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El aula para crear y fundar

Recientemente estrenada en el cine La Rampa, la película canadiense Profesor Lazhar deviene un filme de gran utilidad para cualquiera que deba enfrentarse a un aula o a un grupo con aspiraciones de aprender 

Autor:

Joel del Río

De enorme utilidad sería para cualquiera que deba enfrentarse a un aula o a un grupo con aspiraciones de aprender, la película canadiense Profesor Lazhar, recién incluida dentro de los estrenos de excepcional calidad presentados en el cine La Rampa. Y para quienes jamás tuvieron que pasar por la enseñanza, queda la experiencia de haber estado en un aula concebida como espacio para exaltar la vida, el conocimiento y los valores humanos. Dicho de otra manera: a todo el mundo pudiera comunicarle algo significativo este largometraje cuya sinopsis se parece a otras muchas, como las que cuentan la francesa La clase, o las norteamericanas El club de los poetas muertos y La sonrisa de Mona Lisa. Pero esta tiene un algo intransferible que caracteriza a los grandes filmes. Trataré de explicarme.

Un hombre de 55 años y origen argelino, es contratado por una escuela de Montreal como sustituto de una maestra de primaria, que decidió quitarse la vida por ahorcamiento, justo a la hora en que los niños iban a entrar en el aula. Bachir Lazhar, que así se llama el profesor, deberá conectar con los traumatizados estudiantes, crecerse por encima de sus propias angustias e inseguridades, y llevar el curso a buen término, luego de provocar una catarsis en la que algunos alumnos asumen su duelo o sus culpas con una sinceridad tal vez incorrecta en términos estrictamente pedagógicos, pero inevitable si se piensa en el imperativo que compulsa a todos los seres humanos, de cualquier edad, a enfrentar la verdad, reconocerla por dura que sea, y continuar adelante con la inevitable cuota de errores y arrepentimientos.

Dirigida por el quebequense Philippe Falardeau —uno de los autores de moda en Canadá durante la primera década del siglo XXI— Profesor Lazhar habla, en primera instancia, sobre el imperativo de aprender a superar los derrumbes espirituales cuando se tienen diez años o 50 años, y sobre todo apuesta por las segundas oportunidades y la necesidad de aprovecharlas. En el subtexto, el filme se refiere, de manera delicada y emotiva, a las diferencias culturales en un aula multiétnica para comprender la muerte y el afecto, y también describe con hondura los puentes imprescindibles de comprensión y solidaridad, que debieran mediar entre los estudiantes y todo maestro que respete su oficio, aparte de que ciertos métodos pedagógicos instituidos recientemente no siempre favorezcan tal comunicación. Y me refiero al excesivo estímulo a la individualidad, que puede conducir al caos, el egoísmo e incluso la ausencia total de solidaridad y comprensión con los problemas del otro.

Nominada al Oscar como mejor película de habla no inglesa, y seleccionada como la mejor película canadiense en el festival de Toronto, Profesor Lazhar representa, como decía antes, los modos en que la muerte y el duelo afectan a los seres humanos de cualquier cultura, clase y edad, pero en el lado más luminoso de su trama, consigue, sin facilismo de ningún tipo, enaltecer y rendirle culto a la fraternidad, a la hermosa luz que penetra por una ventana, a la dulce nostalgia de bailar la música de tu tierra natal en medio de una fiesta extranjera, además de cultivar la emoción inagotable que puede provocar la estropeada foto de los seres queridos que nunca más podrás abrazar. Porque el excelente guión articula casi todas las mejores escenas de la película en torno a dos temas dominantes: la emigración y los consiguientes problemas de integración a una cultura desconocida, y la enseñanza a estudiantes insertos en un sistema que sublima el racionalismo y la individualidad, pero ha olvidado los modos para encauzar las emociones más elementales.

El profesor argelino puede hacer un dictado sacado de un texto de Balzac y, por alguna razón, los estudiantes francófonos consideran improcedente semejante manera de enseñar el idioma de Moliere, porque el método les resulta tal vez antiguo y pasado de moda, aunque Lazhar demuestra su eficacia a corto plazo. En la película se presenta con sutileza a los padres y a los hijos, las escuelas y los profesores, además de la sociedad toda, sumergidos en la paranoia y las neurosis que provocan ciertas demostraciones de afecto, o de violencia, entre profesores y estudiantes. Sin embargo, esos mismos adultos, tan alertas ante el fantasma de la pederastia o del abuso, contemplan inermes la incomunicación, la displicencia y la pérdida de valores sin atinar a establecer auténticos antídotos. Por eso la película recurre a un epílogo que recuerda, en alguna medida, las sugerencias finales de la cubana Fresa y chocolate.

Sobre tales y tantas otras cosas departe esta excelente película de Falardeau, con la muy precisa colaboración de su intérprete protagonista, Mohamed Fellag, lejos de los manierismos y poses de las estrellas de Hollywood cuando interpretan el noble papel de educadores. Y la excelencia deriva, además, de la capacidad para disimular, con métodos cinematográficos cercanos al documental, y permeados por la sencillez expositiva y la coherencia formal, todo un tratado sobre el extrañamiento y la enajenación que experimentan muchos emigrantes, además de canalizar una dura crítica a un sistema de enseñanza burocratizado, incapaz de abordar, francamente, temas sociales (más allá de un seminario formal y distante, que habla de los problemas de otro pero ignora el ombligo propio) como la violencia, el suicidio, o el malestar espiritual de algunas personas especialmente vulnerables.

Falardeau ha mencionado, en varias entrevistas, su admiración por los realizadores británicos Ken Loach y Mike Leigh desde el punto de vista del abordaje naturalista de las temáticas sociales. Profesor Lazhar es una película donde, como en algunas obras de aquellos maestros, se respira la profunda comprensión de los seres humanos, abocados a la urgencia de aprender y crecer juntos en un aula en tanto espacio consagrado en esencia a estimular lo mejor de los seres humanos, un espacio donde no pueden filtrarse la intimidación, la rigidez, el odio y la desintegración, y si entran, pues habrá que hacerles la guerra como lo hace Lazhar: con cultura, sensatez y conocimiento.

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