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Gina Picart: Los «raros» lo saben todo

Autor:

Juventud Rebelde

Varios cuentos de la ganadora del premio Alejo Carpentier de ese género en 2008 por el libro Oil on canvas, podrán disfrutarse en esta Feria del Libro

La imaginaba como la etérea dama de la cubierta de su libro Oil on canvas. Sin embargo, Gina Picart es una mujer que tiene muy bien colocados los pies sobre la tierra, que sabe lo que quiere y por qué lo quiere. Muy interesada por la lectura de sus últimos cuentos, me acerqué a ella para conversar acerca de sus creaciones.

—Por lo que pude ver en el programa de la Feria, este año presentas El reino de la noche, Oil on canvas y, además, está tu cuento Serata di Gala o Luna Piena (1925) en Entre los poros y las estrellas. Selección de cuentos cubanos. Supongo que eso te haga sentir realizada...

—Estaré también en la Feria en dos de las antologías de la colección preparada por la Editorial Letras Cubanas en homenaje al aniversario 50 de la Revolución. El 2008 ha sido un año importante para mi carrera de escritora, lo mismo que esta Feria. Pero más que realizada, lo que siento es como si tras una horrorosa carrera de desgaste, hubiera llegado a una encrucijada donde me puedo detener y dejar de jadear, y quizá hasta perder de vista por un rato la jauría que me ha estado mordiendo los talones. Pero es solo un hito. Sé muy bien que la carrera continúa y, si bien en lo adelante puede que ya no tenga que correr con la misma intensidad, lo que falta no será menos cruel. Acabo de tener pruebas de eso... ¿Realizada? Siempre me he preguntado si uno puede declararse realizado si no se siente colmado en los aspectos más importantes de la vida.

«En cierta entrevista que respondí hace tiempo dije que mi vida personal era sombría, y eso no ha cambiado. No, yo no me siento realizada. Incluso ahora, cuando estoy viviendo ciertas experiencias muy personales y realmente hermosas, casi trascendentes, lo miro todo con mucha desconfianza, casi sin fe, y esto es muy triste. No tengo que ir muy hasta el fondo de mi alma para saber que algunas cosas no cambian nunca. Y cuando digo “nunca”, por supuesto que estoy pensando en la medida de una vida humana, la mía. Yo creo en otras vidas (nunca lo he ocultado), pero esta es la que tengo ahora, esta es de la que soy consciente, y me hubiera gustado disfrutarla a plenitud, tal como se merece el mejor de los vinos, y no a sorbos brevísimos, como he tenido que hacer».

—Ese cuento que aparece en Entre los poros... es extraordinario y es quizá el único que no se refiere a la contemporaneidad en Cuba. ¿Pudieras referirte a tus motivaciones y expectativas con ese relato?

—Desde que la leí a los 12 años de edad me interesó vivamente la novela El acoso, de Alejo Carpentier. En aquel entonces sentí mucha pena por ese muchacho que vivía su odisea personal sin una compañera a su lado, que huía y moría en la más absoluta soledad como el más miserable de los perros, y supongo que esa sensación se me quedó dentro. Un día descubrí a Catalina Lasa, uno de los encuentros más trascendentales de mi vida. Años después, en mi primer viaje a México, la figura de Mella creció mucho dentro de mí; estuve muchas veces al pie de su casa, sintiendo la fuerza del pasado, extática ante el balcón donde él y Tina solían contemplar la noche envueltos en el temible frío de Mazatlán. Y vaya usted a saber qué alquimia juntó en mi cabeza a esos dos personajes sobre el fondo de La Habana de El acoso. Pero, por ética, hay que dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, y Dios es, en Serata di gala, Alejo Carpentier, y es bueno que quienes lean esas páginas firmadas por Gina Picart no olviden nunca que una parte de esa prosa pertenece a Alejo y que yo solo hice un trabajo de intertextualidad. No era posible bajar la prosa de Alejo al nivel de la mía; por lo tanto, el reto fue elevar la mía hasta las alturas de la suya. Y recé muchísimo para que no se vieran las costuras, las cuatro manos dentro del relato.

«Si algún mérito me cupiera como autora de Serata di gala sería, única y exclusivamente, el grado en que lo hubiera conseguido. Y desde luego, no se puede obviar lo que haya influido en la calidad del cuento la presencia de Catalina Lasa. Esta mujer, a casi 80 años de su muerte, aún sigue reinando en el imaginario de Cuba como lo hizo en vida, desafiante y cubierta con todas sus joyas, solo que ahora reina desde el fondo de un túmulo funerario. Si alguien lo duda, no soy yo».

—Creo que pecas de excesiva modestia. Ningún trabajo de intertextualidad resulta tan fácil y, en verdad, el cuento alcanza una excepcional calidad. Pero dejemos que sea el público lector quien diga la última palabra al respecto. En cierto sentido, en ese y otros cuentos tuyos que he leído, como Apocalipsis paloma sobre nieve, de Oil on canvas, siento en ti una predilección por la creación de ambientes. ¿Es así?

—Sí, es así. Lograr la sensorialidad es sumamente importante para cualquier escritor, pero mucho más si tiene una poética del tipo de la mía o la de Alejo, Dulce, Eliseo, Garrandés, cierta zona de la obra de María Elena Llana, porque la clase de escritor a la que pertenezco trabaja con una materia que pertenece más al reino de lo intangible, y hay que ser un equilibrista para que la obra no sea recibida por el lector como una superchería. Por ejemplo, en la literatura fantástica hay códigos y convenciones establecidos que condicionan la aceptación de los lectores, pero los raros estamos en un territorio aún brumoso, frontera indefinida donde las cosas no son tan nítidas, sino muy inquietantes.

«Supongo que para lograr atmósferas me ayudan mucho la pintora y la escultora que alientan en mí, y el infinito interés que siempre tengo por la Historia y la Antropología. Pero no sería honesta si digo que solo a esas cosas se deben las atmósferas de mis cuentos, de mis novelas, de mi periodismo. Yo utilizo otros recursos para crearlas, entre ellos el estudio profundo no solo de las épocas y los lugares, sino de detalles como la textura de un tejido, la nota de una fragancia, el timbre de una voz, la diferencia entre los sonidos del viento en dependencia de en qué tipo de paisaje se esté produciendo ese viento, las calidades de la luz, las resonancias de un eco... Jamás le pongo un vestido a ninguno de mis personajes si antes no fui capaz de sentir entre mis dedos el roce de ese tejido específico y de saber exactamente cómo sentían ellos ese tejido sobre sus cuerpos, incluso cómo fue fabricado, con qué materiales, con qué herramientas. Ninguno de mis personajes, de cualquier época y lugar que sean, pisa una hierba si yo antes no pasé por ahí, vi la hierba, me acerqué a mirarla, la olí, la toqué, la sentí. Es complejo profundizar en este tema. Solo te aseguro que jamás, pero jamás, escribiría sobre lo que no conozco».

—Sin embargo, pienso que tal predilección exige del escritor un profundísimo estudio y conocimiento. ¿Cómo te preparas para ese proceso creador?

—Estudio mucho y perdí la cuenta de las muchas veces que he pasado hambre para comprar un libro. Mis abuelos me enseñaron a leer y escribir antes de que yo entrara a preescolar. A los siete años, mi abuelo —hombre singularísimo, periodista y notable poeta modernista que nunca quiso ser conocido— me dijo que había llegado el momento de comenzar mi educación literaria en serio —hasta entonces yo solo había leído cuentos de hadas—, y me dio, de su biblioteca, el Quijote, La Biblia y el Petit Larousse. Él sabía —no sé cómo— que yo sería escritora, y se encargó de mi iniciación dándome esos libros. Fue un hombre muy sabio.

«Desde entonces nunca he dejado de estudiar, de investigar... Acumulo toda la información posible. A mayor información reunida, más opciones tiene siempre un escritor.

«Después que ya tengo armado el escenario me instalo en él para sentirlo, y tengo mis propias técnicas para hacerlo. Entiendo perfectamente cómo Dulce María Loynaz escribió Jardín. Confieso que he aprendido mucho estudiando a otros escritores. Pero a veces hay mucho que ya sabía y no podría explicar cómo. Hay cierta clase de conocimiento del que unos individuos disponen y otros no. A unos les llega, a otros jamás. Es así.

«Pero lo que más necesita un escritor es concentrarse; hay que renunciar a muchas cosas: vida social, bienes materiales, diversiones... La literatura es un sacerdocio. O es, tal vez, como aspirar a ser el amante perfecto: o te entregas en cuerpo y alma o no lo haces, porque con menos no vale la pena».

—Dice la nota de Oil on canvas que la crítica te ubica entre «los escritores que se desmarcan del canon literario tradicional». ¿Qué representa para ti tal opinión?

—Ser considerada una «rara» dentro de nuestras letras es para mí un enorme alivio; primero, porque espero que los etiquetadores compulsivos se queden satisfechos y dejen de colocarme en gavetas que poco tienen que ver conmigo y, segundo, porque parece que me he ganado un minúsculo espacio en cierto grupo de escritores cubanos —los «raros»—, entre los cuales, para mucha honra mía, se encuentran las mejores plumas de esta Isla. Si algún día logro pasar a la posteridad, lo haré sentada a los pies de Martí, Dulce María, Alejo, Lezama, Eliseo, Poveda... Ellos inmensos, como los colosos de Abu Simbel, y yo a su sombra, apenas una manchita, una partícula de polvo en sus zapatos, pero en la categoría que me corresponde.

—Ya hace varios días que tienes la antología Entre los poros... en tu poder. ¿Puedes adelantar algún criterio sobre ella?

—Emmanuel Tornés es un intelectual muy riguroso y con una formación teórica solidísima, se puede confiar en la seriedad de su trabajo. Su antología resulta muy necesaria, pues actuará como una pieza coral de carácter testimonial para mostrar a la posteridad cómo era visto el amor en la Cuba de estos tiempos, contado por distintas generaciones de escritores. Este tipo de trabajo tiene mucho en común con la antropología social y con la arqueología. Será una referencia muy útil no solo para los lectores, sino para especialistas actuales y futuros.

«Aunque todavía no termino de leerla, puedo decir que me han impresionado hasta ahora dos cuentos: Amor a los cincuenta, de Julio Travieso; y Bos Taurus, de Alberto Guerra. El primero por su extraordinaria sensibilidad humana, su absoluta y desarmante sinceridad y desolación. Ese cuento me hizo llorar y yo no soy de lágrimas, quienes me conocen lo saben. Bos Taurus es un alarde de maestría en el oficio, un relato envidiable, escandalosamente perfecto, un asombroso ejemplo de asimilación total de las esencias y actitudes vitales de otra cultura; una obra de esas que a uno le hacen decir medio despechado: “¡Yo querría haber escrito ese cuento!”».

—Has obtenido diversos reconocimientos a lo largo de tu carrera como escritora; pero el Alejo Carpentier es un premio de muy alto vuelo. ¿Te hace sentir que has llegado a la cima de tus potencialidades o esperas más?

—No quisiera parecer ingenua, insensata o pretenciosa, pero todavía espero más. En esta o en las próximas vidas, las 15 000 vidas del caminante. Wichy Nogueras sabía demasiado. Otro «raro», por supuesto. Los «raros» lo saben todo.

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