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Presentan espectáculo Las amargas lágrimas de Petra von Kant

Autor:

Osvaldo Cano

Esta es la nueva puesta en escena del grupo Teatro El Público, en la que demuestra su vocación transgresora e inquieta

La vocación transgresora e inquieta que ha caracterizado a Carlos Díaz y a Teatro El Público desde su irrupción en el panorama escénico cubano, alienta de nuevo en el más reciente de sus montajes. Las amargas lágrimas de Petra von Kant, pieza del no menos irreverente teatrista y cineasta alemán Rainer Werner Fassbinder, es en esta ocasión el punto de partida para uno de esos espectáculos contundentes y perturbadores que suelen escalar las tablas del Trianón.

A estas alturas —y en manos de otro creador— Las amargas lágrimas... pudo haber degenerado en un melodrama sensiblero y cursi. Sin embargo, no ocurre así, aunque es cierto que el texto fabulado por Fassbinder en 1972, tiene como centro una contrariada historia de amor que incluye el ancestral triángulo y el desalentador desenlace. Fassbinder relata con nitidez los avatares de una famosa diseñadora de modas en su plenitud. Madura, arrogante y posesiva, Petra von Kant es arrastrada por una voluptuosa y desenfrenada pasión, que tiene como objeto los encantos de Karin Thimm. La joven, bella y pragmática, Karin —luego de utilizarla para hacer carrera— la abandona provocando el dolor y la humillación de la protagonista, quien solo se recompone cuando consigue tratar con soberbia e indiferencia a su antigua amante.

Con este montaje, Díaz encuentra un modo para hablar de los tormentos que produce el desamor. Esto lo hace con intencionada intermitencia pues, de cuando en cuando, permite que asome un matiz humorístico, detalle que extraña y sorprende al espectador.

El trabajo con los actores resulta uno de los puntos fuertes del espectáculo. Carlos Díaz ideó un juego de simulaciones múltiples, que se asienta tanto en el travestismo como en el eventual «descubrimiento» de la real naturaleza de los intérpretes, cosa esta que propicia un clima transgresor y ambiguo, capaz de propiciar nuevas lecturas de la trama concebida por Fassbinder. Al mismo tiempo, lleva a los intérpretes a vivir con intensidad las pasiones que acosan a sus respectivas criaturas, pero lo hace apelando a la contención, a un esmerado trabajo con la voz o a las oscilaciones de un tono, que va de la solemnidad al desgarramiento.

En Las amargas lágrimas... el líder de El Público retoma ese despliegue visual atractivo y vistoso que seduce y convence a los receptores. El ámbito escénico anuncia la propensión traviesa que ha signado su trayectoria. Díaz distribuye a los espectadores a ambos lados del escenario al tiempo que hace dividir el patio de butacas en dos mitades simétricas, gracias a una pasarela por donde desfilan los personajes.

La escenografía, diseñada por Roberto Ramos Mori, ubica al centro de la escena un lecho blanco y amplio cuyo valor semiótico es innegable. Alrededor de él giran tanto las criaturas fabuladas por Fassbinder, como las pasiones que las movilizan. Perchas, atuendos lujosos, un teloncillo traslúcido, etc., completan un decorado capaz de ubicarnos sin contratiempos en el contexto de la acción.

El vestuario, de Vladimir Cuenca, enfatiza con brillantez y eficacia el glamour de un mundillo y una clase social, la cual tiene en la efímera y mutante órbita de la moda su razón de ser.

Teatralidad de la mejor estirpe, envidiable sentido del ritmo y una poco frecuente capacidad para jugar con los personajes, son algunos de los méritos del elenco.

Fernando Hechevarría asume el rol protagónico regalándonos una verdadera lección de histrionismo al encarnar un personaje femenino con una certera mezcla de contención y desenfado. El énfasis puesto en las transiciones, la diáfana denotación de los estados de ánimo, la precisión y limpieza de la gestualidad, entre otras virtudes, contribuyen decisivamente a que su entrega sea una suerte de brújula y rasero.

Uno de los mayores méritos de Léster Martínez radica en el hecho de poder sostener el duelo planteado por Hechevarría. Naturalidad, gracia, atinada utilización del paralenguaje, sorpresivas entradas y salidas del personaje, junto a un excelente trabajo corporal, que va de la estilización al desparpajo, devienen sus mejores argumentos.

Ismercy Salomón dotó a Sidonie de un modo de andar, posturas y tareas escénicas, que explicitan su frivolidad e impertinencia, al tiempo que le imprime un matiz humorístico.

Mónica Guffanti labora con su habitual pericia proyectando una imagen coherente de la madre. Organicidad en medio de su silencio, mesura, demostración de su incondicionalidad, e incluso servilismo, a partir de los gestos, los desplazamientos o la labor con el rostro, distinguen la faena de Yanier Palmero.

Por su parte, Alicia Hechevarría aporta candidez y frescura, al hacer uso de su bien timbrada voz, su dicción correcta y su natural desenvoltura.

Lágrimas negras derrama la Von Kant en el Trianón para regocijo de los espectadores que acuden al encuentro de este memorable espectáculo. Tal y como suele suceder con el antológico son de Matamoros, es este un genuino fin de fiesta para Carlos Díaz y la tropa de El Público en medio de un 2008 poblado de éxitos.

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