Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Crúceme usted

Autor:

Juventud Rebelde

Joven, por favor, ¿podría cruzarme a la otra acera? Es que estoy medio cegata, ¿sabe?, y a mis años es peligroso... Espere, que está la verde, y hay tantos locos en la calle, sobre todo ciclistas... Nunca se sabe por dónde va a aparecer uno. Ayer por poco me matan en esta misma esquina. Y el muy degenerado, muerto de risa.

¿Ya pusieron la roja? ¿Seguro? Ayúdeme a bajar el contén. Es alto, ¿verdad? Así, así está bien, gracias. ¿Todavía está la roja? ¿Seguro? No, voy a esperar a que la vuelvan a poner. Si quiere siga, no tenga pena... Gracias, es usted muy amable.

Toda mi vida he vivido en la zona y siempre me ha dado miedo cruzar este semáforo. Ha habido aquí tantos accidentes... A mi perra la perdí hace tres años por no dejarla cruzar sola. Me quedé con la cadena en la mano. Una rastra grande, de esas que tienen las corporaciones... Lloré muchísimo. Era mi ser más querido. Le parecerá exagerado, pero esa perra se sabía hasta las luces del semáforo. No, no sólo la roja, también se sabía la verde y la amarilla... Ah, que ya volvieron a poner la roja. Perdone. ¡Vamos!

¡Sabe una cosa? Yo vivo en este barrio antes que él... Antes que el barrio. Es mucho más joven que yo. Esto era una gran finca. Mi padre era peón del dueño y para ser una pieza tan insignificante vivía como un rey. ¿Ve aquella loma, por donde va bajando el ómnibus? Ah, no es un ómnibus. Se lo dije, ya ni veo... Pues en esa loma estaba la casita que fabricó papá con mucho sudor y un préstamo de Don Jacinto, el dueño. En este lugar, tan concurrido hoy, lo único que existía era un pozo... ¡Coño, mi pie! ¡Sabía yo que era aquí mismo! Ya se está hundiendo la puñetera calle... Perdone mis groserías, pensará que soy una mal hablada... Mal hablados los biznietos míos; lo que dije no es nada al lado de lo que gritan los cabroncillos esos... El pozo era más lindo que estas cuatro esquinas que han inventado aquí. Don Jacinto siempre alertaba a los muchachos sobre el peligro que representaba el pozo, pero nunca se le ocurrió poner un semáforo. Yo venía con mis siete hermanos a bañarnos desnudos tirándonos agua con un cubo de madera. Había días de bañarnos hasta dos veces. Lo de limpios lo heredamos de papá...

Estoy hablando mierda, ¿verdad? Usted pensará: esta vieja haciéndome perder el tiempo, con tantas cosas lindas que tiene la vida... Cosas lindas... ¿Verdad que estoy fea? No, no tenga pena, dígamelo: abuela, usted está de truco. Con noventa años, quien me diga que estoy medianamente aceptable es un hipócrita. No, usted no, usted se ve que es sincero y de buenos modales. Debió nacer contemporáneo conmigo, para que me rascabucheara bañándome en el pozo... Ahhh, era hermosa, muy hermosa. Se habría enamorado de mí. Hubiéramos tenido que escapar a todo galope, porque a mi padre se le pegó entre los tarros la idea de casarme con el capataz de la finca... Y lo logró. Menos mal que al tipo, pocos años después, lo partió un rayo, debajo de una mata que estaba... le voy a decir... a ver... bah, tantos autos no me dejan ver. ¿Por qué pitan? Ni que usted no los viera. ¡A que no aparece un policía que les pegue una multa por ir con ese apuro! No tienen consideración con nosotros los viejos... ¿Eso fue conmigo? ¡¡Tu abuela, imbécil!! ¡Qué mundo el de hoy! Por eso salgo poco a la calle... ¿Que qué necesidad tengo de andar solita por ahí? Mire para atrás. ¿Ve un canterito al lado del Pare? ¿Encima del canterito ve unas flores? ¿No? ¡Ya se las robaron! No esperan ni a que me aleje... Las flores se las pongo todos los días a mi perrita, que en paz descanse y Dios la tenga en la gloria. ¿Que llegamos ya a la acera de enfrente? Quién lo diría. El tiempo pasa volando, ¿verdad? Menos mal que di con usted. Es muy amable, ¿sabe? Y tan calladito...

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