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La dimensión humana de las circunstancias

Un jefe militar vulnerable entre el decoro y el valor, es el que nos presentó la ya desaparecida escritora y periodista Mercedes Santos Moray en su libro Máximo Gómez, espada y corazón, que estará en la venidera Feria Internacional del Libro

Autor:

Rodolfo Zamora Rielo

Cuentan que, cuando la guerra lo permitía, el Mayor General Máximo Gómez mandaba a su escolta a cercar las pozas donde se disponía a bañarse, prohibiendo estrictamente el acceso. Alguien le preguntó un día la razón para tamaño despliegue y el Viejo, con la serenidad que otorga la sensatez, le respondió que ningún soldado podía verlo desnudo. Ante la turbación del interlocutor deslizó una sentencia de primitiva pero eficaz sabiduría: la intimidad de la desnudez debilita la autoridad de la jerarquía, algo que un jefe militar, en plena guerra, no puede tolerar.

De disímiles anécdotas, plagadas de reciedumbre y sagacidad, se ha construido la memoria del Generalísimo Máximo Gómez; el dominicano ilustre que supo ganarse el respeto de los cubanos, como para que marcharan al combate bajo los auspicios de su coraje y de su genio.

Muchos testimonios le conceden el perfil del militar introvertido y estricto, sobrio, pero efectivo; cortés aunque receloso, que esquivaba combates inoperantes, para caer después sobre el enemigo, a través del resquicio de la vulnerabilidad, y destruirlo por completo.

No obstante, ¿cómo era el ser humano bajo esa armadura guerrera que ha bruñido el tiempo? ¿Cómo reía y sufría? ¿Dónde escondía las lágrimas que provocan el placer del sacrificio y la ingratitud de los hombres? Ese Gómez, al desnudo, vulnerable entre el decoro y el valor, tierno entre la rectitud marcial es el que nos regaló la ya desaparecida escritora y periodista Mercedes Santos Moray en su libro Máximo Gómez, espada y corazón, un tributo a los que, como ella misma hiciera, entregan todo lo que tienen y más, a pesar de las trampas de la existencia.

Escrito con las tácticas narrativas de una novela, este libro penetra en el espíritu del hombre en un momento de espera y desasosiego. Lejos de construir la historia alrededor de pasajes bélicos, la trayectoria de Gómez pasa por nuestros ojos a través de la evocación que él mismo hace ante la zozobra por la suerte de su hijo Panchito, a quien mandó a buscar para tenerlo a su lado. Por eso encontramos a un Gómez meditabundo y temeroso, entristecido por la pérdida de José Martí, preocupado por los azares de una guerra cruenta, pero necesaria, y atormentado por las premoniciones fatales que le oprimen el corazón cansado ya por tanta brega.

Utilizando los diarios de campaña del propio Gómez, textos de contemporáneos como Martí, Maceo, Bernabé Boza, Fermín Valdés Domínguez, e historiadores como Benigno Bouza, la autora construye un enramado de situaciones que ofrecen un dibujo profundo y novedoso de la persona- lidad de Máximo Gómez, enfrentado a las situaciones cotidianas de la guerra y a la responsabilidad con su familia, que lo acompañó en muchas de sus glorias militares, tributando también una cuota de altruismo y quebranto de la que pocas veces se habla.

Así, Gómez recuerda los tropiezos de la Guerra Grande a través de los avatares vividos por su esposa y sus pequeños retoños, el hambre, las enfermedades, la persecución del enemigo... la muerte, los combates, como aquel en que el viejo ayudante Eduá disparaba contra los españoles sin recordar que llevaba cargada a la más pequeña de los Gómez Toro.

El General Gómez va rememorando, mientras espera a Panchito, su nacimiento, el exilio tras el Zanjón, la búsqueda de empleo, el trabajo y las fiebres en el Canal de Panamá, la pobreza, la añoranza y la frustración. Recuerda la llegada de Martí a Montecristi y el cariño que gana de su modesta familia. Vuelve a vivir las correrías de su Panchito y cómo fue creciendo bajo su ejemplo hasta sorprenderle por su entereza y espíritu de sacrificio. Su hijo se va con el Delegado a ganar voluntades para la guerra por la independencia de Cuba y no lo volverá a ver más; solo escuchará de su muerte defendiendo el cadáver de otro de sus queridos: el Mayor General Antonio Maceo y Grajales.

Máximo Gómez, espada y corazón, accesible en la próxima Feria del Libro, es el universo de un padre que se debate entre la tristeza por la pérdida de un hijo y el orgullo de perderlo heroicamente. Es el libro en el que afloran los sentimientos,  de un ser afectuoso a quien la vida llevó por los caminos de la guerra, como única alternativa para lograr la libertad de su tierra de acogida. En este texto, Mercedes Santos Moray llama nuestra atención hacia la sensibilidad de Máximo Gómez, la poética de su escritura, en la que volcaba, a solas con la cuartilla, lo que no se permitía expresar en público; y no por orgullos pueriles, sino por un concepto muy personal de la reserva y el comedimiento.

Esta obra, como todas las que salieron de su pluma, está muy conectada con el espíritu de su autora, quien, a dos años de su partida, continúa sorprendiendo y mostrando las perspectivas de la vida que ensanchan y enorgullecen. Comprometida con el magisterio, desde la entrega además que desde el aula, Mercedes, o Mercy, como nos dejaba llamarla a los que la queríamos, siempre estuvo cerca de la dimensión humana de las circunstancias, hurgando en esos rincones que, unidos, van sosteniendo el edificio del prodigio, resaltando la grandeza de la privación, el empeño y la fidelidad; esa que condecora con el homenaje eterno de todos los que vivimos con la espada en una mano y el corazón en la otra.

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