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Puro rock, «tumbao» cubano y mucho sentimiento

La visita de Zucchero a La Habana ha posibilitado el contacto del público cubano con un artista de fama internacional. Su megaconcierto en el ISA trascendió tanto por la calidad interpretativa del anfitrión y sus invitados, como por los soportes tecnológicos utilizados

Autor:

Yelanys Hernández Fusté

Zucchero (Italia, 25 de septiembre de 1955) decidió 22 años atrás que vendría a Cuba. Lo pensó en ese mismo instante en que se encontraba en Moscú y ofrecía un concierto en el Kremlin. La Isla, como dijera en el megaconcierto que realizara hace una semana en el Instituto Superior de Arte (ISA), le inspira un sentimiento profundo, que va desde la buena estima de su gente hasta los altos valores musicales que encuentra en la sonoridad insular.

En estas dos décadas, en las que aguardaba por cumplir con ese sueño, el roquero italiano perfiló sus intereses culturales y consolidó su carrera, cuyo éxito venía acrecentando desde la década de los 80.

Con claras influencias del rock and roll inglés y norteamericano y del rhythm and blues, Adelmo Fornaciari tuvo su despegue como compositor con el hit Yo no te pido la luna, interpretado por Loretta Goggi en el Festival de San Remo de 1984, certamen en el que un año más tarde se presentó para defender el sencillo Donne, junto a la Randy Jackson Band.

La constante búsqueda de un sonido universal ha llevado al artista italiano a explorar zonas melódicas afines con el género que defiende y también con otros estilos, para dejarnos su voz unida a la de Paul Young, Brian May y su coterráneo Luciano Pavarotti.

Y con casi una veintena de fonogramas entre los que sobresalen Oro, incenso e birra, Miserere, Live in Italy y Zucchero & Co, Zucchero hizo escala en La Habana para compartir con los cubanos todo el virtuosismo que lo caracteriza. Así lo vimos en varios conciertos: el de Fito Páez en el teatro Karl Marx, y con Qva Libre, en el Pabellón Cuba.

Luego le tocaría hacer su propia presentación bajo la luna habanera y en uno de los centros emblemáticos de la enseñanza artística nacional, para dejar extasiado a un auditorio de decenas de miles de personas.

La fama de Fornaciari, que trasciende su Italia natal y también a los circuitos europeos, fue probada con creces en los predios del ISA con la interpretación de temas clásicos de sus presentaciones mundiales como Sensa una donna y Per colpa di chi.

Pero, quizá su más conocida canción en tierras insulares ha sido Baila morena. Por eso, su concierto en La Habana abrió de esa manera, para invitarnos a verlo en toda su capacidad interpretativa. Vestido de negro y con gorra, entonó en las Escuelas de Arte de Cubanacán más de una veintena de temas, en una actuación que podemos calificar de histórica.

Para quienes desean que hable de esa conexión con la sonoridad cubana, les comento que el italiano «arrancó» con una fuerte presencia de nuestra música que se palpó en los acordes puestos por instrumentistas criollos como Guillermo Fragoso, Elmer Ferrer y Horacio «el negro» Hernández, entre otros.

El pretexto fue mostrarnos una buena dosis del álbum La sesión cubana, grabado junto a músicos nuestros en julio último. El concierto devino «un calentamiento de motores» para la gira mundial de promoción del CD, que iniciará en Australia en 2013.

Las palabras de Zucchero esa noche sabatina tenían un sentimiento de respeto y reverencia hacia el arte nuestro: «Este concierto es para el pueblo cubano, por su dulzura, por ser genuino, por su música», dijo.

Tal expresión lo motivó a regalar un clásico del repertorio de la Mayor de las Antillas: la Guantanamera, pero en esta ocasión en su idioma, ofreciéndonos una versión donde se denotan rasgos del rhythm and blues que tanto lo ha influenciado.

Dos de los momentos clave y emotivos de la velada fueron su interpretación de los temas: Ave María no morro, del brasileño Hermeto Martins, que dedicó a los damnificados por el huracán Sandy en el oriente del país; y Miserere, canción que lo uniera al afamado tenor Luciano Pavarotti y que ahora, gracias a la tecnología, los volviera a juntar. Pero esta vez Zucchero particularizó la sonoridad de la canción con la presencia del maestro Frank Fernández, quien desde el piano hizo una ejecución magistral, cuya introducción, para sorpresa de muchos, fue el Ave María, de Schubert.

En la nómina de invitados cubanos del artista también figuraron jóvenes valores de la música nacional como Laritza Bacallao y David Blanco, y un viejo amigo, Pedrito Calvo, quien se le unió en Así celeste.

Como antesala, el concierto tuvo al popular dúo Buena Fe, integrado por Israel Rojas y Yoel Martínez, quienes ofrecieron una pincelada de sus composiciones más conocidas, entre ellas las de su disco Pi 3.14.

Debo acotar que la velada también fue una excelente muestra de la tecnología en función del espectáculo, dotando a la escena de una mayor calidad en el sonido y en el diseño de las luces.

Dos grandes pantallas, ubicadas a cada lado del escenario, y otras distribuidas por la explanada donde aconteció el concierto, igualmente reflejaron cada momento de la actuación de Zucchero, una presentación que, ya en la despedida, dejó a los asistentes en suspenso, como si faltaran personajes en un guión que fue bien concebido, como una trama en la que todavía faltaban mayores elementos dramáticos.

Tal como lo hicieran esa misma semana la mexicana Julieta Venegas y el argentino Fito Páez, también Fornaciari escogió a la Isla como un escenario importante de presentación, corroborando así el bien ganado prestigio que ostenta esta musical tierra.

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