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El alma en una canción: Compay Tercero

Cantando melodías, Juan Javier se siente fuerte para, con sus 70 años, ser el jardinero del Instituto Nacional de Periodismo José Martí

Autor:

Juventud Rebelde

Apenas podría notarse su presencia si dependiera de la estatura. Es pequeño y menudo. Sin embargo, cada mañana se advierte su llegada. Y es que ese andar presuroso viene acompañado por la fuerza de su voz. Los ojos negros, expresivos, se descubren entre las arrugas del rostro y los labios dibujan una sonrisa sincera. La simpatía y la sencillez son cualidades inherentes a este hombre en el que la juventud se detuvo, a pesar de que sus manos reflejan el maltrato del tiempo.

Juan Javier Cruz no aparenta 70 años. Trabaja hace dos años como jardinero en el Instituto Internacional de Periodismo José Martí, y dice sentirse fuerte todavía. Pocos podrían imaginar que este humilde anciano atesore tantos sueños.

Su nombre de pila es Juan, pero prefiere que lo llamen de otro modo: Compay Tercero y nada más. «Ese soy yo».

Se acerca al jardín al tiempo que tararea melodías lejanas. Recoge con rapidez las hojas secas que han caído al suelo, sacude sus manos y camina hacia mí. Lo espero en el banco de la entrada para comenzar la charla acordada.

—Juan, ¿por qué Compay Tercero?

—Ya no me llame Juan, dígame Compay para entendernos mejor. Me gusta mucho la música, es como una parte de mí. Siempre estoy cantando y quizá por eso mis amigos me cambiaron el nombre. Lo cierto es que se me quedó y ya no quiero otro. Honor que me hace ser Compay Tercero. De alguna forma eso significa que me parezco a Compay Segundo.

—¿Desde cuándo siente predilección por la música?

—Desde niño. Cantar era mi juego favorito. Amo la música, es como mi novia. Canto en público desde los 19 años.

—¿Dónde ha cantado?

—En muchos lugares: en emisoras como Radio Progreso, Cadena Habana, Radio Mambí, donde integré el grupo de artistas nacientes, y en otras como Onda del Trópico, Radio Lavín y CMQ.

—¿Tiene conocimientos elementales de música?

—No muchos, pero pude alcanzar el segundo año de solfeo.

—¿Solo se ha dedicado al canto y la jardinería?

—Mis manos me han sido muy útiles. Tengo 70 años y ya he hecho todo lo que se puede hacer: panadero, dulcero, carpintero y ahora jardinero. Mi vida la he dedicado al arte y al trabajo.

Estas últimas palabras lo llenan de emoción. Levanta la mirada y deja ver en sus ojos un brillo especial, que delata el placer eterno de quien está conforme consigo mismo.

—¿Forma parte de alguna agrupación actualmente?

—Sí, hace cinco años que integro el conjunto Ignacio Villa, Bola de Nieve.

No puede esconder su regocijo. Se quita el sombrero con cuidado y para nuestra sorpresa entona unos versos:

«Suenan las campanas de la iglesia/ y mi corazón me hace tic tac. / Suenan las campanas de la iglesia/ Anunciando que te vas a casar».

—¿Cuál es su instrumento favorito?

—Me encanta el piano, pero en el grupo toco las maracas y el güiro.

—¿Momentos inolvidables para Compay Tercero?

—En una ocasión canté junto a Ibrahim Ferrer. Imagínate, fue muy bueno. También recuerdo cuando conocí a Pacho Alonso en una fiesta que hubo en su casa. Me sentí muy orgulloso de haber estado ahí.

—Compone sus propias canciones, ¿en qué se inspira?

—En todo lo lindo y bueno. En las mujeres, en las flores y en el mar.

—¿Qué significa el mar para Compay?

—El mar es lindo, creo que a todo el mundo le gusta. A mí me da paz.

—¿Se siente joven?

—Creo que mientras la voz me dure nunca me pondré viejo: la juventud la llevamos dentro.

—¿Algún sueño especial?

—Triunfar en mi canto, porque en el amor soy fatal.

—¿Qué opina de la vida?

—Que digan lo que digan la vida es felicidad. Por esa sola razón hay que vivirla.

—¿A quién admira?

—Mi ejemplo es Fidel. Él es lo más grande que tiene Cuba. Yo lo admiro y lo respeto. Es un hombre sabio y preparado.

—Y Cuba, ¿qué significa?

—Es mi tierra y eso es lo más importante. Soy cubano de pura raza y eso nadie me lo quita. Cuba es lo primero.

La cubanía recorre sus arterias. En sus venas mezcla la sangre mexicana de la madre con la cienfueguera del padre.

Compay Tercero sueña con ser grande y ya lo es, porque la sencillez engrandece a los hombres. Le pedí una fotografía e insistió en que fuera cerca del Apóstol. La brisa de la tarde comienza a soplar y arrastra la hojarasca. Se despide con un gesto de afecto y se marcha cantando con nostalgia unos versos: «Hasta mañana vida mía, / Qué tristeza tenerte que dejar/ Hasta mañana en que mis labios,/ Te puedan con un beso saludar».

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