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Paseo musical por La Habana Vieja

Un reconfortante repertorio escogido por la Banda Nacional de Conciertos hace que el visitante descubra con mayor intensidad los encantos de su Centro Histórico

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

Es impresionante La Habana Vieja. Y aunque prefiero «descubrirla» de noche, con la paz que propician las tenues luces amarillas, no puedo dejar de admirarla cuando el sol resuelve poner a la vista todos sus contornos y colores.

Hacía tiempo que no recorría de mañana sus calles. Me decidí este domingo, motivado por cercanos amigos que me aseguraban que afloran más los encantos de su Centro Histórico cuando la buena música te acompaña.

Tenían razón quienes me convocaron. No fui capaz de moverme ni un minuto de la Plaza de Armas, donde latió el mismísimo corazón de la antigua ciudad. De repente, mis ojos escudriñaban los detalles que hasta ese momento habían pasado inadvertidos, mientras mis oídos se deleitaban con el reconfortante repertorio que había escogido para la ocasión la Banda Nacional de Conciertos, bajo la batuta de Verónica del Puerto.

Después, cuando me le acerqué a la muy joven directora ya graduada del ISA, extrañado de que este concierto no fuera un viernes, supe que el cambio había respondido al abrazo melódico que el colectivo que ella tan magníficamente conduce quería concederle al visitante Norwegian All Star Band.

Así habló Zaratustra, la afamada composición que ha evidenciado su esplendor también en el cine, en la publicidad..., abrió este, mi recorrido visual sui géneris, por conocidas edificaciones de alto valor patrimonial.

Alejada del cromatismo que nos ofrece esa sensación de tristeza, la pieza de Richard Strauss tiene el poder, a pesar de su brevedad y su aparente sencillez, de dejar al auditorio tarareando su contagiosa melodía. Pero eso solo ocurre cuando a virtuosos ejecutantes los anima la fuerza, el ritmo, la musicalidad y la sutil sensibilidad de quien los guía, como quedó demostrado este domingo.

Después vendría otra de esas obras que se instalan por tiempo en la memoria: Las Playas de Río, de Kees Vlak. Concebida con tres movimientos esta composición es perfecta para acercarnos al poderío de la música brasileña, que ha bebido de tantas razas y culturas. Y es increíble como con el influjo de su ritmo lució más espléndida la frondosa ceiba de El Templete. Como igual ante nosotros resplandeció el Palacio de los Capitanes Generales, considerado por muchos como el inmueble más bello de la colonia española en Cuba, cuando empezó a escucharse el inconfundible danzón Cicuta tibia, de Ernesto Duarte.

Cicuta tibia no solo se pintó perfecta para que Verónica del Puerto le ofreciera a sus más talentosos intérpretes la posibilidad del lucimiento, como lo hicieron Adonis Llana (saxo soprano), Osbel Goire y Efrén Escalona (saxo alto), Venus Vázquez (trombonista), José Julián Aceituna y Jorge Vistel (trompeta) y Hugo Carbonell (clarinete), sino que llegó para poner de manifiesto que la música constituye un lenguaje universal.

Y es que los instrumentistas noruegos no pudieron permanecer indiferentes ante el baile nacional cubano. Así, con la gracia de Verónica, Tron Laumann (clarinete) «retó» al impresionante Hugo Carbonell, mientras que Kjell Gunnar Pedersen (trompeta) le plantó «duelo» al experto Jorge Vistel. De ese modo se produjo un «combate» entre estos cuatro brillantes instrumentistas, en el que el público se alzó como principal vencedor.

Más tarde los cubanos se sumarían al set de percusión de la agrupación europea, cuando esta estuvo lista para regalarnos Wave, bossa nova de Antonio Carlos; y Model T, de Sammy Nestico, con las que cerraron su primera actuación en Cuba, como antesala de lo que sucederá este miércoles en el parque José Martí de Cienfuegos (4:00 p.m.); y el jueves, a la misma hora, en Trinidad.

Pero ello solo tuvo lugar, luego de que los anfitriones nos obsequiaran, Son actual, con el arreglo de Horacio González y ese clásico llamado Manisero, de Moisés Simmons, para finalizar con broche de oro, antes de que Verónica le cediera la batuta al director Rune Hansen, encargado de adentrarnos en una música que aún hoy es  poco conocida entre nosotros. Algo que al parecer ya comenzó a cambiar a partir de que los más de 30 músicos encabezados por Finn Arid, al frente del proyecto, eligieran a la Isla como destino.

Ahora Noruega constituye, al menos para mí, mucho más que el País del Sol de Medianoche, ese que sobresale, según cuentan, por exuberantes montañas, fiordos y glaciares, sino una tierra que también puede emocionarnos con sus marchas tradicionales (Valdres marsj, de Johannes Hanssen), o con un himno al estilo de Gammal fäbodpsalm från Dalarna (Oskar Lindberg), que puso de relieve la valía de un músico como Cato Tindberg, con su solo de saxo.

Presiento que volveré para, con la complicidad de la Banda Nacional de Conciertos, apreciar cómo avanza la restauración del Palacio del Segundo Cabo, mientras me siguen asombrando la añosa residencia de los Condes de Santovenia (hoy Hotel Santa Isabel) y el Museo de Historia Natural, seguro de que ya saciada la sed espiritual, la Casa del Agua vendrá a mi auxilio en una de estas calurosas tardes de viernes.

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