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Otra manera de vivir la Bienal de La Habana

Hay en cada uno de los espacios y salas expositivas del Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam una obra de arte, un pedazo de recuerdo, una voz que se escucha

Autor:

Aracelys Bedevia

«¡Última hora! Otorgados los premios de la Primera Bienal de La Habana». El anuncio, publicado en la portada de Juventud Rebelde del 22 de mayo de 1984 y cuidadosamente presentado en unos de los cuadros que se exhiben en el Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam, es el primer impacto visual que se tiene al entrar a esa institución cultural, gestora del más importante evento de las artes visuales que se celebra en Cuba. Le acompañan otros recortes de periódicos (entre estos Granma), que refieren diferentes noticias relacionadas con la Bienal y son parte ahora de una megaexposición dedicada a celebrar los 30 años del evento.

Justo al frente de esos históricos artículos se halla Traición y muerte de Zapata (1981), el díptico en gran formato del Arnold Belkin, quien se alzó con el Gran Premio de la Primera Bienal y fue donado por su autor al Centro Lam. La fuerza expresiva de la pieza, que ocupa una pared completa en posición horizontal, unido a su calidad y riqueza estética, detienen al visitante a pocos pasos de la puerta. Más adelante está la Crónica de La Habana que escribiera Antonio Saura en El País del lunes 16 de julio de ese mismo año, además de los carteles que han acompañado a esta fiesta creativa desde hace tres décadas.

En el patio central, Archipiélago en mi pensamiento, la instalación que Kcho presentó durante la sexta edición (1997) en el Castillo de los Tres Reyes del Morro, se integra armónicamente a la exposición, la cual rememora los momentos más significativos de una de las bienales más prestigiosas del mundo.

Imposible permanecer indiferente ante esta «hazaña colectiva» —como le ha llamado el curador Nelson Herrera Ysla—, ante este registro que trae de vuelta a los grandes Shigeo Fukuda (Japón), Julio Le Parc (Argentina), Omar Rayo (Colombia) y Shirin Neshat (Irán), a lo cual se adicionan numerosas fotografías de las instalaciones que sorprendieron a muchos a lo largo de estos años.

Hay en cada uno de los espacios y salas expositivas del Lam una obra de arte, un pedazo de recuerdo, una voz que se escucha. La muestra permite reencontrarse, o encontrarse por vez primera, por ejemplo, con algunos de los premios otorgados en la cita inaugural; o con el Animal herido, de Antonio Ole, de Angola, pintura premiada en la Segunda; las serigrafías de Valente Malangatana, de Mozambique (1986), de igual edición, y la Selección de Juguetes de Alambre, de varios países africanos, que estuvo en la tercera entrega.

El proyecto Cartele, de Argentina, y las imágenes de la exposición La caza del éxito (de arquitectura, diseño y arte comercial que se vende en Almacenes San José), Novena y Oncena Bienal, respectivamente, sobresalen del mismo modo entre las piezas que se pueden apreciar.

No basta recorrer la institución situada a solo unos pasos de la Catedral de La Habana para llevarse una idea de lo que ha sido la Bienal. El Centro de Desarrollo de las Artes Visuales y la Fototeca de Cuba, en la Plaza Vieja, y el Museo Nacional de Bellas Artes, sirven igualmente de sedes a esta megaexposición.

El primero reúne proyectos de inserción social que establecieron nuevas relaciones con el público. Allí se encuentran testimonios de lo que fue Detrás del muro, a lo largo del malecón habanero; las fotografías que resultaron de la acción del austriaco Herman Nitche en el Instituto Superior de Arte, y algunas de las instantáneas tomadas durante la Conga irreversible, de Los Carpinteros, sucesos todos ocurridos en la oncena edición. En las salas y vestíbulos del Centro de Desarrollo de las Artes Visuales se proyectan, además, video-documentales sobre acciones efectuadas con el público en diferentes ediciones, y se muestran documentación y vestigios de la intervención que se le hiciera a la fachada del teatro Fausto, y de la Ciudad generosa, de René Francisco y el colectivo Cuarta Pragmática, en 2012 (Oncena). Se puede ver, incluso, un set de televisión montado por el proyecto Macsan y algunas de las experiencias del Laboratorio de Arte de San Agustín (LASA), presente en tres bienales.

Atravesando la Plaza Vieja, en la Fototeca de Cuba, se exhiben desde las primeras fotografías presentadas hasta las últimas. Cómo no mencionar las instantáneas de Andrés Serrano (hondureño-estadounidense), y las de los cubanos Korda, Marucha, Raúl Corrales (de los años 80), Nelson y Liudmila, René Peña (década de los 90) y la sudafricana Sue Williamson. En Bellas Artes, además de mucha documentación se pueden apreciar exponentes de la escuela Tinga Tinga, de Tanzania, de la cubana Marta María Pérez Bravo y de los fotógrafos mexicanos Pedro Mella y Graciela Iturbide, por citar algunos.

Así, entre propuestas que van desde la pintura, el dibujo, el grabado, hasta la fotografía, la instalación, el performance…, se puede reconocer el modo en que ha evolucionado la Bienal, que comenzó con obras bidimensionales hasta llegar a las nuevas tecnologías y posicionarse como una propuesta de una magnitud intelectual y cultural enormes. De ahí lo oportuno de esta exposición, con aproximadamente 200 piezas de más de un centenar de artistas, que se mantendrá un mes en cartelera y constituye, por encima de todo, otra manera de sentir la Bienal y de recibir información de primera mano. Mucho más ahora que ya se dio a conocer que el próximo año La Habana se convertirá nuevamente en la mayor galería del mundo.

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