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Viuda de Rodolfo Walsh recuerda al periodista y escritor argentino

Lilia Ferreyra vivió al lado del hombre que se atrevió a hablar en tiempos de la dictadura militar en Argentina, cuando la palabra permanecía ahogada en sangre

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 Muchos jóvenes asistieron a la presentación de Operación Masacre, en La Cabaña, durante la Feria Internacional del Libro Cuba 2007. Foto: La Jiribilla LILIA Ferreyra habla desde la memoria. No ha estudiado a Rodolfo Walsh: vivió a su lado. Conversar con ella es desandar, con una guía de lujo, los pasos terrestres de un periodista, un escritor, un militante, un hombre que se atrevió a hablar cuando la palabra permanecía ahogada en sangre, silenciada contra una pared cualquiera en Argentina. Mirar sus ojos claros es sentir que puede hacerse algo bueno todos los días, amar la vida y tener la vida para poder amar.

—¿Por qué pensaba Rodolfo que ser escritor era un oficio violento?

—Eso lo dijo en 1965. Había regresado de La Habana, donde trabajó dos años en la agencia Prensa Latina. Él consideraba que era violento el oficio de escribir porque, a su juicio, la literatura era un avance laborioso a través de la propia estupidez. Esa violencia del escritor era también una violencia interna, íntima, para resolver sus propias perplejidades, y por otro lado, desde su concepción, la escritura, sobre todo a partir de sus investigaciones periodísticas, interpelaba a la realidad y podía de algún modo modificarla.

—Muchos consideran que en 1957 —ocho años antes de que apareciera A sangre fría, de Truman Capote—, Rodolfo Walsh llevó a su apogeo el relato testimonial (o no ficcional) con Operación Masacre, investigación periodística que puede leerse como una gran novela. ¿Qué elementos reconoce en esa obra que confirman tal criterio?

—Eso está absolutamente reconocido por críticos literarios, lectores, políticos e historiadores en Argentina. Operación Masacre no es un antecedente de A sangre fría, sino que se le anticipa, porque es la investigación en la que no solo se busca descubrir, revelar o encontrar a los culpables. Es también una manera de concebir la literatura testimonial o de denuncia de modo que los personajes sean el eje central del relato.

—Dijo Walsh: «Mi relación con la literatura se da en dos etapas: de sobrevaloración y mitificación hasta 1967, cuando ya tengo publicados dos libros de cuentos y empezada una novela; de desvalorización y paulatino rechazo a partir de 1968, cuando la tarea política se vuelve una alternativa... ¿Cree que Rodolfo abandonó la literatura para dedicarse al periodismo, o que más bien nunca dejó de hacer literatura?

—Nunca dejó de hacer literatura, pero partiendo de una concepción de la misma que abarca también al periodismo, al testimonio, no solo a la literatura de ficción, sino también a la de no ficción. En ese sentido, su compromiso militante se asentó en su oficio de escritor y periodista porque a partir del año 68 él empieza a integrarse a proyectos políticos de liberación de nuestro país. La escritura es algo que está en la esencia de Rodolfo como hombre, como militante y como intelectual.

—¿De qué manera usted era cómplice de su escritura?

—Mi mayor complicidad era mi oído, porque Rodolfo confiaba mucho en mi sentido rítmico de la oración, de la frase, y en la carga emocional. Yo cumplía un rol como de armonía o de equilibrio si había un exceso de adjetivación o si al leer una frase quedaba renga desde el punto de vista rítmico. Siempre que Rodolfo leía o escribía algo, me tenía que sentar a escuchar esa pieza. Sobre todo, se dio en la escritura de la Carta a la Junta Militar, la cual fue pulida línea a línea. Como yo intervenía desde mi oído en su escritura puedo recordar y están en mi memoria algunos párrafos y algún hilo narrativo de los cuentos que robaron de nuestra casita en San Vicente después de su muerte.

—García Márquez calificó la Carta de un escritor a la Junta Militar como una obra maestra del Periodismo universal. ¿Cómo la valora a la luz de estos tiempos?

—La valoro y es reconocida por muchas personas en Argentina y en muchos otros lugares como el testimonio más lúcido y revelador de esa etapa de la historia de nuestro país. Y no solo por la denuncia de las violaciones de los Derechos Humanos, la denuncia de la magnitud del terror. Rodolfo consideraba que podía resultar contraproducente la denuncia del terror sin la explicación de por qué este se instala. Por eso, la Carta... no es solo la denuncia, sino también esa reflexión estratégica para explicar por qué se implementó ese terror.

—En un país en el que existía el delito de opinión, la Agencia de Noticias Clandestina (ANCLA) fundada por Walsh, buscaba burlar el cerco informativo. ¿Cómo lo conseguía?

—ANCLA era la agencia de noticias clandestina de una organización de Montoneros. Las fuentes de información eran los periodistas que trabajaban en los medios formales, y tenían acceso a información que por las condiciones de la censura no podían publicar en sus diarios. Entonces nos la pasaban a nosotros. El correo fue un gran distribuidor y después se sumaron algunas agencias extranjeras que no podían publicar en Argentina, pero sí en el exterior. De ahí venía el rebote de esas noticias desde medios públicos de otros países. No obstante, la fuente de información fundamental provenía de compañeros, algunos no pertenecientes a la organización, que querían colaborar con la tarea que hacíamos.

—Usted dijo que entre las cosas que quería Rodolfo estaban «la revelación de lo escondido» y «la esperanza insobornable». ¿Qué otros deseos enumeró su esposo en su diario?

—La furia fría. Esto define también la personalidad de Rodolfo, un hombre muy austero, muy medido, muy sobrio, pero que podía enfurecerse, sentir la indignación moral ante determinadas situaciones de injusticia. Pero esa indignación la canalizaba a través de la reflexión, por eso era la furia fría, es decir, la posibilidad de que la furia no ofuscara la manera de comprender y razonar lo que la motivaba.

—¿Qué recuerdos la asaltaron cuando supo que Martín Grass también había leído los textos inéditos de su esposo?

—Esa fue una noche muy intensa. Les contaba que yo era el oído de Rodolfo y tenía ese cuento en mi cabeza, en mi memoria. Cuando me encuentro con Martín Grass, sobreviviente de la época, nos ponemos a hablar. Él había visto el cuerpo de Rodolfo acribillado. Pero también había visto papeles suyos. Entonces yo enseguida le pregunto: «¿Y no te acordás del cuento que era de esto y lo otro?». Medio no se acordaba. Comienzo a decirle textual el comienzo de ese cuento. «Juan Antonio lo llamó su madre. Duda era su apellido. Su mejor amigo, Ansina, y su mujer, Teresa». Él se acordó y entre los dos lo reconstruimos. Fue una sensación muy extraña. Sentí que el último cuento de Rodolfo pasado en limpio tenía solo dos lectores: él y yo. Aunque también me pregunté si alguno de los represores, de los asesinos de Rodolfo, no lo había leído también. Pero eso nunca lo sabremos.

—De haber tenido la posibilidad, ¿cree que hubiese accedido a exiliarse?

—Sí, lo habíamos pensado, pero él rechazaba esa posibilidad porque creía que podíamos sortear y perdernos en el interior del país, además, en ese momento, todos sus esfuerzos estaban puestos en tratar de salvar a la mayor cantidad de compañeros. Pero sí, lo pensamos. Me dijo: «Si tenemos que salir del país, nos vamos a La Habana, es nuestra casa, es el justo lugar de la dignidad, porque ahí vamos a poder seguir peleando».

—Lilia, ¿y cómo veían la muerte ustedes, sobre todo cuando comenzó a llevarse a los más cercanos?

—Con profundísimo dolor. Después de la muerte de nuestro querido amigo Paco Urondo y de la muerte de la hija queridísima que fue para mí una de mis mejores amigas, Vicky, ese intenso dolor solo podía soportarse profundizando aún más el compromiso político y la responsabilidad de poder encontrar una salida.

—Dicen que el humor corrosivo de Walsh era producto de una inteligencia implacable y la cobertura pudorosa de un espíritu delicado y sensible. ¿Cuál es la imagen que de él prefiere?

—Ahí hay dos imágenes: una es el humor corrosivo y la otra, el espíritu delicado y sensible. Pero el humor y el espíritu no estaban escindidos en él. Era delicado para el humor, aunque en determinado momento pudiera ser corrosivo, pero si era corrosivo era porque consideraba que con quien estaba hablando era un imbécil. Siempre me pareció magnífica su capacidad de escuchar al otro y si estaba en desacuerdo con lo que el otro decía, lo discutía, pero si se convertía en imbecilidad, se callaba y se iba.

—¿Qué le contaba Rodolfo de su vida en Cuba, cuando descubrió sus condiciones de criptógrafo?

—Rodolfo era muy austero para hablar de las cosas que él había hecho. No se presentaba hablando de él mismo. Él escuchaba al otro. Y después, si surgía, hablaba de él. Pero de esa época, le había quedado como un fastidio consigo mismo, porque cuando él descifra las claves de Guatemala, lo publica en una revista de Buenos Aires. Años después me decía que eso había sido un error.

—¿Qué recuerdos le trae Cuba, La Habana, un pedazo de mundo tan cercano a Rodolfo?

—Cuando llego a La Habana es como volver a casa. Hay algo entrañable, profundamente afectivo, que está tan cruzado y que tuvo tanto peso en las decisiones de nuestra vida que, cada vez que vengo a La Habana, me emociono. No puedo evitarlo.

—Cuando supo que habían sido detenidos los culpables de la detención y asesinato de Walsh, ¿qué experimentó?

—La lentitud de los procesos históricos, pero que si se mantiene esa insobornable esperanza que quería Rodolfo, si se mantiene la furia fría, las convicciones para actuar con inteligencia y astucia y esperar que exista el momento propicio desde el punto de vista político en Argentina, puede llegarse a un juicio.

—¿Qué siente cuando contempla las estrellas?

—He vuelto al Delta argentino, he alquilado una casita con una pareja amiga y, en la noche, algunas veces, levanto la cabeza y miro ese cielo bajo el cual estuve con Rodolfo mirando las constelaciones.

—¿Continúan sus diálogos íntimos con él?

—A veces nos peleamos. Hay un diálogo interno en la memoria, pero yo soy consciente de que no puedo quedar clavada en el pasado, que hay un presente y nuestra obligación moral en todo caso es seguir peleando por un futuro de justicia.

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