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Al interior de Casa vieja

En la adaptación cinematográfica de la obra La casa vieja, el realizador Lester Hamlet trató de bajar los personajes de la escena teatral y convertirlos en personas de verdad

Autor:

Jaisy Izquierdo

Como quien pasea por los rincones de una casa con el consentimiento de sus inquilinos, fui testigo de las interioridades de la familia que habita del 13 al 19 de enero la pantalla grande cubana. Todos viven en una Casa vieja, atrapados aún entre la piel de personajes a los cuales propiciaron historias, conflictos, pensamientos, deseos… tomando como punto de partida el afán de hacer una película en Cuba y desde Cuba, como afirma el director de la tropa, el joven realizador Lester Hamlet.

Para la adaptación cinematográfica de la obra de teatro La casa vieja, que escribiera Abelardo Estorino, Hamlet se apoyó en Mijail Rodríguez, quien confiesa que en aquel primer momento la historia le pareció «poco interesante, pues la veía muy lejana de nosotros como para hacer de ella una película. Entonces, el principal objetivo hacia el que nos enfocamos al caminar por esta casa tan antigua, fue pensar qué podía mantenerse en pie, y qué era necesario derrumbar y construir de nuevo».

«Tratamos de imaginarnos cómo serían los personajes de la obra de Estorino si hubieran evolucionado en el tiempo, por lo que quisimos actualizarlos un poco. Es por ello que Esteban, el personaje principal, ya no viaja de La Habana a Unión de Reyes, sino de España a Cuba, porque con los años las distancias cada día se acortan más», explica Hamlet,  también director del fragmento Lila en la cinta Tres veces dos; y añade que otro de los propósitos trazados a la hora de concebir a los personajes fue el «esmero por bajarlos de la escena teatral y tratar de convertirlos en personas de verdad».

De camaradería e intercambio profesional profundo, habló Albertico Pujol, para expresar el ambiente que reinó a la hora de concebir a Diego, el hermano de Esteban, un hombre al que Pujol mira como «una suerte de pared, de dureza, que a veces ni escucha a los que están a su alrededor. Me molesta que sea así y por eso siempre lo analizo con ira. Pero en el fondo me da lástima, porque termina siendo una víctima de sí mismo y también sufre».

A pesar de ser Diego un personaje «muy agradecido», del tipo que permite a cualquier actor desplegar su histrionismo, para Albertico el reto estuvo «en buscar lo que estaba escondido y que quizá el texto no dijera, pero que de alguna otra manera tenía que quedar expresado», algo que se logró gracias a las profundas conversaciones que el equipo entablaba acerca de lo que se quería lograr con cada escena.

No obstante, en el plano personal el rodaje fue una experiencia gratificante: «me costó mucho trabajo entender que la película era un drama, porque nos divertimos muchísimo al hacer todas las escenas en las que Diego se peleaba con Flora (Isabel Santos) o con su tío (Manuel Porto), para mí aquello era pura comedia», rememora Pujol con una franca sonrisa.

Isabel Santos también ahondó en detalles sobre la conformación de su Flora, un papel bordado a cuatro manos junto con Lester, quien en un principio lo tenía pensado para que ocupara dos escenas y a medida que creció el personaje terminó «robándose» cuatro.

«Lester quería que yo fuera una de esas personas que trabajan en los mosquitos, y que se mete en la vida de los demás porque aunque estos no lo quieran, la tienen que dejar pasar. Pero yo le dije que a Flora yo la veía mejor como una barrendera, una gente simple que repite y repite las verdades aunque no la escuchen. A veces, en algunos momentos, nos sentimos basura, y yo quería hacer de Flora esto, porque a ella la vida la llevó a recoger los desperdicios de los demás, y no solo en lo literal, también cargaba con las malas actitudes de los otros», destaca Isabel.

Fue Isabel Santos una especie de hada madrina en todo el proyecto, según asegura el director, y gracias a ella fue que Yadier Fernández llegó a Casa Vieja. «Esteban es como un comodín que necesita estar bien para que todos los que lo acompañan a su alrededor funcionen correctamente. Es él quien provoca las catarsis en los otros personajes, por lo que tenía que asumir una contención de las emociones hasta el momento preciso», explica Lester Hamlet, quien asegura estar satisfecho de haber hablado «del ser homosexual desde su hombría, al huir de las posturas que lo tratan o como un fantoche o como una persona más débil».

Pujol no desaprovechó la ocasión de valorizar tanto el desempeño de Porto como el de Adria Santana, de quien señaló el «momento mágico» en el cual la actriz se pone la boina de miliciana y se convierte en joven, sin siquiera cambiar el maquillaje.

En tanto, Hamlet prefirió enfatizar el impulso vital que hizo posible articular esta historia en términos de producción, y que lleva el nombre de Humberto Solás, quien defendiera el llamado cine pobre como una alternativa para continuar la historia del cine cubano.

«Esta cinta la hicimos con un corto presupuesto, pocos actores y escasas locaciones, sin ganar a cambio mucho más que la propia película. No obstante, creo que se logran momentos espectaculares en la fotografía, bien logrados desde su humildad, y esto gracias también al director de fotografía, Rafael Solís».

Finalmente le escucho decir, de una pista lanzada en el celuloide: el porqué de tantas banderas asomando sus colores: «En algún momento escuché que en las películas norteamericanas los directores tenían como obligación sacar un plano donde estuviera presente su bandera. Y yo me dije que nosotros deberíamos hacer lo mismo, como una necesidad de marcar nuestra identidad. Es por eso que la bandera cubana aparece en una pared, colgando del retrovisor del auto, sobre el ataúd… La llevo en mi película igual que la llevo en mi brazo, como un tatuaje del cual no me puedo desprender».

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