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El hacedor de cabotines

Durante diez años Cabotín Teatro, dirigido por Laudel de Jesús, ha distinguido la historia teatral de Sancti Spíritus

Autor:

Lisandra Gómez Guerra

SANCTI SPÍRITUS.— Hace ya un buen tiempo, un jovencito fue seducido por el teatro en la Casa de Cultura Elmira Campos Brito, de Taguasco. Quedó prendado al descubrir las posibilidades que le ofrecía dicha manifestación artística para expresar su mundo interior. Así nació una de las principales razones de vivir.

Pasados varios años, el amor y entrega hacia el teatro eran tan grandes que sintió la urgencia de conformar su propio grupo, mediante el cual podría sacar fuera de sí emociones, miedos, alegrías, tristezas, inquietudes y saberes. Surgió entonces, a mediados del mes de junio de 2005, Cabotín Teatro.

Con nombre a semejanza de una antiquísima denominación del histrión total, el proyecto se gestó para potenciar los recursos expresivos del actor a fin de involucrar hasta al más frívolo de los espectadores. «Nuestra primera obra como grupo fue He aquí el hombre, un texto de mi autoría, que interpretaba y además dirigía. Desde entonces apuesto por una de mis máximas: evidenciar la existencia de los seres humanos y sus conflictos al vivir en cualquier contexto», expresa justo cuando le interrumpe Annalie García Calviño, joven actriz, testigo fiel de aquellos primeros años, para quien Cabotín resume los últimos diez años de su existencia.

«No solo ha sido trabajo, esfuerzo y sacrificio. Me ha hecho más profesional. Ha provocado que busque diversas metas como persona y actriz. He madurado, y me ha permitido encontrar una visión más amplia de la humanidad. Al final es por lo que lucho todos los días», asegura Annalie García, instructora de teatro, egresada de la tercera graduación de ese programa de la Revolución.

Bajo la divisa de que el teatro muestra relaciones humanas, Cabotín Teatro comenzó a crecer en número de actores, y con el empuje de su principal timonel, Laudel, logró llevar a escena complejas obras, que con el paso del tiempo han evidenciado el progreso del proyecto.

Varios han sido los éxitos conquistados, que han recibido no solo el aplauso del público, sino también agudas opiniones de la crítica especializada. Entre ellos se hallan las piezas Juegos sucios…, una farsa de Nicolás Dorr; Tren hacia la dicha y Triángulo, ambas de Amado del Pino; El concierto, de Ulises Rodríguez Febles, y Un mar de flores, de Norge Espinosa.

«En cada una de ellas hay un denominador común: constantes preocupaciones de la existencia del hombre, nuestros conflictos, realidad y, principalmente, nuestros rasgos identitarios. Sin esquemas hemos intentado apostar por un único principio: la verdad del actor», dice Laudel, quien en los últimos años se ha probado como dramaturgo con las obras El diablo rojo y La mano del negro, que fueron concebidas para espectáculos de corte callejero o de relaciones, como él insiste siempre que se le pregunta.

«Percibí que los muchachos necesitaban aprender más sobre nuestra idiosincrasia. Los enganché con la idea y comenzamos a investigar primero sobre el diablo rojo y luego continuamos tras las pistas de la rebelión esclava que tuvo lugar en el Valle de los Ingenios, en Trinidad, en la cual sus protagonistas fueron cruelmente reprimidos.

«Ambos estrenos nos trajeron muchas alegrías y seguiremos apostando por el teatro de relaciones, porque es muy interesante el diálogo que se establece con el público en su propio entorno. Eso nos enriquece», afirma.

Justamente el inicio de esas nuevas formas de hacer trajo consigo la necesidad de que Cabotín teatro sumara mayor número de integrantes: lo mismo actores y miembros del equipo de producción, que músicos, quienes interpretan las melodías de los espectáculos. Fue de ese modo que el joven espirituano Alejandro García Calviño se encontró con el mundo de la actuación.

«Me inicié hace ya ocho años como musicalizador. Después me convertí en diseñador. Sin embargo, cuando llegó la obra El diablo…, para la que se necesitaban más actores, me atreví a salir a escena. Fue suficiente. Actuar en Cabotín me ha dado la posibilidad de hallarme como persona», reconoce quien todavía sigue apoyando con el diseño de las puestas.

Para Laudel de Jesús su mayor triunfo ha sido formar su grupo, que no cesa de trabajar. «Hoy somos una gran familia. Todos los días no se consigue constituir un equipo de jóvenes amantes del teatro», señala.

—¿Por qué Cabotín ha apostado por quienes se inician en el mundo de las tablas espirituanas?

—Yo creo que el futuro está en los jóvenes, porque se integran rápidamente y aprenden de esta maquinaria que tiene dos caras: la técnica y la disciplina.

—¿Deudas a la vuelta de diez años?

—Nos falta el actor que queremos: un verdadero cabotín, aunque tenemos jóvenes que han alcanzado una significativa madurez. De cualquier manera, lo más importante es que todos tienen muchísimos deseos de lograrlo.

«Para nuestro colectivo teatral también resulta muy esencial obtener una sede para formar el público, un espacio donde se pueda disfrutar asiduamente de quienes apuestan por transformarse en auténticos cabotines».

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