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Siempre puente, nunca frontera

El notable etnólogo, africanista, antropólogo, escritor, cantante, compositor y  dramaturgo... Rogelio Martínez Furé, está convencido de que su historia hubiera sido diferente de haber nacido en otro lugar que no fuera el barrio de Yumurí

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

El notable etnólogo, africanista, antropólogo, escritor, cantante, compositor, dramaturgo... que es Rogelio Martínez Furé, quien acaba de cumplir 75 años, está convencido de que su historia personal hubiera sido completamente diferente de haber nacido en otro lugar que no fuera el barrio de Yumurí, en la Atenas de Cuba.

«Matanzas es única no solo en nuestra Isla y el Caribe, sino también en América, porque constituyó el punto de encuentro de todas las tradiciones culturales que han nutrido la identidad caribeña y americana; y eso se concentraba, particularmente, en el barrio de Yumurí, que queda apenas a cuatro o cinco cuadras del parque de La Libertad, núcleo central de la ciudad.

«Te recuerdo que soy descendiente de mandingas, franceses, lucumíes, españoles, chinos y, muy probable, de algún indio en lontananza. Pero en mi barrio vivían chinos, judíos, gallegos, catalanes, congos, arará, iyesá, abakuá, gangá..., mientras los guajiros venían desde el Valle de Yumurí cantando sus pregones o sus puntos guajiros.

«Llegué a este mundo y me crié en la cuadra donde vivió, durante largos años, Miguel Faílde, el creador del danzón, pero también una señora que montaba repertorio de zarzuelas y de óperas. Es decir, que ese universo cultural que ha sido raigal en las músicas del Caribe me fue muy cercano desde niño... las comparsas, la rumba, la música abakuá... No se quedaba nada afuera, pues asimismo estaban las iglesias protestantes, católicas, no todo mezclado, en el sentido este de coctel, sino juntos pero no revueltos, que es algo importante.

«Por supuesto que me nutrí de esa enorme riqueza cultural. Por eso soy como soy: cubano rellollo como las palmas reales y la ceiba. Caribeño. Caribeño de lengua española, que vino al mundo en Matanzas. Estoy convencido de que, de haber nacido en otra parte, de seguro mi vida hubiera sido diferente por completo», enfatiza el Doctor Honoris Causa del Instituto Superior de Arte y Premio Nacional de la Danza.

—En 1956 usted entró a la universidad a estudiar Derecho. Me llama la atención, porque estamos hablando de una familia negra...

—Es que hay que aclarar que todos los negros antes de la Revolución no eran pordioseros. Vamos a estar claros. Desde la época colonial existía una clase libre. ¿De dónde salieron Brindis de Salas, José White? En Cuba, desde el siglo XIX, o antes, existía una clase libre afrodescendiente, que fue escalando espacios y cuando se tornó demasiado peligrosa para la clase esclavista blanca, ocurrió la Conspiración de Aponte, la Conspiración de la Escalera; o lo que le sucedió a Evaristo Estenoz, líder del Partido Independiente de Color, en 1912, cuando fuera asesinado. Decapitaron esa clase para no tener competencia.

«Una historia que hay que retomar para que la gente se entere de que no todos los afrodescendientes fueron: “yo va id, yo va vení...”. Había escritores, compositores..., intelligentzia, como en toda sociedad colonial. Eso no sucedió solo en Cuba, sino también en Brasil, Venezuela, Senegal…

«Y mi familia mostraba una posición económica solvente. Entonces mi hermana vino a estudiar Medicina, mientras yo matriculé en Derecho Civil, Derecho Administrativo y Derecho Diplomático. Pero eso no era tan raro, a pesar de que, ciertamente, la mayoría negra no contaba con esas posibilidades. La verdad que estamos hablando de una realidad mucho más compleja. No era tan simplista de “lo bueno y lo malo”. Afortunadamente, ahora investigadores sociólogos tratan de destruir esa imagen maniquea.

«Si no hubiera existido esa realidad antes de 1959 no estuviéramos nosotros, porque por regeneración espontánea no surge un Nicolás Guillén, un Eugenio Hernández Espinosa, una Nancy Morejón, un Juan Gualberto Gómez, un Plácido... Aunque teníamos procedencias socioeconómicas diferentes, somos herederos de lo que nos antecedió, de una tradición de la cual somos continuadores. Es interesante, porque la misma problemática que muchos de ellos enfrentaron en la etapa colonial, en cuanto a la reafirmación identitaria, la enfrentamos también nosotros, a quienes nos resultó muy difícil, a principios de los años 60, reafirmar que no somos epígonos de ninguna otra cultura dominante eurocéntrica, sino que somos cubanos rellollos. Por eso siempre insisto: soy heredero de mis antepasados europeos, africanos, asiáticos y hasta indomaericanos. ¡Eso! Sin complejo de inferioridad, por el contrario: muy orgulloso de ser puente, nunca frontera».

—Pero esos estudios a los que hacía referencia se interrumpieron a principios de la década de los 60...

—Exactamente, antes de que llegara la Reforma Universitaria, porque dijeron que no se necesitaban abogados, pues se crearían los tribunales populares. Me faltaban creo que tres asignaturas para terminar, pero en mi casa me habían enseñado que donde no te quieren no tienes que ir a buscar nada, y, ahí mismo, por fortuna, cambié de palo pa’ rumba (sonríe).

—Y ese cambio lo propiciaron los seminarios que entonces recibió...

—Los seminarios de folclor y de dramaturgia fueron esenciales para mí, porque vinieron a confirmarme lo que ya sabía eran mis intereses fundamentales. Aprendí mucho con maestros como Moreno Fraginals, Argeliers León, María Teresa Linares, Agustín Pi... Como mismo resultó fundamental mi contacto, en los seminarios de dramaturgia, con los argentinos Samuel Felman y Osvaldo Dragún. Allí tuve la suerte de conocer a Eugenio Hernández Espinosa, Maité Vera, José Ramón Brene, Tomás González, Pepe Triana, Gerardo Fulleda..., y ahí mismo uní mi pasión por la investigación con la de creador, con las artes escénicas. Luego apareció en mi camino Sergio Vitier, con quien pude seguir desarrollando también este amor mío por el canto y la música...

«No olvidaré el año 1967, cuando juntos hicimos, por primera vez durante un cumpleaños de Nicolás Guillén, el ciclo de canciones compuestas por mí a partir de poemas de Nicolás. De esa experiencia nació el grupo Oru, donde se producía una simbiosis entre tradición y modernidad; algo verdaderamente renovador para aquellos tiempos».

—Pero usted va muy rápido, ha pasado por alto, por ejemplo, la fundación del Conjunto Folklórico Nacional de Cuba (CFNC), en 1962...

—Es que son tantas cosas... En realidad, como me dijo Félix de la Nuez, quien me hizo recientemente el documental El aché de la palabra, soy un hombre de muchas vidas. Y si se las contara, no tendríamos para cuándo acabar. Por ejemplo, cuando era niño cantaba música española en la Corte Suprema de la radio matancera... ¡Y gané! Y después vine aquí a cantar en la Corte Suprema de José Antonio Alonso, donde triunfé interpretando love is a many splendored thing... (De repente el maestro sorprende a este cronista con su voz todavía superafinada y clara). ¿¡Te puedes imaginar!? Pero antes era vocalista en una orquesta de música popular que dirigía Somavilla, padre...

«En 1951 escribí mis primeras novelas, y a esta altura de la vida he publicado títulos como Poesía Yoruba, Poesía anónima africana, Diálogos imaginarios, Eshu (Oriki a mí mismo y otras descargas), Cimarrón de palabra... Igual me dediqué a traducir la literatura africana...

«Estuve al lado de Manuel Mendive cuando muy jovencito se interesó por pintar sobre esta temática. Inauguré su primera exposición en la galería La Acacia y escribí el primer artículo sobre su obra... Escribí también para el Guiñol Nacional, con Pepe Camejo de coautor, Ibeyi Añá, primera obra para niños donde aparecen los orishas...

«Asimismo, trabajé un tiempo en la radio, asesoré y compuse música para la novela cubana en La radio nuestra. Y ahí hicimos El reino de este mundo, Mi tío el empleado, mientras yo componía música incidental que cantaba para esas novelas. Eso constituyó un gran estímulo porque me veía obligado a componer casi para cada capítulo. De esa experiencia apareció una guaracha que se hizo muy popular, Como cambia la gente, con letra de Luis Felipe Roca; y más tarde concebí El amor de la mulata, mi primera habanera, en el año 1965, cuando nadie se acordaba de este género en el país.

«Yo admiro la radio. La prefiero ante la televisión. Es un universo maravilloso que supera todas las barreras, el sonido que penetra. Aun en la soledad de tu habitación, tienes contacto con el mundo entero. Soy un fanático de ese medio de comunicación entre todos los pueblos, entre todas las culturas...

«Entonces, como ves, han sido muchas vidas. Y me faltan muchas por vivir, porque no solo he sido fundador del Conjunto Folklórico, también he sido profesor. De hecho, la Asociación Hermanos Saíz me privilegió cuando me reconoció como Maestro de Juventudes, como mismo me sentí profundamente honrado cuando me eligieron como pedagogo destacado del siglo XX en Cuba. He impartido clases en todos los niveles: desde a niños, para quienes creé El rincón del tío Macuto, en el patio del Conjunto Folklórico Nacional; hasta para diplomáticos, y he enseñado no solo en Cuba, también en México, Nicaragua, Brasil, África... Me gusta dialogar siempre. Porque para mí lo más importante es compartir tus conocimientos con otras personas...

«Es muy difícil sintetizarlo todo, cuando se han tenido tantas existencias, tantas encarnaciones y tantos caminos».

—Discúlpeme, maestro, pero insisto en el CFNC...

—Para mí fue un encontronazo porque se trataba de participar en una obra de fundación, como me decía Lezama Lima. Era fundar, junto al coreógrafo mexicano Rodolfo Reyes Cortés, algo que no existía antes. Pero fundar una institución que le iba a devolver a nuestros pueblos la memoria de algunos de sus componentes raigales.

«Se trataba de un empeño mayor, porque se propuso que el pueblo de Cuba se diera cuenta de la riqueza de su patrimonio, legado por nuestros ancestros, sin chovinismos ni xenofobias, sin autoexotismo. Era esencial que dejáramos de vernos como simples consumidores de culturas que nos llegaban de afuera, y tomáramos en consideración que nuestros valores culturales tenían una connotación tan universal como cualquier otro de cualquier otro pueblo.

«Esa posibilidad me la ofreció el CFNC: entrar en contacto con verdaderas bibliotecas vivientes, esos sabios de la oralidad como fueron Trinidad Torregosa, Jesús Pérez, Nieves Fresneda, Manuela Alonso, José Oriol, Emilio O’farrill, Lázaro Ross, y tantos y tantos que me enriquecieron con su sabiduría ancestral. Todo ello completó, por supuesto, mi formación libresca, académica.

«Es evidente que el CFNC, que se convirtió en un auténtico foco de irradiación, contribuyó a que nuestro pueblo olvidara sus prejuicios raciales y hasta ideológicos, y completó la visión de la cultura cubana».

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