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El humor: una manera de conservar la vida

Marta Jiménez Oropesa, Premio Nacional de Humorismo 2007, confiesa que siempre trata de llevar las cosas por el camino de la risa y del buen gusto

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Marta es igual a Rita. Foto: Carlos Collazo «¡Pero qué gente, caballero, qué gente!», nos dice Rita, o mejor dicho, Marta, cuando le preguntamos su edad. Como si tuviera preparada la respuesta, advierte: más de 50 y menos de cien.

Pues sí, se trata de la mismísima Marta Jiménez Oropesa, versátil actriz de la radio cubana, quien por más de cuatro décadas (hasta noviembre de 2005) fue una de las protagonistas del popular espacio Alegrías de Sobremesa, que transmite diariamente Radio Progreso.

También se le recuerda por sus personajes en novelas, teatros, espacios dramáticos y humorísticos desde el surgimiento de la televisión en Cuba. Aun así, ella continúa siendo Rita, y como tal se le conoce.

En el 2002 mereció el Premio Nacional de Radio, dos años después la condición de Artista de Mérito del ICRT y este domingo le fue conferido el Premio Nacional de Humorismo.

Rodeada de cariño y atenciones, esta dama joven de espíritu cumplirá 88 años el 25 de noviembre. Nació en la barriada habanera de la Víbora. En el arte, recibió las influencias de una tía materna y también de su padre, el célebre periodista Bernardo Jiménez Perdomo.

—¿Cómo fueron sus inicios en la profesión?

—Antes de entrar a la radio hice muchísimas cosas como artista aficionada. Trabajé en el Teatro de la Comedia y paralelamente recibí clases de voz y dicción con el profesor Pedro Bouquet de Requesén. La primera vez que subí al escenario fue interpretando a un niñito en la obra Madame Butterfly. Cuando el niño se dormía, la gente creía que era de verdad.

«Mis primeros trabajos en radio fueron con Mercedes Pinto, una escritora española residente en Cuba. Los programas los dirigía ella misma, y yo actuaba junto a sus hijos, Rubén y Gustavo Rojo, más tarde actores de cine. Hay quienes dicen que es un medio muy frío, pero a mí me fascina, porque puedes despertar la imaginación de los que te escuchan. Sin embargo, en la televisión esperas ver algo diferente a lo que muestran y te decepcionas.

«A inicios de los 40, formé parte de la nómina de Crusellas y Compañía. Ellos me buscaron porque ya me había graduado como locutora. Fui la encargada de anunciar muchos de sus productos. Los leía justo antes de decirlos en vivo. Si me equivocaba, perdía el contrato».

—¿Qué programas tienen mayor significación para usted?

—En una novela hice un personaje que se llamaba Chela Ferrer. Entonces era todavía joven y, sin embargo, representé a una mujer madura. El público ya me conocía como la Juana de Tarzán, que se mantuvo largo tiempo en el aire. Empezaba con un grito: «Tamanganí» (ríe). En el elenco estaban Enrique Santiesteban, que hacía de Tarzán; Alejandro Lugo, de Wali, y Bernardo Menéndez, Tarzanito. Esa fue una época floreciente, y la serie gustó mucho. Salía en vivo desde la CMQ de Monte y Prado.

—De los grandes directores que tiene la radio ¿quiénes han influido más en su formación como actriz?

—No sería correcto que mencionara alguno. Sí puedo decir que con todos he tratado de aprender, y eso me ha servido no solo para superarme, también para enseñar. Siempre que pueda aportar a los que se me acercan, lo hago. Antes estaba desesperada por aprender y aprender; después, por transmitir.

—De los actores masculinos con que ha compartido papeles protagónicos, ¿a quiénes recuerda especialmente?

Con Idalberto Delgado haciendo Alegrías de Sobremesa el 29 de abril de 1973 en el Anfiteatro de La Habana. Foto: Cortesía de la entrevistada —Permítanme destacar tres nombres: Enrique Santiesteban, Idalberto Delgado y Alejandro Lugo. Con todos ellos trabajé, y mucho. El grupo era muy bien llevado, tratábamos de ser mejores y que nuestros espectáculos tuvieran calidad.

—¿Con qué personajes se identifica más?

—Me encantó la posibilidad de participar en programas humorísticos. Había un personaje cuya presentación era así: «yo soy Cachita Bolaños y Sarduy, más conocida por batidora, por lo que agito; pero también me dicen jarro de leche, porque si me calientan, me boto». Hacía de «chusma» y yo no lo era, era actriz. Por la calle muchos me llamaban por ese nombre. En esa época no había televisión, pero si me escuchaban conversando con alguien, enseguida reconocían mi voz. Conservo una revista donde mi foto está acompañada de un cartelito que reza: La chusma de Radiocentro. También recuerdo a Martica Bolota, «la que al ver un pantalón, enseguida se alborota».

«Casi siempre me tocó asumir papeles que antes hacían otras actrices. Rita, por ejemplo, originalmente lo interpretaba Carmelina Bandera, quien por razones de trabajo lo abandonó. Al principio los radioyentes no estaban conformes con mi entrada. No tenía experiencia en ese tipo de programa».

—¿Qué significó para usted la CMQ?

—Mi cuna. Empecé en otras emisoras pequeñas, pero allí fue donde por primera vez firmé un contrato y trabajé fija. Hice un programa de sucesos, con personajes diferentes todos los días. Si hoy interpretaba a una anciana estropeadita, al día siguiente era una «salsosa», o una mujer «mala». Si no lo hacía bien, se me caía la «pasta». Había que desdoblarse, porque con un solo personaje no podías vivir.

—¿Qué cree haberle dejado a la radio y qué ha dejado la radio en usted?

—Todo. Desde que comencé, la adoro. Siempre creí en ella, por eso nunca la despreciaré. Hay quien dice que es solo leer ante el micrófono, pero si no interpretas lo que lees, no sirve. Por el contrario, si sabes adentrarte en un personaje, el público es capaz de «verlo». Respeto los otros medios, pero mi universo es la radio; en ella me formé. He trabajado como he querido y tengo una recompensa muy grande: por donde paso, la gente me conoce, me respeta, se interesa por mí. Mientras tenga voz y espejuelos bien graduados, quisiera trabajar. La radio no morirá.

—¿Qué tienen en común la Rita Palanganillo de Alegrías de Sobremesa y Marta Jiménez Oropesa?

—Rita es igual a Marta, una mujer cubana, sencilla, de estos tiempos, con sus pro y sus contra. No me costó ningún trabajo armarla; es la vida, soy yo misma. En la calle soy Rita. Y yo contesto cuando me llaman de ese modo. Marta es Rita y Rita es Marta.

—¿Improvisaba Rita?

—¡Qué va! Siempre me ajusté a lo que decía el libreto. Hay actores, sobre todo humoristas, que incluyen las llamadas morcillas, pero yo, jamás en la vida.

—¿A qué se debe el éxito de ese programa por más de 40 años?

—A su escritor, Alberto Luberta, porque tener listo un libreto diario no es fácil, y si a esto le sumas darle una caracterización a cada personaje, mucho menos. Es muy inteligente y tiene la virtud de tomar las cosas que suceden en la bodega, el puesto de viandas, las guaguas y hasta en su propia casa para llevarlas al papel. Ese es el gran mérito de Luberta, y quizá por eso Alegrías de Sobremesa gusta tanto. Es un programa que se escucha dos veces al día en toda Cuba. Es humorístico, pero no forzado, sino un humorismo bien logrado.

—¿Cómo pudo una mujer, al mismo tiempo, protagonizar espacios diarios en la radio y la TV, hacer teatro, conducir y dirigir programas y apoyar con sus saberes a los noveles artistas?

—Eso llenó mi vida, y la sigue llenando. Dediqué todas mis fuerzas a esta profesión, y sí me alcanzó el tiempo. Durante muchos años impartí clases de voz y dicción. Mi primera alumna fue Paula Alí. Estaba de extra y para ayudarla, la entrené y le puse ejercicios. Cuando le hice las pruebas me pareció que tenía talento; solo había que desarrollarlo. Cuando la veo en novelas, películas y programas como Punto G, me siento orgullosa de ella. También lo hice con Maggie Castro, Irela Bravo, Jorge Villazón, Julio Alberto Casanova, entre otros. Toda mi existencia la he pasado en mi casa, que es la radio.

—¿A qué atribuye la popularidad que ha conquistado a lo largo de su carrera?

—A la radio. Muchos actores piensan que la televisión es el único medio donde van a ser famosos. Eso no es así. Me he preocupado siempre por cada personaje que me dan, y trato de hacerlo lo mejor posible.

—¿Todavía conserva tan buen humor?

—Sí, porque es la única manera de conservar la vida. Cuando puedo hago algunos chistes y siempre bromeo aquí en casa. Trato de llevar las cosas por el camino de la risa y del buen gusto. No me interesa creerme mejor que nadie. Tampoco es que sea tan modesta y tan sencilla, pero el pueblo me quiere y yo lo llevo en mi corazón.

—¿Qué opina del humorismo cubano actual?

—Los jóvenes todavía tienen que aprender mucho de los viejos. Tienen juventud, vitalidad, pero es preciso que se apoyen en los de más experiencia, y eviten las frases obscenas y groseras. Ese lenguaje tan vulgar es dañino. Lo importante es no hacer humorismo falso y con estridencias.

—¿Nunca la sedujo el Periodismo?

—Antes de cumplir 19 años, en octubre de 1938 fundé una revista para el Club Casino Deportivo. Se llamó Sirenas, y tenía frecuencia mensual. La redacción estaba en Galiano 408 y yo fungía como directora-administradora, apoyada por Vicente Lanz y los hermanos Rojo. Era de corte variado, más bien de entretenimiento. Fue la única vez que incursioné en la letra impresa. Aquello no era lo mío.

—El Premio Nacional de Humorismo 2007 coincide con sus 70 años de carrera profesional. ¿Cómo se siente con tantos homenajes?

—Cada día más comprometida, pensando que no puedo defraudar a mi pueblo. Debo tratar de ser mejor en todo, y corresponder a los que han puesto su pensamiento y su corazón en mí. Mi compromiso es quedar bien con ellos, que lo merecen. Y no me quejo. He vivido buenos y malos momentos; la vida es eso: subir y bajar. Desde luego, siempre trato de estar arriba.

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