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Tras La pared…: ¡palabras!

Fernando Pérez, conversa con nuestro diario acerca de su más reciente película, La pared de las palabras, estrenada durante el 36 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano

Autor:

Jaisy Izquierdo

Desde el día en que vi a Jorge Perugorría entrar a una conferencia de prensa con la cabeza rapada y notablemente adelgazado, el bichito de la curiosidad me mordió ineludiblemente. Estaba filmando, explicó entonces, la nueva película de Fernando Pérez.

Por eso, cuando supe que finalmente La pared de las palabras se estrenaría en esta 36 edición del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, hasta Alemania llegaron mis palabras, apretadas en un cuestionario que, por suerte, y sobre todo gracias a la amabilidad de Fernando, no chocó «contra la pared».

El autor de emblemáticas películas del cine cubano como Clandestinos, La vida es silbar y Madagascar, y premio Nacional de Cine 2007, quien pocos detalles había adelantado a los medios durante la producción de la cinta, nos revela ahora, vía correo electrónico, algunos pormenores.

Esta obra, que compite por el Coral al mejor largometraje de ficción con una historia sobrecogedora, nos acerca a Luis (Jorge Perugorría), quien padece una enfermedad neurológica que perjudica su comunicación y movilidad, y que afecta también de diversas maneras a su madre (Isabel Santos), hermano (Carlos Enrique Almirante) y abuela (Verónica Lynn).

—¿Cuál es «la pared de las palabras», es solo la del silencio impuesto por una limitación física?

La pared de las palabras intenta ser una reflexión sobre el dolor y los límites del sacrificio. La familia del protagonista es disfuncional porque con frecuencia las palabras no logran expresar lo que los sentimientos y las emociones determinan.

—¿Qué hacer cuando nos enfrentamos a ese «muro», a ese dilema que es la incomunicación humana? ¿Qué propone su película al respecto?

—La película no se propone una sola respuesta al respecto. Quizá haya tantas como espectadores existan porque, al igual que los personajes del filme, no vemos las cosas como son sino como somos.

—La de Francisquito, el niño Down de Suite Habana y su padre es también una historia sobre la discapacidad y el amor como medio para saltar barreras físicas, sociales, económicas… ¿Fue este un referente a tener en cuenta a la hora de hacer La pared…?

—Sí. Francisquito es hoy un joven trabajador en un mercado agropecuario y de hecho hubiera podido participar en esta película como actor. Pero en esta ocasión necesitaba que el personaje fuera femenino y por eso está Maritza Ortega, quien padece la misma afección y es, también por naturaleza, una actriz.

«Lo que más me interesa de tu pregunta es la afirmación de que “la discapacidad y el amor” pueden ser un “medio para saltar barreras físicas, sociales, económicas” porque la película trata de expresar con imágenes esa idea».

—Una película con una carga dramática tan fuerte depende, en gran medida, de la interpretación. ¿Cómo fue el trabajo con los actores, especialmente Isabel Santos y Jorge Perugorría, un actor con el que no había trabajado antes?

—Le debo esta película a Jorge Perugorría. Fue él quien me llamó para ofrecerme la historia escrita originalmente por Zuzel Monné y en la cual él soñaba con interpretar al protagonista. Nunca pensé filmar una película sobre este tema, pero el destino existe.

«Una vez que estuvo concluido el guión junto a Zuzel, confirmé que La pared de las palabras tenía su línea principal en el trabajo de los actores. Hacía rato no convocaba a Isabel y la busqué. Ella se identificó inmediatamente con su personaje. Y así pude contar igualmente con Laurita de la Uz, con Carlos Enrique Almirante, con Verónica Lynn, con Ana Gloria Buduén y tantos otros. No puedo dejar de mencionar al grupo de actores que interpretó a los pacientes. A ellos les debo su caracterización y entrega».

—¿Cómo fue la experiencia de filmar en la Quinta Canaria, y adentrarse en el mundo de las enfermedades mentales?

—Teníamos la posibilidad de filmar la institución mental en locales escenográficos. Pero decidí hacerlo en la Quinta Canaria porque su atmósfera nos ayudó a compartir, sentir, vivir, y por lo tanto expresar mucho mejor lo que queríamos decir.

«Recuerdo que cuando algunos actores llegaron allí por primera vez se echaron a llorar. Luego el llanto cedió el paso a la comprensión y todo fluyó con dolor, pero con natural armonía.

«En el sentido organizativo y profesional fue más difícil, pero en el plano artístico, y sobre todo humano, resultó una experiencia irrepetible. Nunca olvidaré que ya casi al final del rodaje el personal médico, los pacientes y nosotros éramos un solo equipo: señal de que en la comunicación humana no existen fronteras (aunque muros hay) entre locura y cordura».

—Con esta película ha experimentado por primera vez la producción independiente. ¿Qué conclusiones ha sacado respecto a este modo de producción tan defendido por las nuevas generaciones de realizadores?

—Siempre he pensado que uno debe demostrar en la práctica lo que predica en teoría. He defendido al cine independiente desde sus inicios cuando incluso la palabra «independiente» era casi impronunciable. Mi incorporación a la Muestra de Cine Joven fue, para mí, una manera de compartir con los jóvenes sus inquietudes y búsquedas. Y cuando ya no tuve más un cargo de responsabilidad en la Muestra (aunque sigo perteneciendo y trabajando para ella) me dije que tendría que retirarme (simbólicamente, porque a mis 70 años no me siento un jubilado) para lanzarme al río cuyo cauce es el que dinamiza y dinamizará al sistema de producción de nuestro audiovisual.

«El equipo de La pared de las palabras fue reducidísimo. Una mitad éramos profesionales jubilados y entusiastas; y la otra, jóvenes emprendedores y entusiastas también. El proceso de prefilmación y rodaje se desarrolló de un modo muy fluido y me encantaría repetirlo. Pero debo aclarar que hacer cine independiente es únicamente “otra” manera de hacer cine en Cuba, lo cual no significa hacer cine negando al Icaic. Yo volvería a hacer otra película dentro de la industria si fuera necesario.

«Lo importante de la existencia del cine independiente es el derecho a la diversidad, porque esa diversidad contribuye de una manera natural y orgánica a la flexibilización, modernización y desarrollo de nuestra industria, que en muchos aspectos se ha amoldado a las circunstancias sin modificarlas.

«Camilo Vives, que soñó y se lanzó junto a mí para hacer nuestra primera película independiente, contribuyó durante toda su vida en el Icaic a dinamizar la producción cinematográfica desde su atipicidad. No está entre nosotros para ver los resultados, por eso La pared de las palabras también está dedicada a él».

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