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Agenda llena de Krzysztof Zanussi en La Habana

El eminente realizador, guionista y pedagogo polaco se propone presentarle al público del patio, en la Cinemateca, la muy notable Camuflaje

Autor:

Joel del Río

En el aula seis, primera planta, a mano izquierda por el pasillo, la cuarta puerta, el eminente realizador, guionista y pedagogo polaco Krzysztof Zanussi ofrece un ciclo de clases magistrales a los estudiantes de las especialidades de dirección y guión, invitado por la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños. A su paso por Cuba, adonde no venía desde 1976, cuando su filme Iluminación formó parte de una de aquellas ya legendarias Semanas de Cine Polaco, Zanussi se propone presentarle al público del patio, en la Cinemateca, la muy notable Camuflaje, también conocida como Mimetismo, y que en el momento de su estreno mundial no fue vista en la Isla. También tiene la intención de favorecer la exhibición aquí de otros títulos, los más destacados de su filmografía.

No es frecuente la oportunidad de contar con la presencia de un fundador, prácticamente solo, de toda una tendencia o movimiento artístico. A través de varias películas —sobre todo Estructura de cristal, Retrato de familia, Iluminación, Espiral, Camuflaje, Constante e Imperativo, producidas entre 1970 y 1982—, el realizador le confirió el sustancial impulso al llamado «cine polaco de la preocupación moral», en el cual los personajes, la trama de los filmes y sus conflictos principales están marcados por la reflexión sobre la crisis de valores, la doble moral, la carencia de principios vitales dignos. A despecho de que las autoridades polacas proclamaran la consecución de una sociedad eminentemente fraterna y progresista, Zanussi exhibía en sus películas a gente dominada por el egoísmo ciego, el hastío y el servilismo, la falta de escrúpulos y las carencias espirituales.

Interrogado sobre el modo en que nacen sus películas, Zanussi aseguró que lo primero para él es concebir la historia, la trama, las situaciones dramáticas que van a vivir sus personajes, porque detesta lo didáctico obvio, la película concebida como lección moralizante, si bien considera al sueco Ingmar Bergman el más grande cineasta que ha dado el mundo, y admira profundamente los filmes de la nueva ola francesa, de Federico Fellini y de quienes fueran sus entrañables amigos: Andrei Tarkovski, y de su compatriota Krzysztof Kieslowski (autor de dos obras monumentales: Decálogo y Trilogía Tres Colores).

Esas historias que trata de relatar de la manera más atractiva para el público —sin concesión a las banalidades o a las extremas simplificaciones— se alejan también del constante autotematismo. «Hablar siempre de uno mismo, solo de nuestras opiniones y experiencias personales implicaría una cierta impotencia artística», explica en su español casi perfecto.

Con formación académica como físico en Varsovia, como filósofo en Cracovia y como cineasta en la célebre Escuela de Lodz, donde se graduó en 1966, este director se las arregla para mantenerse realizando una o dos películas cada año, para cine o televisión.

Todavía confiesa con absoluta sencillez que sus mejores guiones permanecen sin filmarse, y que su próxima película tal vez sea una comedia negra, o una serie de pequeños dramas televisivos, porque «el cineasta está sometido a enormes presiones, y no es solo un problema de poseer talento o no, su profesión está signada por la oportunidad, y yo creo que el creador debe aprovechar todas las oportunidades para trabajar, en cualquier medio y con cualquier condición, siempre y cuando no se trate de algo estúpido o vergonzoso».

El hecho de haber dirigido y escrito filmes premiados en los festivales de Venecia (Año del sol tranquilo), Cannes (Constante) y Moscú (La vida es una fatal enfermedad de transmisión sexual), entre decenas de galardones, títulos y reconocimientos, no convirtieron a Zanussi en uno de esos artistas inaccesibles, tan sugestionados por los elogios de los críticos, o del público más exigente, que terminan siendo incapaces de compartir las vivencias sencillas del prójimo: «pienso que lo primero que debe tener claro un artista es para quién destina su obra, quién quiere que lo aplauda, si el público más numeroso y menos exigente, que aspira al entretenimiento sin consecuencias, o el auditorio más sofisticado, que se formula preguntas inquietantes, cuestiona y requiere.

«Son muy raros los casos, aunque existen (Chaplin es tal vez el mejor ejemplo), de grandes cineastas que han podido comunicarse con el público de todos los niveles. Es tan difícil hacer cine de calidad, son tan enormes las presiones, que muchas veces se pierde el talento solo porque no había una estrategia personal coherente para encauzar el talento. Yo prefiero hacer pequeñas películas en Europa, donde se respetan mis búsquedas y mi personalidad, que los grandes proyectos de la industria norteamericana. También es un problema de personalidad. Mi compatriota Roman Polanski puede manejar esas grandes presiones de la industria. Yo no».

En otro momento de su clase magistral comentó: «Cuando hablo con estudiantes de cine suelo decirles, y lo quiero repetir ahora, que no intenten repetir en sus películas lo mismo que ven en la televisión más trivial y previsible, es preciso abrirse a las experiencias vitales, reales, escuchar muy bien a la gente, porque cualquier persona, situación o frase, te sugieren una historia filmable; yo prefiero cierto tipo de cine que apele a la sensibilidad del espectador, que lo inquiete y motive, pero también reconozco que existe una cierta cultura del refinamiento, que se niega a entrar en contacto con el público amplio y, por tanto, se arriesga a la esclerosis y a la muerte; incluso la televisión puede ser un pasaje al descubrimiento, y puede permitir que el espectador crezca, se emocione, descubra algo. Todo está determinado por el tipo de filmes o de televisión que el creador esté dispuesto a realizar».

Corriendo entre las aulas de la Escuela de Cine de San Antonio y algunas presentaciones en salas capitalinas, muchas veces interpelado por estudiantes, profesionales y admiradores, siempre atento y locuaz en cualquiera de los ocho idiomas en que puede hablar, Zanussi se ha visto justamente reconocido en este su segundo encuentro con Cuba, aunque su cine posterior a los años 80 siga siendo una asignatura pendiente aquí.

Esperemos superar en el futuro tales desconocimientos, ahora que ha estado entre nosotros tan alto exponente de una especie en franca extinción.

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