de La Habana, Tenorio se inspiró en la pieza de teatro homónima escrita por Nikos Kazantzakis. «Este mito me atrajo desde que descubrí la obra hace unos 20 años.

«Siempre me ha atraído la mitología, sobre todo, la griega. Los mitos están como en el subconsciente o en la memoria colectiva del ser humano. En Cuba, por ejemplo, tenemos algunos, el más famoso es el del güije, pero ha sido muy explotado en el ballet cubano. Sin embargo, este es un tema que me ha gustado tratar. Una muestra de ello son La muerte de Narciso, realizado a partir del poema de Lezama Lima; Leda y el cisne y Hécuba».

La casa de Bernarda Alba, una de sus creaciones más aplaudidas. Foto: Nancy Reyes En los programas de mano de diversas funciones de compañías de Francia, República Checa, Eslovaquia, Uruguay, México, Colombia, Guyana o Japón, se puede leer el nombre de este maestro poseedor de la Distinción por la Cultura Nacional y de las medallas Alejo Carpentier y Raúl Gómez García. Y sin embargo, quizá los más jóvenes en nuestro país solo lo asocien con Rítmicas y La Casa de Bernarda Alba. No obstante, Iván, con la modestia que lo caracteriza, asegura que existen otros que todavía son «salvables»: Leda y el cisne, Estudio para cuatro, Hamlet, Hécuba...; obras que en su momento fusionaron armónicamente la técnica más avanzada de la danza contemporánea con el lenguaje del ballet clásico. Y ese rasgo no solo distinguió su quehacer, sino el de coreógrafos de la talla de Gustavo Herrera y Alberto Méndez.

«Los tres somos de una generación anterior a lo que se empezó a denominar Postmodernismo en la danza y, desde luego, respondemos a esa ética y a esa estética también. Pero, indiscutiblemente, somos coreógrafos de estos tiempos, pues el lenguaje del ballet no es algo muerto, está en constante desarrollo».

—En los inicios de la conversación usted hizo referencia a Teatro Estudio. ¿Cómo se enlaza esta importante institución cultural con el BNC?

—Déjame explicarte: Teatro Estudio fue mi segunda oportunidad. Yo era alumno de Adela Escartín, una gran actriz española que estuvo muchos años viviendo en Cuba y fundó la sala de teatro Prado 260, así como una escuela de actuación. Allí fue mi debut profesional en Arsénico y encaje antiguo. Después viajé a Estados Unidos y, cuando regresé en 1961, comencé a trabajar en Teatro Estudio. Solo que siempre me ofrecían los papeles de los galanes, de la gente que se movía bien, lo cual me molestaba tremendamente, hasta que decidí dar el salto. Claro, detrás de ese salto había varios años de estudio de ballet y danza moderna, lo mismo en Cuba que en Norteamérica.

«Más tarde me uní a un grupo de danza contemporánea, que solo duró tres años, y dirigía Guido González del Valle. Era una compañía donde existía un taller, en el que se impartía ballet, literatura, artes plásticas..., una serie de cosas que se han perdido en las compañías. Era un entrenamiento muy fuerte y aquello me permitió, en 1965, cuando ese colectivo fue disuelto, hacer una audición en el BNC y entrar como bailarín de cuerpo de baile.

«Desgraciadamente, entre 1965 y 1967, dados mis conocimientos de danza moderna, los roles que me ofrecían se enmarcaban dentro de ese estilo: Calaucán, del chileno Patricio Bunster, recientemente fallecido; Hiroshima, del director del Ballet Nacional de Praga; El güije, de Alberto Alonso... Y sucedió que, en 1967, tuvo lugar el segundo y último taller coreográfico del BNC, donde concebí mi primer ballet: un pas de deux que se llamó Adagio para dos. Sin embargo, estuve siete años sin montar otra coreografía. Pero me fui para Camagüey —me dividía entre las dos compañías—, donde emprendí con más sistematicidad mi labor como coreógrafo. Y el resto ya lo conoces...».

—Muchos miran con miedo el futuro de la coreografía en Cuba. ¿Cómo lo ve Iván Tenorio?

—Mira, yo creo que el movimiento coreográfico en Cuba de los años 70 y 80 fue tan fuerte —tanto en danza moderna como en la clásica—, que será difícil de superar. Por lo menos, excepto Eduardo Blanco, en lo que respecta al BNC, no hay nadie en este momento que pueda constituir un relevo. La coreografía no se puede enseñar, en todo caso, se podrá dar algunas nociones de composición, movimiento, de leyes básicas que se pueden alterar pero que no cambian. Así que no sé cuál será el futuro. No diría que es una crisis, sino que es algo sobre lo que no se ha planteado ninguna forma de revitalización, no se está teniendo en cuenta qué va a suceder dentro de 15 años. Y eso es muy importante.

«Estamos quedando un poco rezagados. La coreografía es un arte muy cambiante, pero con ella no sucede como con otras artes que se mueve una piedra y surge un coreógrafo. Hay que experimentar, hay que investigar, hay que meter la pata para lograr algo valedero algún día. Esa práctica es vital».

—Después de 41 años en el arte, ¿está convencido de que lo mejor fue dejar la actuación para asumir el ballet como profesión de vida?

—Creo que sí, porque me he desenvuelto bien en el mundo de la danza hasta donde he podido. No obstante, no he abandonado el teatro, pues he dirigido zarzuelas (Amalia Batista) y varios otros espectáculos, así como óperas y teatro. Sin embargo, me gusta más la labor de coreógrafo.

«El ballet me lo ha aportado todo. Yo he recibido de la compañía más de lo que le he entregado. El BNC es una escuela desde todos los puntos de vista: en él aprendí, decididamente, la disciplina, el rigor, y no solo la danza, sino el teatro absolutamente: desde cómo se mueve la maquinaria del teatro hasta cómo sentar al público en un lunetario. Eres profesor, ensayador, bailarín, coreógrafo... Eso es cierto. ¿Por qué crees que los bailarines del BNC tienen tanto éxito? Porque lo conocen todo, algo que no sucede en ninguna otra parte del mundo. Y eso no tiene otro nombre que escuela».

 Del Festival

Gran Teatro de La Habana: hoy, 8:30 p.m., Gala Inaugural con la pieza Mozart divertimento, de Alicia Alonso. Mañana, en el mismo horario, Segunda sinfonía de Johannes Brahms y El día de la creación, por el Ballet Nacional de Cuba; El corsario, interpretado por Anette Delgado y Rómel Frómeta; Prólogo para una tragedia, por Yolanda Correa y Maximiliano Guerra. Teatro Nacional: domingo, 5:00 p.m., Giselle, por las primeras figuras Bárbara García y Joel Carreño. Teatro Mella: domingo, 5:00 p.m., Final obligado, Fatum, Pas de six y Carmen, por el Ballet de Camagüey

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