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Exponen Mi edad en bronce, del artista Pável Valdés Ruiz

Arte y oficio se combinan en esta muestra del Museo de Arte Colonial, donde la figura humana fundida juega también con la presencia de estructuras de concreto

Autor:

Jaisy Izquierdo

En el Museo de Arte Colonial, durante un mes y medio han permanecido expuestas las 16 piezas que conforman la exposición Mi edad en bronce del joven artista Pável Valdés Ruiz, quien levanta el vuelo hacia la creación plástica merodeando nada más y nada menos que el difícil camino de la escultura fundida en el duro metal.

Arte y oficio se combinan en él, puesto que son sus manos las que guían el engendramiento de sus piezas de cera, con la misma dedicación con que sus brazos vuelcan luego el crisol con el bronce ardiente. Y es que para Pável la escultura en metal es un misterio que no completa totalmente su autoría hasta el momento mágico en que emerge la obra fundida, del centro de los moldes ahuecados; una manifestación semejante al nacimiento de Venus de su concha marina o al de Ateneas de la cabeza de Zeus.

Lo curioso es que Pável no ha transitado los senderos habituales que podrían recorrer un aprendiz de fundidor o un artista en ciernes. Él se ha colado por sí solo en los secretos milenarios de la técnica de la cera perdida, gracias a la cual, desde el año 3000 antes de nuestra era, los antiguos ofrendaban sus estatuillas a sus dioses; el mismo procedimiento que aún sigue siendo el más fidedigno para reproducir en metal una pieza artística.

«No soy un artista de formación, soy biólogo», me dice y explica los diferentes caminos por los que aprehendió el conocimiento: «Me gradué en el año 1998 en la Universidad de La Habana, en la especialidad de Entomología, pero siempre me inquietaron las artes plásticas. Hubo un momento en que esa fuerza expresiva llegó a ser tan grande en mí, que decidí tomármelo en serio y comencé a hacer algunas exposiciones con dibujos. Me hice artista independiente y trabajé por un tiempo en el gabinete de restauración y conservación de la Oficina del Historiador, donde pude nutrirme de diferentes técnicas del arte.

«Siempre me llamaron la atención las esculturas de bronce, pero nunca imaginé poderlas realizar, pues no tenía la menor idea acerca de un proceso tan complicado como este. Gracias a un amigo aprendí algunas nociones de fundición y entonces me lancé en un período de búsqueda y experimentación intenso, que incluyó desde la construcción de mi propio taller hasta el aprendizaje técnico que conlleva este oficio, donde necesitas saber de materias como metalurgia, química, mecánica o eléctrica».

Y es que el bronce, la aleación más innovadora en la historia de la humanidad, permitió al hombre infundirle a sus herramientas y armas una mayor dureza y durabilidad que sus predecesores en piedra; pero aquellos que pretendían erigir majestuosos monumentos donde sus reyes se mostraran en la exactitud de todas sus formas, solo pudieron someter al indúctil metal, tras un minucioso trabajo donde se hace necesario modelar varias veces la ansiada figura.

La técnica de la cera perdida es para Pável un reto diferente con cada pieza, una paciente labor en la que primero debe lograr «idéntico molde en cera que luego se recubre de barro u otra sustancia refractaria. Al darle calor a elevadas temperaturas la cera se derrite y se pierde —de ahí su nombre—, dejando un vaciado con la forma de la figura, que se rellena luego con el bronce derretido. Finalmente el huevo de yeso se rompe y como por arte de magia sale la pieza en bronce».

Y así, mediante este tradicional procedimiento, es que este joven creador, en medio de la era digital y tecnológica, se declara orgulloso en su «Edad de Bronce», una conjunción feliz donde la figura humana fundida juega, además, con la presencia de estructuras de concreto.

«Mi edad en bronce es una especie de presentación donde calibro las técnicas que he aprendido, y marca el inicio de mi quehacer con este metal que me ha cautivado. Son piezas relativamente pequeñas, realizadas en ocasiones a partir de modelos naturales, que buscan ante todo mi complacencia personal en la conjugación de los elementos, el juego de las formas, y su visualidad compositiva.

«La interacción de las estructuras es uno de mis mayores objetivos cuando sitúo instintivamente a estas figuras en abierta relación con el hormigón armado. A menudo vemos cómo la sociedad tiene que luchar contra el deterioro, y en el camino nos encontramos con fachadas sin pintar, paredes sin repellar, muros derruidos, y cubiertas donde se pueden ver las cabillas junto al concreto. Unido a ello está latente ese contructivismo que en materia de arquitectura se implementó en los años 80, y que de tanto verlo en la urbanidad se nos pegó bien adentro.

«El arte mío empieza a surgir primeramente elaborando el taller y en esto hubo también todo un trabajo con las estructuras, pues yo elaboré con mis propias manos mi horno y la estufa. Para mí en el taller es donde está la verdadera obra de arte y las piezas que expongo no son más que un homenaje a los oficios que el hombre, a través de los siglos, se las ha ingeniado para desarrollar».

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