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Holguín: ciudad de las mil cuerdas

Esta ciudad es una de las pocas que aún conserva la Jornada de Concierto, iniciativa surgida en la década del 70 del pasado siglo y que ha desaparecido en casi todo el país

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

El pianista, en medio de su brillante ejecución, comenzó a divisar en plena presentación una sombra que con más insistencia se reflejaba en el lustroso piano del cual extraía las más asombrosas notas. Y cuando la concentración le empezaba a flaquear, sintió que una dulce voz le dijo: «¿Se demora mucho? Porque se le está enfriando el cafecito». La anécdota jocosa, pero verídica, fue recordada recientemente en una de las conferencias que dictara el maestro Jorge Manuel García-Porrúa Álvarez, durante la XXVII Jornada de Concierto de Holguín.

García-Porrúa contó aquella y otras historias que reflejaban el desvelo que distinguía a quienes formaban parte de los casi extintos Círculos de Amigos de la Música, cuando estos comenzaron a surgir a finales de la década del 70 del pasado siglo. Fue la misma época en que se iniciaron estas Jornadas de Concierto, que también han ido desapareciendo. Por ello es como un milagro que la tierra del Guayabero cuente ya 27, gracias a que el Centro Provincial de la Música no ha perdido de vista la importancia de mantener este tipo de propuesta; máxime cuando en ese territorio los concertistas de altísimo nivel se dan con la misma abundancia con que crece el insistente marabú.

Correspondió dejar abierta la XXVII Jornada al director titular de la pujante Orquesta Sinfónica de Holguín (esa que a pesar de su probada calidad lleva seis meses «desactivada» por no contar con un espacio para hacer sus presentaciones), Harold Ricardo Corella, quien asumió la batuta de la Orquesta de Cámara de Holguín (OCH). La primera noche convocó a una multitud ansiosa por escuchar Las cuatro estaciones de Antonio Vivaldi, en el patio interior del Museo La Periquera, cuyo Salón Solemne se convertiría en la sede principal de la cita.

Solo para ser testigo privilegiado del estreno allí de la afamada composición que a través del lenguaje musical nos dibuja primorosamente La primavera, El verano, El otoño y El invierno, hubiera valido la pena viajar hasta Holguín, por la profesionalidad pasmosa con que fue interpretada la creación del genio italiano. Sin embargo, en muchas ocasiones más tendría la oportunidad de emocionarme por la impresionante ejecución de no pocos anfitriones e invitados.

La apertura constituyó todo un espectáculo en el que tomó parte también la imaginativa Compañía Codanza, el cual nos permitiría empezar a constatar —después sería una certeza— la salud envidiable que vive la música clásica en el oriente del país. Con la guía de Harold, la OCH se mostró íntima, expresiva, ensamblada, e introdujo al extraordinario violinista Pedro Zayas Alemán, ovacionado por su espléndida labor como solista.

Dedicada a homenajear los 150 años de Isaac Albéniz y a celebrar las cinco décadas de la enseñanza artística, la Jornada se extendió, además, al Conservatorio José María Ochoa, a la Escuela Vocacional de Arte Raúl Gómez García y al Parque Calixto García; y posibilitó admirar el quehacer de varias agrupaciones, en verdad, sobresalientes.

Esos fueron los casos, por ejemplo, del Quinteto Impromptu, que dirige Daniel Sosa, el cual puso de pie reiteradamente a quienes tuvieron la dicha de complacerse con un programa integrado por composiciones de Matamoros, Grenet, Simons... y que incluía, además, una pieza como Summertime, que sería aplaudida con efusividad por partida doble durante la noche destinada a los instrumentos de viento. Y es que el cuarteto Metales en Concierto (Granma), conducido por Augusto César Odio, presentaría también su elaborada versión del conocido negro espiritual, y reafirmaría su clase con temas como Ave Verum, de Mozart; y la Tonada y aire de trompeta, de Purcell, por mencionar algunos.

Descollaron asimismo por su depurado trabajo, la sorprendente Orquesta de Guitarra Isaac Nicola, encabezada por el maestro Ramón C. Pérez Leyva, y el dúo Presto, de Las Tunas. Compuesta por muy jóvenes y virtuosos guitarristas, entre los que destaca la impresionante concertista Elvira Skourtis, la Orquesta mostró un repertorio de lujo (deja sin aire cuando regalan los movimientos La ciudad de las mil cuerdas y Fantasía de los ecos de Acerca del cielo el aire y la sonrisa, de Leo Brouwer), avalado por la calidad, la sutileza, los intensos colores de las interpretaciones. Presto, por su parte, no se conforma con defender con esmero, limpieza y pasión obras concebidas originalmente para piano (Hindira Mastrapa) y cello (Danilo Losada, Santiago de Cuba), sino que versiona magníficamente las danzas de José María Vitier, hace muy suyo tanto lo que Pierre Fournier concibiera para el Preludio Coral Sol menor, de Bach; y el Kol Nidrei, de Max Bruch, como las composiciones del argentino Astor Piazzolla al estilo de su Libertango.

De esta XXVII Jornada de Concierto llamó también poderosamente la atención el hecho de que no se hiciera ni la más mínima concesión en los programas, con tal de atraer a un público más numeroso. Por el contrario, los participantes se empeñaron en que cada aplauso estuviera justificado por la maestría en la ejecución. De ello quizá el ejemplo más palpable haya sido el cuarteto Pizzicato. Harold Ricardo, viola y director; Pedro Zayas e Iván González Ramírez, violín; y Maikel Rodríguez Cruz, contrabajo, se decidieron por una obra compleja (incluso de asimilar por oídos poco entrenados) como Ecléctica No. 1, de Joel Rodríguez Milord; y cerraron con la fascinante Caribe Nostrum, de Guido López Gavilán. Y el resultado no podía ser otro que una calurosa recepción de los presentes.

Y claro, si la Jornada estaba dedicada a la enseñanza artística no podían faltar los valiosísimos representantes del nivel medio y elemental que se forman en Holguín. Ocurrió la noche de clausura, tal vez la más agradecida de todas, porque puso en evidencia el prominente futuro que nos aguarda. Abrió con el Concierto para trompeta y orquesta, de J. Neruda, que asumido por la Orquesta de Cámara del Conservatorio José M. Ochoa, con Oreste Saavedra al frente, nos hizo posar nuestra asombrada mirada en Andy González Leyva, quien se paseó por el Allegro, el Largo y el Vivace, con el aplomo y la destreza de quien ha tenido el goce de tocar el Olimpo.

Quien pensó que con Andy todo había terminado, supo inmediatamente después que, al llegar a casa, tendría que poner en agua fría sus afiebradas manos por los continuados aplausos que conferiría luego de quedar «petrificado» con las presentaciones del contrabajista Jhony Vaillant Valle (Bolero, de Bottesini) y de los violinistas Beatriz González Argudín y Manuel de la Cruz Aguilera (pobres de sus profesores si en nivel elemental este adolescente puede interpretar de esa brillante manera las obras de Wieniawski); y que concluiría con el Concierto para corno y orquesta, el Adagio y Allegro (ambos de Haendel) y con el Verano Porteño, de Piazzolla, a cargo de la Camerata Infantil de la EVA Raúl Gómez García, que dirige Norkristian García Morales.

Norkristian García Morales es una especie de «mujer del Renacimiento» pues puede ofrecer con su voz dulce, afinada y prodigiosa un concierto inolvidable conformado por Lieder de Schumann, Grieg, Schubert y Chopin, acompañada por la notable pianista Julia María Barrientos; luego compartir el escenario con cinco pequeños para extasiarnos con la Suite de Canciones Infantiles, de José María Vitier; y por último, colocarse delante de una orquesta infantil y hacerla sonar cual si estuviera integrada por músicos más que fogueados.

A algunos les parecerá exagerada la solicitud de García-Porrúa cuando convidaba a los intérpretes reunidos en Holguín a protagonizar otra invasión como la de Maceo, pero ahora  de esta música que enamora el alma. Y yo, que aún ando conmovido, lo apoyo con idéntico entusiasmo.

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