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Noche agradecida

El Ballet del Teatro Bolshoi y el Ballet Nacional de Cuba deleitaron al público cubano que asistió a la presentación única en el Complejo Cultural Karl Marx. Adagios y pas de deux inolvidables, protagonizados por primeras figuras de ambas compañías, demostraron la belleza y la fuerza de los ballet clásicos de siempre

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

Quizá porque era la víspera del Día del Amor, la función del pasado sábado, consagrada a dos grandes escuelas: la rusa, por medio del Ballet del Teatro Bolshoi; y la cubana, mediante el Ballet Nacional de Cuba, puso su acento en afamados adagios y pas de deux, los cuales manifestaron que tanto una como la otra han sabido conservar con esmero una tradición, un estilo, una manera de bailar, sin que hayan permanecido de espaldas al tiempo.

Y ello fue agradecido con una larga ovación tributada por un público que no dejó espacios libres en el Complejo Cultural Karl Marx, y que desde el primer momento estuvo consciente de que la del 13 era una oportunidad que no se podía perder. Al menos, ese fue mi caso. Por eso, a pesar de las bajas temperaturas, regresé feliz a mi casa después del reencuentro con la compañía moscovita que, la verdad, nos dejó con deseos de más.

En lo personal, aunque disfruto mucho, por ejemplo, la energía que se produce a partir del diálogo, de la pasión que se establece durante el adagio de El lago de los cisnes, entre una Odette desesperada y frágil, y un príncipe hipnotizado por la belleza del extraño ser —lo que apenas pude percibir en los roles asumidos por Elena Andrienko y Vladimir Neporozhny—, no puedo decir que las interpretaciones de las estrellas rusas no hayan sido precisas, técnicamente limpias.

Por eso aplaudí tanto el adagio de Espartaco protagonizado por Dimitri Belogolovtsev y Anna Antonicheva, la gran revelación entre los visitantes. De hermosa línea y magníficas condiciones, la Antonicheva representó su rol con notable fuerza emotiva e intenso dramatismo; cualidades que nos mostró más tarde cuando se convirtió en la romántica y etérea Giselle, que tuvo en Ruslan Skvorstov a un elegante Príncipe Albrecht.

Me hubiera encantado, eso sí, apreciar las variaciones de Raymonda de Galina Stepanenko y de Neporozhny, después que nos deleitaron con el bien danzado paso a dos de esa obra de Marius Petipa. Lo mismo me sucedió con la suite de Carmen, ese ballet que Alicia hizo tan nuestro —por cierto, el vestuario de Salvador Fernández es insuperable—, sin embargo, esta vez no fue posible. Mas, lo repito, valió la pena ponernos en contacto con una escuela que tanto le ha aportado al mundo de la danza clásica.

En cuanto a los del patio, una vez más evidenciaron su poderío, su manera fabulosa de asumir el ballet a la cubana. Es sencillamente impresionante lo de Viengsay Valdés en Don Quijote, con sus balances interminables, que dan la sensación de no estar sujetos a ninguna ley de la Física, y con fouettés tan extraordinarios como los de Anette Delgado en su Cisne Negro, que parecen lastimar el aire. O lo de esta con sus «vaquitas», un absoluto espectáculo. Y mientras tanto, Elier Bourzac demostrando un crecimiento innegable en cada una de sus presentaciones.

No obstante, mis reverencias para Bárbara García y Javier Torres, por habernos deleitado y emocionado con esa joyita nombrada Las intermitencias del corazón, creación del gran Roland Petit. Superinteligente él (sabe escoger muy bien sus obras), atento y delicado partner, entregado por completo a la coreografía como si nada más del mundo le importara; y ella, sutil, dueña de una enorme exigencia técnica, capaz de en cada actuación imponerse el dificilísimo desafío de superarse a sí misma. García y Torres entregaron el momento más memorable de la velada, al punto de que posiblemente muchos hayan salido corriendo detrás de ese título de siempre, En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, que inspiró al coreógrafo francés.

Debo confesar que me llamó poderosamente la atención el hecho de que en el programa apareciera entre tantos adagios y pas de deux, el Acentos contemporáneo de Eduardo Blanco.

Luego entendí que quizá era la mejor manera de reflejar que nuestra escuela se renueva y no envejece; que su danza masculina, por ejemplo, existe plena de salud. Lo demostraron con creces, con su técnica y su potencia fantástica en la danza, los muy jóvenes Yonah Acosta, Yanier Gómez, Camilo Ramos, Alejandro Silva y Edward González. ¿Se podría pedir más para una noche?

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