Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Intervención del Doctor Armando Hart ante el VII Congreso de la UNEAC

Autor:

Juventud Rebelde

Hace ya más de tres décadas, en el II Congreso de la UNEAC efectuado en 1977, concluí mis palabras con el aquel conocido pensamiento de Martí de que primero la justicia y después el arte, y entonces afirmé “ha triunfado la justicia, adelante el arte”. Hoy, quiero comenzar subrayando: ha triunfado el arte, adelante la cultura general integral a que nos ha llamado Fidel, cuya primera categoría es la justicia. Si los escritores y artistas de Cuba toman esta como su bandera principal, le harán un servicio extraordinario al país y la cultura cubana continuará desempeñando, como hasta aquí, el papel de escudo de nuestra identidad y de sus componentes esenciales y que hacen posible la existencia de Cuba como nación independiente y soberana.

Este congreso se lleva a cabo en un momento verdaderamente crítico de la varias veces milenaria historia del hombre sobre la Tierra y al mismo tiempo en medio de una etapa muy importante y compleja del casi medio siglo de existencia de la revolución triunfante.

Como ha dicho el presidente Rafael Correa de Ecuador, no estamos en una época de cambio, sino en un cambio de época y debemos, por tanto, extraer conclusiones que resulten útiles y pertinentes para estos momentos excepcionales que nos ha tocado vivir.

Por primera vez en la dilatada historia del hombre existe el peligro real de que nuestra especie no pueda sobrevivir a causa de una catástrofe ecológica de enormes proporciones o de guerras devastadoras que rompan el equilibrio, cada vez más precario, que hace posible la vida sobre el planeta Tierra. El modelo de sociedad consumista depredadora de los recursos del mundo es insostenible y el drama social del hombre empeora por día y amenaza con el colapso de la civilización. La política guerrerista del gobierno de la potencia hegemónica ha colocado a la humanidad en una verdadera encrucijada. Fidel lo ha expresado de manera dramática:

O cambia el curso de los acontecimientos o no podría sobrevivir nuestra especie.

El mundo se ha globalizado y sus problemas también; no se trata ya de salvar a una comunidad aislada, sino a la humanidad toda. Se ha ido imponiendo un materialismo vulgar y ramplón acompañado por el desorden jurídico, las diferencias de desarrollo económico, social y cultural, el racismo, el hegemonismo y la “fascinación” por el modelo consumista a ultranza que impone el lenguaje subliminal y empobrecedor de los medios de comunicación. También existe una mayor conciencia aún de la gravedad del drama y se ha ampliado el conocimiento de amplios sectores de la población sobre estos peligros así como su capacidad de movilización para enfrentarlos.

En la raíz de estos males está la degradación ética. La corrupción de las costumbres y los consorcios de la droga marcan la impronta de la vida cotidiana en muchos países desarrollados, y para mayor escarnio se le achaca toda la responsabilidad de esta última a las zonas pobres productoras de la materia prima. La irresponsable política de la actual administración en Estados Unidos destinada a financiar guerras y carreras armamentistas han llevado a ese país al borde una aguda crisis económica que amenaza con extender sus efectos negativos a toda la economía mundial.

Es en medio de estas realidades que nuestro pueblo lleva adelante su revolución y desde luego ellas marcan también el carácter de muchas de las dificultades que debemos enfrentar y superar

En la génesis de la historia cultural del hombre hace miles de años se halla la justicia como su principal categoría, fue el peldaño esencial y decisivo del movimiento cultural. No se trata, exclusivamente, de una formulación derivada de nuestras nobles aspiraciones, sino de una verdad científica y filosófica incuestionable para todos aquellos grandes sabios que pensaron y estudiaron con lucidez sobre los orígenes de la evolución cultural y su larga historia. La cultura no es sólo una categoría de la superestructura, es una infraestructura humana, es decir, lo que se ha llamado segunda naturaleza.

Con esa confianza infinita en el mejoramiento humano y en el papel de la educación y la cultura, Fidel ha señalado:

El gran caudal hacia el futuro de la mente humana consiste en el enorme potencial de inteligencia genéticamente recibido que no somos capaces de utilizar. Ahí está lo que disponemos, ahí está el porvenir.

Los cubanos contamos con una tradición intelectual que se remonta a los tiempos forjadores de la nacionalidad. Luz y Caballero dijo que Félix Varela fue el hombre que nos enseñó a pensar primero. Podríamos agregar: Luz nos enseñó a conocer; y Martí, en base a esta tradición, y a su genio a actuar. Por último, sobre estos fundamentos Fidel Castro nos ha enseñado, y nos continúa enseñando a vencer. Pensar, conocer y actuar en función de los intereses de los pobres y de toda la humanidad están en la raíz de la cultura decimonónica cubana que constituye el fundamento de la cultura general integral que las más importantes figuras de nuestra intelectualidad han sustentado.

Como una singularidad de nuestro devenir histórico, en Cuba se produjo una vinculación muy estrecha entre el movimiento intelectual, artístico y literario, y el movimiento social y político. Cuando el movimiento artístico y literario se articula con el de carácter científico natural, aparecen con claridad ante nosotros los caminos políticos que requiere la nueva época.

Recuerdo cuando asumí el Misterio de Cultura, el primer encuentro y el de mayor utilidad e importancia, fue con los más sobresalientes intelectuales del país. Pude comprobar, que salvo alguna que otra excepción los más importantes intelectuales cubanos pertenecían al Grupo Orígenes, de raíz cristiana, presidido por José Lezama Lima y a la Sociedad Nuestro Tiempo, presidida por Harold Gramatges y que orientaba el Partido Socialista Popular. Esto explica que las figuras cimeras de la cultura nacional siempre estuvieron junto a la revolución.

Bien se sabe que he venido insistiendo siempre en ello y hoy lo hago, más que nunca antes, porque ahí está la clave de por dónde empezar para enfrentar el drama de nuestra época. Esto es hablar de Martí, de Mella y de otros intelectuales y personalidades de la tradición cubana. Repasemos las glorias más altas a escala de Nicolás Guillén, primer presidente de la UNEAC, a quien está dedicado muy acertadamente este Congreso, de Alejo Carpentier, Lezama Lima, Juan Marinello, Julio Le Riverend, Mariano Rodríguez, Amelia Peláez, René Portocarrero o Cintio Vitier, Fina García Marruz y Alicia Alonso, los tres últimos presentes entre nosotros y otros muchos, y no se encontrará ninguno de esa escala que haya traicionado a la Revolución socialista triunfante el 1º de enero de 1959.

Esta es una de las grandes enseñanzas válidas para los que crean arte, educación y cultura, y válida también para los que hacen política. Olvidar una de estas dos dimensiones o ponerlas en antagonismo y no relacionarlas, le hace daño al socialismo. Esta es la dolorosa experiencia de la historia socialista tras la muerte de Lenin. Articularlas debidamente es estar a la altura de Martí y de Fidel. De ahí nuestra insistencia en la necesidad de vincular el movimiento universitario y académico en general con el movimiento social y político.

Sobre estos fundamentos, las ideas políticas y el pensamiento social cubano se empalmaron en el siglo XX con la cultura europea de Marx y Engels insertándose en nuestra identidad a partir de una interpretación original, como siempre lo ha hecho América Latina con lo que le ha llegado del exterior. Por esto hemos subrayado que el ideal socialista en Cuba se orienta por la interpretación de Mella, Martínez Villena, el Che y Fidel. Asumimos la historia del socialismo a partir de una visión crítica y apoyándonos en una vieja institución jurídica que formulaba el derecho de aceptar herencias a beneficio de inventario. De esta manera no tenía que cargarse con las deudas. Fueron los elementos de la tradición cubana y latinoamericana los que crearon los antecedentes de nuestras ideas de hoy.

Está a la vista la fractura de las bases éticas, políticas y jurídicas de las sociedades más desarrolladas de Occidente, y en especial la norteamericana actual, la cual constituye, como se sabe, el poder hegemónico del capitalismo mundial.

José Martí caracterizó el desafío que aún hoy tiene vigencia. La contradicción, dijo, no está entre civilización y barbarie, sino entre falsa erudición y naturaleza. Así, cuando la cultura se corresponde con intentos de dominación es falsa erudición y por consiguiente agrede a la propia naturaleza, y en cambio cuando se identifica con el ideal de liberación, se revela como una segunda naturaleza genuinamente humana. Ella no es accesoria a la vida del hombre, está comprometida con el destino de la humanidad y situada en el sistema nervioso central de las civilizaciones. En la cultura hacen síntesis los elementos necesarios para la acción, el funcionamiento y la generación de la vida social de forma cada vez más amplia. Las alternativas de un progreso económico estable han fracasado en diversos proyectos, porque se subestimó el factor humano y la compleja trama de relaciones, creencias y valores que se hallan en la médula de la cultura.

La cultura siempre ocupó un lugar destacado en los procesos productivos y en la economía y al igual que el universo, en cuanto a espacio físico, ella tiene una influencia infinita en el desarrollo humano y por tanto en la propia economía. Los métodos económicos, especialmente los vigentes, no son suficientes para determinar todo su alcance, aun mejorados, porque no se puede medir el universo con cintas métricas, es necesario utilizar años-luz. He venido insistiendo en la idea de que la influencia de la cultura es de tal dimensión económica que resulta imposible medirla por métodos convencionales. En las actuales condiciones se ha convertido en una apremiante necesidad determinar la magnitud económica de la cultura y el arte.

La Nación cubana alcanzó, desde su propio alumbramiento, una cultura política y social situada en la avanzada de la Edad Moderna, porque asumió la cultura occidental en función de los intereses de la población trabajadora y explotada no sólo del país, sino del mundo. Recuérdese que Martí echó su suerte no sólo con los pobres de Cuba, sino de todo el orbe.

Investigar, estudiar y promover los vínculos que unen a todos estos componentes espirituales, piezas maestras de la tradición intelectual de la historia de Occidente, sólo se puede hacer sobre el fundamento de una síntesis universal de ciencia y conciencia. Lo más trascendente está en que ello constituye una necesidad objetiva para salvar la civilización occidental del caos creciente.

Por estas razones, y en cuanto a Cuba y sus tareas educativas, científicas y sociales inmediatas, se impone el fortalecimiento jurídico y cultural sobre el fundamento de la historia nacional, latinoamericana y universal; es necesario hacerlo con independencia de los procesos intelectuales acaecidos en otras zonas del mundo.

En la ética y en la política culta está la clave para encontrar los nuevos caminos del socialismo. Esta es la enseñanza que nos brindan Martí y Fidel, y yo no he sido más que un modesto aprendiz de los dos más grandes políticos que ha dado Cuba: Fidel y Martí. Fue a partir de la universalidad de Martí que me hice marxista en los tiempos que entraba definitivamente en crisis el pensamiento soviético.

En Martí y en Fidel está presente una visión humanista de la política que se fundamenta en la defensa radical de la libertad y la dignidad humanas para todos los individuos que pueblan el planeta y, al mismo tiempo, en la búsqueda de fórmulas armoniosas que logren sumar al mayor número posible de personas a la consecución de los objetivos que se persiguen.

Hay personas radicales que no son suficientemente armoniosas, y por tanto no pueden enfrentar felizmente el drama de nuestra época y los hay muy armoniosos que no logran llegar a ninguna parte. Hay que ser radicales y armoniosos a la vez, esa es la raíz de la política martiana y fidelista. He ahí la clave para hacer política en estos comienzos de siglo XXI.

Se ha planteado con mucha fuerza el tema de la calidad de la educación tanto general como artística y quiero insistir en la idea de que la masividad ha de ir acompañada de la calidad. No habrá una sin la otra, lo esencial se halla en que si no empleamos un método que llegue a las masas, a maestros, alumnos y al pueblo en general, no se podrán cumplir estos objetivos. Y, para ello, debemos apoyarnos en cuatro pilares esenciales que inciden en este tema: La familia, la escuela, la comunidad y los medios masivos en general.

Cuando se produjeron a comienzos del pasado año las discusiones en torno a situaciones creadas que se relacionaban con la política cultural recordé aquella frase de Juan Marinello “Toda gran libertad supone una gran responsabilidad” y me dispuse a participar modestamente en el debate ejerciendo la libertad que creó y garantizó la revolución y cuidando de nuestras grandes responsabilidades.

Sigo pensando que hoy resulta esencial hacer uso de esa libertad para defender la tradición democrática, revolucionaria y socialista de la nación cubana y de los valores de lo que podemos llamar el ADN de Cuba, es decir de nuestra identidad. Hoy tenemos responsabilidades mayores porque no solo estamos defendiendo la cultura cubana, sino también su influencia necesaria en la cultura latinoamericana, caribeña e incluso mundial. La cultura que representan Martí y Fidel tiene responsabilidades universales.

En la articulación, de manera creadora, de la cultura, que tiene en la justicia su categoría principal, con la política culta, que toma muy en cuenta la tradición intelectual de la nación cubana con su aspiración a una cultura general integral, está la clave para alcanzar la invulnerabilidad ideológica a que aspiramos.

En Cuba esa articulación se fundamenta en sólidos principios éticos y que podemos resumir en aquella frase memorable del fundador de la escuela cubana José de la Luz y Caballero:

Antes quisiera yo ver desplomadas, no digo las instituciones de los hombres, sino las estrellas todas del firmamento, que ver caer del pecho humano el sentimiento de la justicia, ese sol del mundo moral.

Para abordar el tema del nuevo pensamiento filosófico que requiere el siglo XXI debemos desterrar definitivamente los ismos que debilitan la actividad creadora del hombre y apoyarnos en el método electivo de la tradición filosófica cubana del siglo XIX, que se sintetiza en aquella fórmula del propio Luz y Caballero: Todos los métodos y ningún método, he ahí el método. Consideremos a los sabios, llámense Einstein, Newton, Marx, Aristóteles, etc., o llámese también Che Guevara, no como dioses que todo lo resolvieron adecuadamente sino como gigantes, que descubrieron verdades esenciales que son puntos de partida para descubrir otras verdades que ellos, en su tiempo, no podían encontrar. Esto es, afirmarse en el pensamiento del Che Guevara, de Marx, Engels, Lenin, Martí y de todos los grandes pensadores de la historia universal.

Se impone como una necesidad insoslayable poner fin a esa dicotomía estéril que establece una línea divisoria infranqueable entre lo objetivo y lo subjetivo, entre razón y emociones, entre teoría y práctica. He insistido en la idea que el principal error de los materialistas del siglo XX fue no tomar en cuenta que el hombre es también materia.

La manera de encontrar un camino científico y filosófico para el mundo del presente y del futuro es relacionar dos elementos presentes en la condición humana: las emociones y la inteligencia, y que ellas nos conduzcan a la acción.

Hay, en resumen dos cuestiones esenciales que estoy muy interesado en subrayar:

a) Los artistas y escritores, muy relacionados con quienes crean y laboran en las disciplinas sociales y humanista y en las de las ciencias naturales, pueden hacer un aporte de trascendencia a la cultura cubana, latinoamericana y universal. Desde los orígenes mismos de nuestra nacionalidad y de nuestra tradición cultural, la justicia se asumió y exaltó como su principal categoría. Hoy, a partir de los vertiginosos progresos en las esferas tecnológicas y de la información, podemos demostrar que la cultura se ha convertido en el principal motor de la economía.

b) La vinculación cada vez más estrecha de las ciencias naturales y sociales pueden hacer una contribución de gran trascendencia en la educación, la cultura y la práctica política a partir del método electivo de la tradición cubana y subrayar los vínculos entre inteligencia y emoción que son los pilares del nuevo pensamiento filosófico que necesita hoy la humanidad.

Reitero, para concluir, la necesidad de articular, con la pericia y sensibilidad de orfebres, la cultura y la política concebida por Martí como un arte. No perdamos esta oportunidad.

¡Adelante, pues, la justicia, que es decir la cultura!

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