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Ballagas de nuevo para el público cubano

Autor:

Juventud Rebelde

Acaba de aparecer por Letras Cubanas Obra poética, de Emilio Ballagas, compilada y prologada por Enrique Saínz, notable crítico e investigador cubano. El estudio y completamiento de la obra de nuestros clásicos es un empeño que nunca se agradecerá lo suficiente, porque a través de estas minuciosas faenas de examen y sensibilidad se conserva y jerarquiza la información espiritual de la nación. Así que el amante de la poesía ya puede tener en sus manos una cuidada y sabiamente distribuida colección de sus obras, la más completa hasta ahora realizada, gracias al trabajo de uno de nuestros críticos e investigadores más importantes.

Emilio Ballagas es, sin dudas, un poeta de altísima calidad, que ocupa sitio indiscutible en lo mejor de la poesía latinoamericana y de la lengua española. Ya la crítica lo ha reconocido así, y los lectores que saben calibrar las entregas artísticas genuinas le ofrecen espacio de privilegio. Como era un poeta de un saber instrumental proteico, capaz de trabajar con igual éxito la estampa callejera que las bodas místicas, resulta un autor muy facetado, aunque poseyó en grado sumo una sólida unidad psicológica. Esta singularidad suya, muestra de su potencia heurística, ha facilitado que tanto los críticos como los lectores entren sobre todo con lucidez y gusto por las parcelas que le resultan más degustativas o asombrosas. Pero todos coinciden en que su obra total, verdaderamente no tan torrentosa como la de otros poetas, es de una calidad artística y espiritual incuestionable.

Emilio Ballagas poseía el don de expresar las sensaciones de lo evanescente, la complejidad de lo delicado, el misterio colorido del instante a través de las más eufónicas resonancias lingüísticas. Los materiales clásicos, que en cualquier otra mano se hubieran convertido en calco y cliché, como la rosa, la fuente, el cisne, el ángel, en la suya saltaban con luz imprevista desde los bordes de mármol inapresable de lo antiguo. Su vanguardismo fue atemperado, como todo nuestro vanguardismo legítimo, y entró en su poesía pura o folclórica como una vena de cristal elocuente, como un frontispicio cariñoso de nuestra paganía. Nadie entre nosotros ha manufacturado tanta sensibilidad con las materias primas más huidizas y sutiles. En la escala que va del goce sensorial más vigoroso y depurado al peldaño místico de mayor desasimiento de la sangre, su filarmónica lírica bordaba los soplos más eficaces. Respetaba mucho al pueblo, como criatura creadora, y amaba mucho a la nación, como destino incontrastable. Como un gran número de nuestros mejores poetas, era intrínsecamente bueno, lo que facilita que podamos entrar a su orbe lírico sin suspicacias ni reticencias, sino con la entrega y reverencia a alguien que ha crecido sobre sus propios límites —los suyos, los nuestros— para el bien de todos. La lección artística y humana de Emilio Ballagas, aquel camagüeyano del universo, se ha incorporado definitivamente al patrimonio espiritual de nuestra nación y de todos los hombres de la tierra.

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