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Margarita Mateo en libertad creadora

¿Podrán creerse los lectores que la genial ensayista y narradora llegó a dudar de su larguísimo alcance en las letras? JR te cuenta

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

¿Podrán creerse los lectores que la genial ensayista y narradora Margarita Mateo Palmer llegó a dudar de su larguísimo alcance en las letras? Entonces se veía como «una investigadora que escribía, con mayor o menor tino, sus reflexiones», aunque, por suerte, para cuando JR la entrevistó a raíz de los muchos elogios que consiguiera una novela, su visión ya se había transformado, gracias en buena medida a esa especie de clásico titulado Ella escribía poscrítica «y de los otros libros de ensayo que obtuvieron distintos reconocimientos y una buena acogida. Aún así, me costaba trabajo reconocerme como escritora. Después de haber escrito Desde los blancos manicomios, es decir, después de haberme zambullido en el mundo de la ficción, creo que ya no me quedan dudas».

Sí, definitivamente Margarita Mateo Palmer estuvo siempre muy equivocada. Se lo acaba de demostrar el prestigioso jurado que la ha convertido en la figura más relevante de la Literatura en 2016 al entregarle el codiciado Premio Nacional, significativa razón que ahora ha llevado a este diario a retomar aquella larga conversación que en 2008 desbordó la página.

—Se afirma que lo establecido se le torna monótono. ¿Es por ello que se ha propuesto romper con los esquemas ya establecidos en su obra literaria?

—Realmente lo establecido suele aburrirme un poco y mi propia historia intelectual muestra una tendencia de acercamiento a los márgenes, de incursionar en el estudio de expresiones artísticas que han sido, por lo general, poco reconocidas, cuando no subestimadas. Al mismo tiempo, también me he sentido motivada por autores ya clásicos de la literatura latinoamericana como Lezama Lima, Alejo Carpentier o Julio Cortázar. En cuanto a la ruptura de esquemas ya establecidos opino que más que proponerme una transgresión de los mismos, he tratado de defender un espacio de libertad creadora y de no inhibir o autocensurar aquellas expresiones de mi escritura que se apartaban de algunos cánones convencionales.

—Como estudiosa de la literatura caribeña —se doctoró con una tesis sobre mito y nueva novela caribeña—, ¿a qué atribuye que en nuestro país esta sea tan poco conocida?

—Realmente en Cuba no es tan poco conocida como lo es en otros países de América Latina y en el resto del mundo. En nuestro país ha habido al menos una política de difusión de esa literatura —a pesar de los problemas que implican las traducciones en el caso del Caribe no hispano—, y algunas instituciones —como Casa de las Américas— han hecho serios esfuerzos por divulgar la obra de autores caribeños. De todos modos no debe desconocerse el hecho cierto de que a los creadores de regiones tradicionalmente marginadas, como lo ha sido el Caribe, que pertenecen a un mundo periférico en relación con los grandes centros de poder, les cuesta más trabajo insertarse en los grandes circuitos de difusión del arte, sobre todo si no se pliegan a algunas de las exigencias del mercado literario. Al mismo tiempo es interesante advertir que en las últimas décadas, dos autores caribeños como Dereck Walcott, proveniente de la pequeña isla de Santa Lucía, o Vidia S. Naipul, oriundo de Trinidad y Tobago, han obtenido un premio tan prestigioso como el Nobel.

—Usted ha sido de la opinión de que la cultura cubana, y la literatura en particular, se ha dinamizado en buena medida a lo largo de estos últimos años...

—La literatura cubana en la última década del pasado siglo comenzó a liberarse, espontánea e intensamente, de algunas censuras y autocensuras que seguían influyendo sobre el panorama cultural cubano desde la etapa del llamado quinquenio gris de los años 70. Aunque este proceso de recuperación de una libertad creadora mutilada comenzó desde antes, y ya a mediados de los 80 hay síntomas inequívocos de esta revitalización, es a partir de los 90 que este fenómeno se hace más notable. Algunos temas que habían desaparecido de las letras insulares —como el homoerotismo— comienzan otra vez a ser abordados, pero sobre todo, aparece una mirada crítica y polémica sobre el entorno que enriquece la escritura. Se trata, en buena medida, de la recuperación de un espacio de libertad creadora que había sido bastante limitado en las décadas precedentes y de la irrupción de escritores jóvenes que, necesariamente, representan una mirada y una sensibilidad nuevas.

—En los 60 y los 70 se consideraba «una feminista desatada». ¿Qué la hizo «moderarse»?

—Los años no pasan por gusto. Una posición intransigente en la defensa de los derechos y la dignidad de las mujeres en un contexto tan machista como el nuestro podía conducir a extremos delirantes, alejados de mi propia realidad social y cultural. Mis ideas sobre ese tema no difieren, en lo esencial, de las que tenía en aquella época, solo que la vida me enseñó a ser un poco más flexible y tolerante.

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