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Ángel Quintero: Seré un eterno niño

El popular trovador cubano festeja hoy sus 25 años de vida profesional y 35 en el arte con el concierto Piedra fina de un Ángel, en Bellas Artes

Autor:

Juventud Rebelde

Ángel Quitero en su concierto A guitarra limpia, en el Centro Pablo. Foto: Kaloian

Veinticinco años de vida profesional y 35 en el arte son las fechas que marcan, durante el presente 2008, el calendario personal de Ángel Quintero y ha querido festejarlo hoy en Bellas Artes, rodeado, dice, de gente que quiere. Es por eso que, a las 8:30 p.m., en la sala-teatro, el popular trovador ofrecerá su concierto Piedra fina de un Ángel, al que ha invitado a Martha Campos («su hermana negra»), al guitarrista Alejandro Valdés, a Carlos Díaz y Vocal LT, al bajista Raúl Suárez González y al percusionista Rodolfo Valdés Terry. Todos amigos.

Con estos antecedentes, conversamos con Quintero, quien reveló que el venidero concierto será una suerte de apretado recorrido por su carrera, iniciada en la década de 1970, cuando ingresó en el Movimiento de la Nueva Trova, aunque sus influencias, parece, le vienen de cuna.

«Los Quintero, todos, sin excepción, han sido músicos, incluyendo a mi padre, que se dedicó al periodismo, pero ejecutaba con maestría el clarinete. Mi abuelo, Tomás Quintero, fue director de la banda de Sagua la Grande. Entre sus historias, contaba que en los tiempos del machadato, allá por los 30, cuando el circo visitaba Sagua —y reclutaba a los músicos del lugar para integrar la banda—, venía un trapecista de mucha sensibilidad que se llamaba Sindo. ¡Era Sindo Garay, nuestro gran trovador! Mi abuelo lo conoció en esas circunstancias».

—¿Y qué más te contaba tu abuelo?

—Desde ese entonces, Sindo hacía canciones y tocaba la guitarra y le hizo un bolero-son a una trapecista que era japonesa —aunque dice mi abuelo que era coreana. El bolero se llama La japonesa, y el primer arreglo que le hicieron a Sindo, fue de mi abuelo. Cuando terminaron la tournée por Mabay, Oriente, el regalo fue ese arreglo.

—Bueno, y tú, ¿en qué momento apuestas por la trova?

—En los 70 me acerqué a la guitarra... a los muchachitos de la secundaria les llama mucho la atención ese instrumento. Yo soy un ejemplo, pero siempre fui muy creativo. Mi madre conserva algunas composiciones que, dice, son de cuando apenas tenía cinco años.

«Cuando ingresé en la Nueva Trova y me evalué, recuerdo que entre los temas que presenté, había uno que hablaba de un perrito que había sido atropellado en una calle. La canción se centraba en la insensibilidad de las gentes. Noel Nicola en las conclusiones de la evaluación puso: «muy creativa la composición, pero tiene reminiscencias infantiles».

—¿Y todavía conservas esas reminiscencias?

—Confieso que seré un eterno niño. Mi hijo, que tiene 19 años, parece un abuelo a mi lado. Disfruto ser pueril.

—Para mí, tu disco El paisano es uno de los más logrados. ¿Lo consideras así?

—Este disco lo comencé a hacer en Estados Unidos. La vida de cada persona es como es, y a mí me tocó una etapa en la que tuve que, por razones familiares, moverme temporalmente hacia ese país en circunstancias un poco extrañas. En ese período, que duró unos tres años, fui recogiendo experiencias, y se me ocurrió la idea de hacer un disco de historias de cubanos dentro de la Isla y fuera de ella. Para mí es muy importante, porque me afianza mucho en mi identidad, en mi cultura, en mi música. Es bastante experimental en cuanto a los timbres, a la forma de trabajar la música, los estilos, pero parte del bolero, de la guaracha, del son y de la rumba. Todos esos géneros, que son clásicos de la música cubana, los recreo en las propias canciones que escribí, pero utilicé guitarras eléctricas, electroacústicas, procesadores e hice coros.

«Temáticamente el disco se mueve con las historias de los cubanos: la emigración, los valores culturales, la defensa de la identidad... y todo ello en medio de una cultura distinta. También tiene mucho de lo que denominamos “humor cubano”, que se manifiesta ante las cosas difíciles, ante la adversidad; hay canciones como Bailando por Pitágoras, que parece una cuenta matemática, pero se trata de la matemática que tenemos que hacer en Cuba todos los días de nuestras vidas, y yo me burlo un poco de eso y a la vez disfruto».

—Del verso a la canción: Martí y Vallejo, fue un concierto que ofreciste el pasado enero en el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau como parte del proyecto A guitarra limpia que, por cierto, este año arriba a su décimo aniversario. ¿Cómo es que surge el interés por musicalizar parte de la obras de esos dos poco comunes y muy difíciles poetas?

—La vida fue la que me puso en el camino este proyecto. Desde los 80 vengo acercándome a la poesía de César Vallejo y de José Martí. Ya había hecho algunas cosas con la obra del Apóstol, sobre todo los poemas de su adolescencia, porque no se conoce mucho de ese momento de la lírica martiana. Se habla de los Versos Sencillos y de los Versos Libres, pero de los otros no tanto.

«Con Vallejo la cuestión fue otra: un día me cayó en las manos un libro del poeta peruano y me impresionó la forma como decía cosas tremendas, pero con una belleza increíble. Así me fui acercando e hice un intento con uno de sus poemas que se titula Los heraldos negros, que me gusta decir me estaba predestinado. Había comenzado a hacer una canción y no estaba satisfecho con el resultado del texto: lo cambiaba, rompía el papel, lo volvía a hacer... y preferí dejar refrescar esa melodía, que, por otro lado, me fascinaba. En cuanto empecé a leer la obra de Vallejo me percaté de que ese poema tenía que ver con esa música. No tuve que hacer ni un cambio a la melodía que había creado pensando en otra canción, pues se avenía perfectamente a ese texto. Se insertaba perfectamente en el espíritu del poema. Fue divino y espiritual, y así quedó.

«Pasaron los años y he continuado intentando hacer cosas; en el 2006 el Centro Pablo puso en circulación la convocatoria del concurso Del verso a la canción, y me sumé, al igual que muchos trovadores, porque me siento de la familia, soy incondicional al Centro Pablo, nuestro lugar, nuestra casa. Y, de pronto, me seleccionaron como uno de los premiados, así que tuve que intensificar el trabajo hasta musicalizar diez poemas. Creo que el resultado es muy respetuoso, y se ajusta al espíritu de la obra de estos dos colosos».

—Me da impresión de que tus temas más recurrentes son los de todos los días...

—Soy un hombre que, ante todo, me gusta vivir y me gusta vivir con intensidad cada minuto de mi vida. No cambio nada por eso. Tengo amigos que ven la vida muy diferente. La gente que me rodea, además de ser muy amorosa, es brillante en muchas cosas. Te digo esto porque mis canciones no son más que el resultado de mi curiosidad ante el mundo que me rodea. No soy, ni me siento, un cronista de la Cuba que me toca vivir, pero sí soy un tipo que camina por las calles y que cuando habla sobre un tema es porque lo vivió. Por ejemplo, La canción del Panga la escribí en los 80. La Asociación Hermanos Saíz radicaba en lo que es hoy el Museo del Ron, en La Habana Vieja, y en la esquina de este lugar hay un bar, Dos Hermanos, que era frecuentado por marineros, constructores, gente de pueblo; un día, saliendo de una reunión de la Asociación, un grupo de amigos entró allí, donde conocí al Panga. La canción, de alguna manera, es un homenaje a todos los cubanos que tienen muchos colores, porque la vida es así. Ese hombre de origen muy humilde y una vida muy marginal, en un momento de su vida fue a cumplir una misión internacionalista y regresó como mutilado de guerra. Lo que hice fue contar esa historia. Mis canciones, todas, son así, sin pretender ser un cronista de nada».

—Tienes un recorrido dentro de la trova cubana, ¿cómo la ves hoy?

—Es amplio y complicado porque hay lugares y lugares. Pienso que en La Habana hay muchos trovadores y algunos son muy buenos, pero siento —todo esto es muy subjetivo— que, en primer lugar, tienen que estudiar más música y, sobre todo, guitarra. Ellos hacen canciones, son muy ingeniosos, pero en la medida en que toques mejor la guitarra, entonces podrás expresar todo ese mundo sonoro que tienes en la cabeza, y lo dices más adecuadamente porque tus manos te responden. Independientemente, hay que saber de todo y hay que leer de todo, sin embargo, siento que las generaciones más jóvenes están más alejadas de la literatura y más pegadas a los audiovisuales. Es muy complejo.

«Me llama la atención que en Santa Clara hay un grupo de trovadores que son muy buenos y diferentes. Ellos se vinculan mucho con los poetas. Mi generación estuvo muy cerca de los poetas. Recuerdo que en los 70, Alejandro García «Virulo», ese importante humorista, logró reunir en su casa los sábados a un grupo de trovadores entre los que estaban Silvio Rodríguez, Vicente Feliú, Noel Nicola, Sara González, Eduardo Ramos, pero también Rapy Diego, Guillermo Rodríguez Rivera, entre muchos otros.

«Había una mezcla, un intercambio y se discutían las canciones. Yo iba a esas peñas, y cantaba y tocaba y siempre me daban consejos y recomendaciones, hasta que un día canté un tema que se llama Maestra; ese día logré que todo el mundo me atendiera y me di cuenta de que tuve consenso general y me dije: ¡puse una!».

—Desde el año pasado estás haciendo giras nacionales...

—Así es, la primera parte de la gira la hice desde Santa Clara hasta Pinar del Río. A partir del 10 de marzo continuaré la segunda, que abarcará Santiago de Cuba, Bayamo, Holguín, Guantánamo, Camagüey, Ciego de Ávila y Sancti Spíritus. Son 12 conciertos en total. Me haré acompañar por el bajista Raúl Suárez González y el percusionista Rodolfo Valdés Terry.

«Otro de los proyectos importantes para este año es ver si, por fin, cuaja un nuevo disco que he titulado Mundo real. No grabo oficialmente desde el 2000, y en ese disco quiero resumir lo más reciente. A Mundo real le tengo mucha fe porque es un disco de madurez.

—Muchos no conocen que tu vida profesional está muy vinculada con el teatro...

—En verdad, el teatro fue el que me sacó del anonimato. La primera canción de mi autoría que se dio a conocer fue Donde crezca el amor, un trabajo que se hizo en el Teatro Nacional de Cuba; fue mi primera ópera-trova —he escrito tres. A este tercer proyecto le tengo mucha confianza. Esa obra está escrita completamente y está grabada la música, aunque por su envergadura es complicado montarla. Con Donde crezca el amor saqué mucha experiencia de los montajes teatrales que duró unos dos años.

«Ahora, realmente, no puedo dedicarle tanto tiempo a ese trabajo y es por eso que estoy intentando encontrar un equipo de personas que pueda ir adelantando el montaje. Hablé con Corina Mestre, una gran actriz y amiga, y hará algo en el ISA, pero falta presupuesto, buscar un diseñador, un director, un coreógrafo, entre otros especialistas. Es una obra que tiene un fuerte componente de expresión corporal. Ese es otro de mis sueños a cumplir. Veremos».

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