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Quince días de deslumbramiento

Con la gala que el próximo 16 de agosto acogerá la sala Avellaneda del Teatro Nacional culminarán este 2015 los cursos de verano que desde hace 23 años convoca con total éxito el Ballet Lizt Alfonso Dance Cuba

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

Con tan solo ocho años, Kdir (así sin a, como bien me lo aclara) Michel Varela Moreno está convencido de lo que quiere ser en su vida: un artista profesional. ¿Un profesional?, le pregunté asombrado. ¿Del baile?, insistí incrédulo. «¡Umjú!», emitió tal sonido como respuesta, y enseguida me sacó de la duda, porque había notado que, evidentemente, yo no le creía:

«Sí, chico, que es cuando dejas de ser niño y te puedes transformar en un gran artista... Eso es que puedes ser profesional, ser muy famoso, que las personas te puedan conocer...», me dijo para JR con esa gracia que distingue sin excepción a los pequeños que matricularon en la tercera y última etapa del 2015 de los cursos de verano que desde hace 23 años convoca, con total éxito, el Ballet Lizt Alfonso Dance Cuba.

—¿Pero esa pasión de dónde salió: de papá, de mamá?, continué con mi interrogatorio.

—No, mi mamá me dijo que me pusiera en el baile, pero ella no... Solo me dijo que me pusiera...

—¿Entonces no baila nada?

—Nada de nada.

—¿De dónde eres?

—De Santo Suárez...

—¿De Santo Suárez? ¿Cómo llegas aquí todos los días?

—Mi mamá trabaja un día sí y un día no. Cuando trabaja, yo voy a donde ella está para que me traiga. Luego me recoge mi papá, quien es el que se llama Michel, por eso mi segundo nombre.

—¿Y el Kdir?

—¡Mi’jo, Kdir soy yo!, exclamó sin entender cómo no me había quedado claro algo tan elemental, y salió veloz a abrazar a su padre, que lo esperaba en la colmada plazoleta que antecede a la sede del Lizt Alfonso, ubicada en Compostela, entre Luz y Acosta, donde también aguardaban por la estilizada Dainelys Laura Morvitón, vecina de San Ignacio, allí mismo en La Habana Vieja. Eran pasadas las seis de la tarde, y desde las dos aquellos chiquillos estaban recibiendo clases de ballet, folclor, flamenco, preparación física..., pero nada refleja en ellos ni el menor signo de agotamiento. Por el contrario, la sonrisa va de oreja a oreja.

En el caso de Dainelys este es su primer curso de verano, pero ella anda hechizada. «Aquí me siento muy feliz y muy cómoda. Como si este fuera mi hogar. Me encantan mis compañeros y aprendo muchas cosas», asegura esta niña de diez años, quien goza al máximo cuando lo que le toca es ballet. Otra cosa muy distinta sucede cuando viene el turno de folclor: «Lo que más me cuesta es el “folclórico”, porque son muchos movimientos de salsa y yo con la salsa no ligo mucho, somos… somos enemigos», sonríe Dainelys y aprovecha para también invitarme a la gala en la que ella y sus compañeritos serán los protagonistas.

«Ya lo he regado por todo el barrio. ¿Usted irá también? La gala es el próximo 16 de agosto, a las 11 de la mañana, en la sala Avellaneda del Teatro Nacional. Nos está quedando preciosa...».

—Dainelys, debe ser terrible coger las vacaciones para seguir dando clases...

—¿Quién dijo? Para mí son unas excelentes vacaciones, yo me siento una persona afortunada...

La Historia se repite

Desde una esquina del salón, Tamy González, primera bailarina de la compañía, escucha atenta la conversación que Dainelys y Kdir sostienen con JR y no consigue evitar verse cuando comenzó con diez años en los talleres vocacionales, en los tiempos en que la compañía aún formaba parte de la Sociedad Concepción Arenal.

Han transcurrido 12 años y Tamy, quien ahora permanece al frente de la tercera etapa de la presente edición de los cursos de verano, se admira por el modo en que asume personajes como El hombre o Las Brisas dentro del espectáculo Elementos, el Tango de Alas, o De tierra y aire, en Fuerza y compás; y los cuenta por muchos, entre los que recibió y los que ha impartido.

«Siempre constituye un reto, porque cada año tratamos de superarnos a nosotros mismos, para lo cual nos proponemos ofrecer clases nuevas y buscamos que los maestros estén más capacitados, de modo que los niños y los jóvenes se entusiasmen, no pierdan los deseos de bailar y deseen convertirse en bailarines profesionales, aunque no todos lo logren. De cualquier manera, después de vivencias como estas, de seguro serán mejores personas y mejores receptores del arte en general», expresa esta muchacha de 28 años, quien se desempeña asimismo como regisseur del Ballet Juvenil Lizt Alfonso.

Tamy considera que para los integrantes de la compañía es una suerte transformarse en profesores de los talleres y de los cursos de verano. «Claro, no resulta sencillo, porque exige que la entrega sea absoluta. Ten en cuenta que nuestra rutina como bailarines profesionales comienza a las nueve de la mañana, cuando empezamos a tomar las clases.

«Luego vienen los ensayos del repertorio activo más los montajes nuevos... Después tenemos una hora para almorzar y descansar un poquito para entonces vestirnos de profesores. En el verano es mucho más agotador, tanto por la cantidad de clases como por el entrenamiento que llevamos, el cual es muy arduo. Mas nos encanta trabajar con los niños. Por ver esos rostros llenos de felicidad, el esfuerzo vale completamente la pena».

—Tamy, ¿qué es lo más difícil para ustedes?

—La danza y el magisterio se complementan, pero son dos cosas diferentes. En los cursos y en los talleres nos toca no solo enseñarlos a bailar, sino también educarlos; enseñarlos a pensar como un bailarín profesional, aunque al final no sea ese el camino que escojan.

«Impartir clases a diferentes edades es lo otro bien complejo. No es lo mismo trabajar con niños pequeñitos que con un adolescente, lo cual va más allá de que el nivel técnico sea mayor. Tienes que encontrar la forma de llegarles a todos, de motivarlos, de prepararlos para que aprovechen esa energía, esa buena vibra que les ofrecemos; tienes que encontrar la forma de crear una empatía».

—¿Cómo aprenden esa habilidad?

—Con el día a día. Hay quien tiene vocación, esa gracia para el magisterio, y le sale casi de un modo natural. Otros se sorprenden descubriendo que poseen una habilidad que permanecía dormida, escondida, mientras que a algunos no les aparece por ninguna parte, pero se esfuerzan por desarrollar su labor de la mejor manera, y le ponen total empeño. Por suerte, en la compañía se ocupan todo el tiempo para que los maestros nos superemos. No es eso de: coge un grupo y arréglatela como puedas, en lo absoluto.

Un día feliz

Con la gala del 16 de agosto en la sala Avellaneda se está arrimando un día inolvidable para los cerca de 800 niños y jóvenes que han tomado parte de esta tercera etapa de los cursos de verano, correspondiente al 2015. Bien lo sabe Lizt Alfonso, embajadora de Buena Voluntad de la Unicef, quien señala que «se trata de una experiencia que los marca para siempre y que viene a redondear la labor de todo un año, en que juegan un papel importante también los talleres vocacionales.

«Al año de fundada la compañía, surgió la escuela, y al siguiente este proyecto. La idea era que los muchachos en sus vacaciones, además de ir a la playa, jugar en el parque o con sus amiguitos, pudieran involucrarse en algo útil, que les posibilitara aprender más, crecer física e intelectualmente. También resulta muy interesante el hecho de que luego sus vecinos, compañeritos de escuela y familiares se convierten en el público que asiste a las presentaciones y las disfruta al máximo, así que fíjate cómo esta labor se expande...».

La primera bailarina Tamy González combina danza y magisterio ante la mirada atenta de niños como Kdir y Dainelys, a su derecha. Fotos: Isabel Infante

Sin dudas, el alto nivel de convocatoria responde a lo querida y admirada que es la compañía y al trabajo de excelencia que desarrolla con niños y jóvenes dentro y fuera del país. «Ya se nos acercan no únicamente quienes viven en la capital, sino de todas partes de Cuba y del mundo», señala con orgullo Lizt.

«Se suman incluso profesores que vienen hasta del extranjero a entrenarse con nosotros, a ver cómo lo hacemos y todos salen encantados. Realmente es un trabajo muy fuerte, porque la exigencia y el rigor no disminuyen, pero son 15 días en que nos quedamos con la certeza de que hemos realizado algo útil. Y quienes más lo agradecen son los niños y jóvenes que se han divertido aprendiendo».

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