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De la pintura al teatro, y otras confluencias

Durante todo el mes de junio, la creación colectiva La pintura y otros lugares podrá apreciarse en la sala Tito Junco, del Centro Cultural Bertolt Brecht

Autor:

Frank Padrón

Cada vez se difuminan más las barreras entre los géneros artísticos, sobre todo en aquellos que, como el teatro y el cine, sintetizan y amalgaman artes.

La pintura y otros lugares, propuesta de Irene Borges y su grupo Espacio Teatral Aldaba, es una muestra fehaciente de ello. La obra plástica del francés Alain Kleinmann (1953), quien estuvo presente en la premier, sirvió de fuente a esta creación colectiva que durante todo el mes de junio pudo apreciarse en la sala Tito Junco, del Centro Cultural Bertolt Brecht.

La reconstrucción de imaginarios personales y colectivos constituye la obsesión que rige la poética de este pintor-grabador-escultor, descendiente de víctimas del nazismo, quien trabaja la silueta humana siempre desde límites difusos, borrosos, que metaforizan las huellas —físicas o de otro tipo— que la guerra, los regímenes totalitarios y esos engendros que fueron los campos de exterminio dejaron en ellos, sus hijos y nietos, de modo que la mancha, el segmento y la parte del (por el) todo se erigen como esenciales significantes de su obra.

Al acercarse a este apasionante mundo plástico, Irene y los integrantes de su grupo han concebido un apasionante retablo que, desde la senda que conduce al escenario, reproduce el ambiente de misterio y memoria, de evocación y ensueño —a veces pesadilla— que signa la trayectoria de ese artista internacional, presente en los más importantes museos y ferias internacionales de arte, y objeto de monografías, tesis y películas.

Luego, la escena emplea los cuadros proyectados de Kleinmann a modo de escenografía que, además, se funden con el vestuario de los actores, y como si fuera poco, contribuyen admirablemente a diseñar la atmósfera mágica, surrealista y fantasmagórica que sugieren aquellos, donde también juega un papel determinante el diseño lumínico de Marvin Yaquis, atento a contrastes y claroscuros determinantes en la ambientación.

Otro paratexto fundamental es la música, o de modo aun más amplio, toda la banda sonora que comenta o complementa los agudos textos que, procedentes del mismo autor (el que da título a la obra o El libro del blanco), el bíblico Cantar de los Cantares o los aportes de los actores, se refieren a los temas abordados con vuelo filosófico y poético; quizá por ello se resienta un tanto el cierto sabor a consigna, a frase hecha que detenta la «oración» final, evidentemente chocante con el carácter elusivo, metafórico que despliega el texto durante casi toda la puesta.

Una escena particularmente cálida es la de los personajes evocando familiares cercanos ya desaparecidos, incluso mostrando fotos personales —tan acordes con la esencia del texto— que trasuntan vivencias de los mismos integrantes.

No menos importante resulta la presencia de la expresión corporal y la proyección coreográfica que, unidas a las otras proyecciones lingüísticas, redondea, una sumatoria de elementos artísticos bien mixturados y mejor proyectados, que refuerza esa idea de aleación, de integración que hace entender el hecho teatral, cada vez más, como una interacción.

De modo que visualidad y eufonía se unen inextricablemente para provocar a un espectador sensibilizado, cómplice, que sufre, disfruta y reflexiona con cada idea y cada imagen.

En el amplio elenco de Espacio Teatral Aldaba no encontramos, siendo totalmente honestos, un parejo nivel actoral, en esta obra donde, si resulta significativa la espontaneidad en el decir y el tono coloquial (no lo es menos la fuerza interpretativa de otros tantos momentos), se aprecian sensibles diferencias; sin embargo, y a pesar de ello, la dirección de actores consigue cierto equilibrio que para nada desentona en el desempeño general.

Acercando y compartiendo un espacio de todos —la memoria, la nostalgia, la Historia que incide en las historias, el tiempo, y siempre, claro, el amor— Borges y su grupo nos proponen, Kleinmann mediante, esta intersección entre La pintura y otros lugares, muchos de ellos en el interior de nosotros mismos o abiertos desde entonces a inéditas e inusitadas geografías.

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