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Colmenita Bolivariana: Sueño de amor que ¡Sí va!

Un panal venezolano de dulzura, inspirado en la agrupación teatral infantil cubana homónima, demuestra que en Venezuela se forja una Revolución que ama y protege

Autor:

Juana Carrasco Martín

CARACAS.— Día de fiesta grande, de alboroto, globos y lluvia de papeles rojos en el Teatro Teresa Carreño. Un público que no se estuvo quieto en los asientos, que gozó con los payasos, abrió desmesuradamente los ojos con el acto de magia, se imaginó haciendo contorsiones increíbles o suspendido en el aire junto a los trapecistas, y hasta encontró que también podían poner a bailar una veintena de aros como la bella artista del Circo del Sur.

Esa fue la introducción a un lanzamiento espectacular y formal de la Colmenita Bolivariana, ante cientos de niñas y niños que celebraban el fin de semana el Cuarto Aniversario del Semillero de la Patria y el Primero de la Misión Niños y Niñas del Barrio, dos organizaciones que buscan promover e impulsar la participación protagónica de los menores en defensa de sus derechos y del humanismo bolivariano.

¿Acaso fue esta la primera presentación escénica de este panelito tan especial? Pues no, su talento —que parodiando al refrán viene en frasco chiquito y por eso es bueno—, tuvo el 13 de junio pasado un despliegue más íntimo en el Campamento Recreativo Niño Simón, en Río Chico, estado de Miranda.

El abejero de ahora, igual de bello, sincero y alegre, con la representación de la versión teatral de La Cucarachita Martina, es parangón del que miró como espejo la experiencia cubana, y también se multiplicará en todos los estados venezolanos, mediante el Convenio Cuba-Venezuela.

Gracia y donaire en Barbary Torres, la Cucarachita Martina que conquistó no solo el corazón de Mingollo Pérez (interpretado por Jhonsy Nieves), también lo hizo con cada uno de los presentes en la Sala Ríos Reyna del teatro insignia caraqueño. Asombraron con sus voces de privilegio Rebeca Quintana y Miguel Level, en los papeles de Cotorrita Pita y Don Loro de Oro.

Y tendríamos que nombrarlos uno por uno, porque se lo merecen, a los 67 niños y niñas que integran el colectivo y nos endulzaron el mediodía con un enjambre risueño multiplicado en las butacas.

«La intención es ampliar el radio de acción de esta modalidad de inclusión social que atiende a jóvenes en situación de riesgo social y vulnerabilidad, en algunos casos desvinculados de su medio familiar», ha dicho Litbell Díaz Aché, presidenta de la Misión Niños y Niñas del Barrio que atiende a más de 62 000 infantes y adolescentes, refiriéndose a los propósitos futuros de la organización teatral que nace para aportar también alegría, enseñanza y valores.

Sin dudas, el enjambre hermano de La Colmenita que crearan Carlos Alberto Cremata e Iraida Malberti en 1990, refuerza la condición de Embajadora de Buena Voluntad de la UNICEF otorgada al colectivo cubano. La miel sigue esparciéndose, porque para actuar, cantar, bailar, y fomentar valores humanos universales no existen ni existirán cotos, ni barreras.

Había una vez...

Así, como en los cuentos de hadas, se podría comenzar, porque Joaquín Jorge Tornés (Yoqui), director artístico de la Colmenita Bolivariana, abrió su conversación diciéndonos: «Es un sueño que se empezó a gestar hace año y medio atrás con Corazón Adentro —la Misión Cultura— cuando se presentó La Colmenita de Cuba junto con niños venezolanos y el presidente Hugo Chávez dijo que quería tener un grupo como ese».

La historia continuó así: «Tres compañeros de la Colmenita iniciamos el trabajo en el eje de Barlovento —la región costeña venezolana— con niños sin experiencia en el teatro, que ni siquiera habían visto teatro en su vida, y el reto principal era cómo organizarlos, pues ni siquiera tenían experiencia de grupo, de colectivo.

«Las condiciones eran diferentes a las nuestras; en Cuba, son los padres los que llevan a sus hijos a La Colmenita, aquí, íbamos a buscarlos en nuestra camioneta y muchos ni siquiera se preocupaban por ellos. Fue nuestro trabajo también explicarles a los padres el vínculo que ellos debían tener con sus hijos, que esto era un asunto de la familia, de madres, padres, abuelos, hermanos, tíos...

«Porque el teatro es el pretexto para lograr la unión familiar, que el niño tenga un sentido de pertenencia, que aprenda a apreciar el arte, el trabajo colectivo y al grupo».

El trabajo arduo de los cubanos tardó menos de lo imaginado —aunque no tanto como el canto del Gallo Malayo y el gruñido del Oso Roñoso— en entrar al mundo y el corazón de estos niños. Así, en el crédito Confección de vestuario ya aparecen «Ruth, Martha y madres y abuelitas de La Colmenita».

«Ya tenemos vestuario —esplendoroso, acoto yo—, pero el personaje es como el vestuario: hoy yo te lo presto para que ninguno se sienta que es “el personaje”», comenta Yoqui sobre una de las maneras de formar ese espíritu colectivo, de grupo.

Ahora se lanzan a otras partes de Venezuela. Yoqui enumera los lugares, muchos del estado de Nueva Esparta, y a los tambores de Barlovento. «Queremos que en cada lugar tengan su sello, y que se trabajen obras venezolanas y latinoamericanas.

«No somos una escuela de arte, somos instructores, formadores, educadores de quienes van a ser médicos, constructores, maestros...

«Vamos al rescate de los valores de la familia, aunque en algunos casos sea lento el proceso de integración de los padres, porque hay hogares donde tienen cabida la droga, el alcohol y la violencia familiar».

Lo apremia el escenario, a punto de abrir cortinas. El panal derrocha miel, endulza corazones, germina el semillero que —como reza en un muro— «mantendrá la llama de la Revolución».

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