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Solo Simón

Eternamente vivo, queda el Libertador de América atrapado entre las líneas de la novela Simón era su nombre, con la que su autora, la ecuatoriana Edna Iturralde, le permitirá seguir conquistando otras mil batallas, en los más jóvenes corazones

Autor:

Jaisy Izquierdo

Simón Bolívar, el Libertador, quien perpetuó su nombre en el de la naciente Bolivia, es para Edna Iturralde solo Simón. Y si recorremos las páginas de su libro Simón era su nombre, algo mágico se desborda en torno a ese, el más personal de todos sus nombres: «Simoncito», que se oye como un arrullo en la boca de su nana negra Hipólita, mientras que Manuelita Sáenz, el amor de su vida, suspira entre los recuerdos del primer encuentro: «Simón, Simón...».

Pero Edna Iturralde, la autora de más de 30 libros escritos para niños y jóvenes, no se conforma con esto, y teje incluso con creatividad literaria un acróstico que diga ese nombre con las palabras del diario íntimo de Manuelita Sáenz, dispuestas al inicio de cada capítulo de Fuego, la segunda parte del volumen. Un impulso, este, de conectar al joven lector por los caminos más insospechados, con el plano más humano de la figura de Bolívar.

«Muchas veces los jóvenes piensan que los héroes eran seres sublimes, y que por tanto fueron niños perfectos, estudiantes perfectos, adolescentes perfectos... No. Bolívar era un niño travieso, bastante malcriadito; y cuando fue estudiante no se distinguió por sus altas calificaciones. Nadie hubiera pensado que sería el genio militar en el que se convirtió después, porque aprendió solo, pues él no asistió a una academia militar como lo hizo, por ejemplo, San Martín. Fue un adolescente con muchos problemas e inseguridades, que soñaba con que le saliera la barba, o por lo menos el bigote. Y como buen adolescente, también tenía espinillas en la cara. Era un joven común y corriente».

La idea de escribir este libro para acercar la persona de Bolívar más allá de los textos escolares, surgió como un pedido a la autora por parte de la Editorial Alfaguara, de Colombia, que quería unirse con una colección especial a los festejos por el Bicentenario de la Independencia. Pero semejante encomienda desconcertó por completo a Edna: «Normalmente yo escribo por inspiración, y esto me tomó por sorpresa. Como no sabía qué hacer, les pedí un tiempo a los editores para tomar mi decisión, porque escribir acerca del Libertador era una enorme responsabilidad».

Pero sucedió que en aquellos días comenzaron a acontecerle cosas «raras», que la escritora fue atesorando como señales para un sí. «Recuerdo que entonces recibí una invitación de Quito y al llegar allá terminé perdida en medio de la ciudad. Para pedir ayuda entré en un almacén de antigüedades y allí me llamó la atención un relicario, que extrañamente no tenía la imagen de ninguna virgen, sino la del mismísimo Bolívar, y lo compré. Lo segundo que me sucedió fue que obtuve de una manera muy mágica un cuadro con el rostro de Bolívar que el dueño me lo vendió, increíblemente, por un precio irrisorio.

«Cercana ya al día en que tenía que dar mi respuesta me convencí a mí misma de que podía hacerlo, usando como argumento que, a fin de cuentas, yo soy una ciudadana de la Gran Colombia, esa enorme nación sudamericana que presidiera Bolívar y que comprendió los territorios actuales de Venezuela, Colombia, Ecuador y Panamá. Yo digo que soy “grancolombiana” pues, aunque nací en Ecuador, fui engendrada en Colombia y por esas cosas de la vida mi tatarabuelo, el coronel José María de Irrazábal, que fue venezolano, había estudiado en la escuela con Bolívar y lo acompañó en su entrada a Quito durante la guerra por la independencia. Para completar, mi madrina es panameña. Entonces, acepté».

Así fue que Edna Iturralde, considerada entre las diez mejores escritoras de libros infantiles del siglo XX en Latinoamérica, se lanzó a la aventura de escribir esta biografía novelada, la cual tuvo a bien presentar dentro de la 20 Feria Internacional del Libro, bajo el sello editorial de Gente Nueva, calificándolo como su «primer hijo cubano de papel».

Para su realización, la autora dedicó seis meses a la investigación y escritura de la novela, lo cual le permitió recrear cómodamente los hechos verídicos, logrando que hasta los más pequeños detalles tuvieran un sustrato real: «La pulsera que Simón le regala a Manuelita está en el Museo Manuela Sáenz, de Quito; y es histórico el concurso de natación que hizo con las manos amarradas a la espalda. También hay registros de que en su casa dio abrigo a muchos perros recogidos y hasta a un oso.

«Por otro lado, muchos de los textos que conforman los diálogos y otras partes del libro son tomados de cartas verdaderas, así como del diario íntimo de Manuelita Sáenz, al que tuve también acceso, asombrosamente, pues no está publicado todavía».

Cuando le pregunto a Edna por el Simón suyo, ese que más la sedujo como persona, me contestó sin titubeos:

«Me quedé con el Simón que desde niño necesitaba cariño y lo absorbía como una esponja, con esa calidez humana que él podía demostrar y que a la vez tanto necesitaba. Esa característica de él llamó mucho mi atención y me llenó, porque era algo que yo desconocía.

«Al hacer las investigaciones y leer las cartas que escribieron sus tíos sobre él, por ejemplo, advertí la vida tan triste que tuvo, al haber perdido a sus padres cuando no sobrepasaba los nueve años de edad. A veces se dice que él era una persona que buscaba el protagonismo, y en parte es verdad, pero yo creo que lo hacía como una manera de ser reconocido en el cariño de otros.

«Fui una niña muy sola y también viví la pena de crecer sin mi padre, quien murió en un accidente de avión cuando tenía dos años. Eran tantas las cosas suyas que yo podía comprender, que poco a poco lo vi crecer, pasar su adolescencia, su participación en la independencia, en fin, toda la vida. A medida que avanzaba, más me compenetraba con él».

Y entonces Edna me confesó uno de los momentos más difíciles que experimentó durante la escritura de su obra: concebir el final del libro que ponía fin, a su vez, a la vida de su querido personaje central. «Al llegar al triste día de su muerte, no pude describir el momento final de su vida. Por eso el libro termina de una manera inesperada y hermosa, que no voy a adelantar al lector, obviamente. En páginas posteriores, a modo de cierre, sí se menciona el día y la hora en que murió, así como la proclama que él deja a los pueblos. Pero como para mí era muy duro dejarlo morir, sencillamente no lo hice».

Y así, eternamente vivo, queda el Libertador de América atrapado entre las líneas de esta novela. Con ella Edna, de seguro, le permitirá seguir conquistando otras mil batallas, en los más jóvenes corazones.

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