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En tierras de Cuba libre

Una nueva película cubana, en manos del director Jorge Luis Sánchez, se adentra en el siglo XIX para acercarnos a un punto notable y poco conocido de nuestra Historia

Autor:

Jaisy Izquierdo

Se filmaba la toma cinco. Dos cámaras emplazadas a la entrada de un pueblo totalmente ficticio captaban el chirriar de una carreta halada por caballos. El campesino que la conducía, al pasar frente a la línea de soldados norteamericanos que custodiaban el acceso al poblado, les gritó amenazante y orgulloso: ¡Viva Cuba libre!

No había dudas, me encontraba en pleno siglo XIX, de la manigua salían mambises a caballo, cargando el peso de los años de tanta guerra desigual que ahora, con la intervención norteamericana perdía otra vez su rumbo… «¡Corran, que se rompió esta carreta!», fue el grito de auxilio que me sacó de un tirón de la magia del cine y me devolvió a los avatares del rodaje, esos que hay que sortear para que luego, cuando se apaguen las luces de una sala oscura, el sortilegio cinematográfico vuelva a reinar.

Así, en ese limbo entre la ficción que se cuenta y la realidad que se vive en el esfuerzo de concebir una película, me adentré en el nuevo proyecto que prepara Jorge Luis Sánchez, bien conocido por habernos devuelto al Bárbaro del ritmo en su cinta El Benny.

El también autor de Irremediablemente juntos se niega a hablar mucho. Se escuda en la artimaña cubanísima de adelantar bien poco, no sea que se rompan los planes. Tampoco en medio de aquella algarabía de gente alrededor del set, queda mucho espacio para el diálogo. A ratos se escucha a voz en cuello: «Silencio, ¡se filma!» y resuena un claquetazo.

En tanto la tropa de los «búfalos» se interponía a las mambisas, me colé por detrás de las cámaras hacia aquel caserío de fachadas coloniales, levantado escenográficamente en las afueras del pueblo Ceiba del Agua, del municipio Caimito, en Artemisa. Allí, gracias a la pericia de una brigada de especialistas dirigida por Alejandro Marrero, se acondicionaron el exterior e interior de un aula, la Calle de los comercios y otra vía con fachadas de viviendas, una de estas con un balcón y alumbrado de gas, todo a la usanza de 1898.

Atravesé por la Calle de los comercios, donde estaban emplazadas la barbería El buen gusto, el bazar Solís —un guiño al nombre de Rafael Solís, el director de fotografía—, la panadería La gloria, la importadora de muebles La barcelonesa y la Fábrica de Humo, todas concebidas por Nanette García, quien corrió a cargo de la dirección de arte y del vestuario, y ejecutadas por el escenógrafo Maykel González.

Para la fachada de la fonda La cubana se aprovechó la entrada de una antigua construcción colonial que actualmente sirve de carpintería a los pobladores de Ceiba, mientras que el Colegio de niños pobres —donde la actriz Isabel Santos, la maestra, les impartirá clases a los dos niños protagonistas—, fue emplazado en una antigua estación de trenes hoy en desuso. La parte posterior de esta amplia nave de piedra, que hace ya tiempo perdió el techo, también sirvió para filmar «el foso» donde provisionalmente esperan los soldados españoles antes de ser evacuados a su país, una vez terminada la guerra.

No es esta una película de guerra, sino de posguerra, me explica Jorge Luis, apretando las palabras mientras almorzamos debajo de una mata de mango. Pero el brillo de sus ojos y la alegría de estar filmando no le ayudan a retener todos los detalles. Y se le escapan, off the record, claro.

Así supe de la participación especial del actor noruego Jo Adrián Haavind, y de sus parlamentos en inglés para dar vida a un importante coronel norteamericano; de los días de filmación en Tapaste, en el interior de su iglesia, donde el cura, interpretado por Manuel Porto, recibe al coronel; o las jornadas en las que convirtieron el parque de Jaruco en el campamento de los interventores, y quitaron sus bancos —con el permiso de sus autoridades, me aclara—, cubrieron el sitio de tierra, y lo ambientaron con las casas de campaña en las que se alojaron las tropas norteamericanas.

Desafío mayor fue el de conseguir, reparar y luego desplazar desde Nueva Paz hasta Bejucal, una auténtica locomotora de vapor de 1830, para darle la veracidad visual que precisaba esta historia que arranca en 1898 y termina en 1899 con el licenciamiento de los mambises.

Me pide Jorge Luis que resalte el apoyo de las autoridades del Icaic y la de Chicho (Jorge Alfonso), este último director del Fondo Cubano de Bienes Culturales. Fue vital, me dice el también fundador de la Muestra de Jóvenes Realizadores, el trabajo de los artesanos que confeccionaron los más disímiles elementos; desde ornamentos, charreteras, uniformes, botones, cantimploras, sables, bayonetas pertenecientes a tres tropas diferentes: la mambisa, la española y la norteamericana. De manera que cada uno de estos objetos no solo autentificaba la época del conflicto hispano-cubano-norteamericano sino que a su vez indicaba la pertenencia a uno u otro bando.

Antes de volver al set para rodar una escena con la sabichosa mambisa Ma Julia —se le escurre sin querer el nombre: Georgina Almanza—, me precisa que esta no es una película de mambises ni de cargas al machete, como las extraordinarias Lucía o La primera carga al machete que se filmaran en la década del 60. Se limita a la sinopsis como para que saque mis conclusiones: se mostrarán los acontecimientos en que convergen los tres ejércitos, a través del comportamiento de dos niños cubanos.

Entre jóvenes

En las afueras del pueblo, ya sin maquillaje en los rostros, me tropiezo con Adael Rosales, Yasmany Guerrero y Jorge Lavoy, jóvenes actores que, con soltura y sin temor a las citas directas, se dispusieron a compartir sus experiencias en el rodaje.

Adael, quien ya había trabajado anteriormente en Irremediablemente… junto a Jorge Luis, en esta ocasión da vida al coronel mambí José María y confiesa que no le han faltado escenas difíciles: «Me impactó mucho la que compartí con uno de los niños protagonistas, que es mi hijo en la película. Él llora en cierto momento de la trama y yo también tenía que hacerlo. El trabajo junto al pequeño requería de mucha delicadeza y exigió mucho de mí, pues debía lograr un equilibrio para no irme ni por encima ni por debajo del niño, sino que la escena fluyera y cumpliera con su cometido», recuerda.

Para Yasmani fue una gran suerte compartir con compañeros de su edad en la tropa mambisa, lo cual les facilitó el trabajo, garantizó la armonía entre el grupo y, a su vez, «la diversión». Cuando la risa colectiva que estalla a su alrededor le permite volver a hablar, este actor que ha trabajado en diferentes medios, incluido el cine (La noche de los inocentes, de Arturo Sotto y Jirafas, de Enrique Álvarez), me adelanta que interpreta al teniente coronel mambí Lamberto. «Es un personaje que traiciona un poco sus principios, pues se siente seducido por los norteamericanos, así fue como lo confeccioné junto al director desde el trabajo de mesa», reconoce.

A diferencia de sus compañeros, para Jorge Lavoy, mejor conocido por la teleaudiencia como Pitirre, por el personaje que desempeñó en la telenovela Tierras de fuego, esta sí es su primera experiencia en las lides del séptimo arte.

Sobre la caracterización de su nuevo personaje, el también mambí capitán Navarro, refirió: «El trabajo de mesa con el director más que intenso creo que fue preciso, porque Jorge Luis tenía escenas claves que quería trabajar y nos dirigió hacia esos puntos que a él le interesaban. Él enfatizó en una manera de actuar contenida y que a su vez mostrara todo el trasfondo de los sentimientos. Durante la prefilmación incluso nos puso algunas escenas de filmes donde se aprecia este tipo de actuación, con planos cerrados donde los rostros casi no se mueven y, sin embargo, expresan miles de cosas».

De la experiencia en el set enumera varias razones para evidenciar lo arduo de las jornadas: muchas horas bajo el sol, montar a caballo, escenas donde aparecen más de 250 personas en el set, sin contar a las otras tantas que laboran detrás de las cámaras. «Es muy complicado, a veces hasta tenemos que almorzar fuera de tiempo por el clima. No obstante, creo que Jorge Luis tiene muy claro lo que quiere lograr, lo refleja en Ernesto Sánchez Valdés, el primer asistente de dirección y pieza clave para la película, pues es el enlace y siempre está atento para corregir cualquier problema que surja en el camino. De esa manera se ha desarrollado una maquinaria que constantemente está en acción. No hay tiempo para hacer otra cosa que la escena en que se trabaja, porque todos están muy concentrados», asegura Lavoy.

La última imagen que guardé del rodaje fue la de una pequeña que, atravesada por la modorra del mediodía, se quedó dormida a lo largo de un muro que dividía los portales de dos casas vecinas. En una de ellas el cartel de Maquillaje-Figuración explicaba el ir y venir a su alrededor de decenas de personas ceñidas a sus trajes de aquel fin de siglo. Recordé a la niña adormecida, arropando su siesta presente entre lazos y vuelos de antaño y pensé en Cuba libre, el pertinaz sueño de atrapar el pasado para devolverlo vital a los espectadores de hoy.

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