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Recuerdan aniversario 90 del nacimiento de Oswaldo Guayasamín

El pintor ecuatoriano se multiplica y repite en todos los que, nacidos o no en América, hacemos nuestro el clamor por el respeto a la democracia y a los derechos constitucionales.

Autor:

Juventud Rebelde

La muerte, decía el pintor ecuatoriano Oswaldo Guayasamín, es como el misterio del maíz, «cae un grano en tierra y germina, y eso ha ocurrido por milenios, y los pueblos de América han repetido el misterio del maíz una y mil veces». Tantas, que hemos dejado de temerle a esa señora oscura que el pasado domingo vistió el traje de los golpistas hondureños y arremetió contra los hijos de Morazán, que esperaban en las calles de Tegucigalpa el regreso de su presidente legítimo.

No pudo ella ni podrá detener la lucha de una nación que, al igual que el creador de La Capilla del Hombre, se multiplica y repite en todos los que, nacidos o no en América, hacemos nuestro el clamor por el respeto a la democracia y a los derechos constitucionales.

La luz, siempre encendida, permitió ver ese día entre la multitud al pintor que nunca se fue, al hombre universal que denunció a través de su obra el sufrimiento de los pueblos americanos, y que el pasado 6 de julio hubiera cumplido 90 años de nacido.

Su ejemplo inspirador lo trae de vuelta, con sus pinceles a cuesta, identificándose con la denuncia social, llamando desde los trazos a los militares honestos a que paren la masacre y saquen al usurpador Micheletti de la silla presidencial.

El anciano indio-mestizo, el artista de talla mayor, el hombre de convicción latinoamericana, comprometido con el progreso social y con los pueblos marginados y explotados, está ahora en Tegucigalpa; junto a los hondureños, denunciando la violencia y el dolor, como tantas veces hizo a través de sus creaciones expresionistas.

Su mayor monumento, La Capilla del Hombre, un cuerpo arquitectónico de tres pisos en un terreno de alrededor de 2 500 metros cuadrados, en Quito, llama a la unidad de América Latina.

«Quiero expresar toda la tragedia que hemos tenido a través de nuestra vida y de nuestra historia en América Latina», dijo el artista al emprender el proyecto en 1995. Y más adelante agregó: «En la primera parte de La Capilla del Hombre, al tomar tres grandes culturas, cada una por lo menos de siete mil años, los aztecas, los mayas, los incas, quiero retomar una manera de canto de amor, para decir, esto fuimos y de esto debemos partir para ser un grupo humano diferente».

Amigo de Cuba, de Fidel y de la Revolución, Guayasamín no creía en la muerte. «Yo me he multiplicado y mi rostro se repetirá, y lo identifico en mis hijos, en mis descendientes, y en mi obra».

Vivió intensamente los conflictos étnicos y de clase en su país y descubrió realidades semejantes en Latinoamérica. Las grandes dimensiones sedujeron a este hijo de padre indio y madre mestiza, que realizó unas 180 exposiciones individuales y desarrolló una fructífera producción en cuadros de caballete, murales, esculturas y monumentos.

Cómo no recordar por estos días a este hombre que, como bien dijo Rigoberta Menchú, premio Nobel de la Paz, «ha dado lo mejor de sí por nuestros pueblos», y cuya «memoria permanecerá en nosotros y será aliento permanente para quienes buscamos un mejor futuro para la humanidad».

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