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Salvador Bueno: el siglo inagotable

Nunca desdeñó vehículo alguno a la hora de difundir su conocimiento: fue un investigador minucioso, un ensayista arriesgado y un periodista honorable

Autor:

Rogelio Riverón

Leí la Historia de la literatura cubana, de Salvador Bueno, a inicios de 1982, en una ciudad del centro de Rusia, donde aún subsiste la casa en que vivió una temporada el poeta Ossip Mandelstam. No trato de diseñar un escenario original; fue lo que pasó y punto. La ciudad se llama Voronezh y desde cierto rascacielos en la zona sur se adivinan en días claros las aguas del Don. Leí aquella edición de 1963 del Doctor Bueno (la primera es de 1954) como si se tratase de una novela o cualquier otro texto de ficción, y fue por dos razones: por inmaduro (yo, lector de entonces) y por la gracia con que fue escrita. El estudiante de Letras que fui en aquel período oía hablar de Karamzín, de Radíshev, de Pushkin y de Dostoievski, pero nunca de sus compatriotas, de modo que aquel libro era la justa orientación que necesitaba. Años después deduciría que la obra de Salvador Bueno es una de las más grandes empresas en el campo de los estudios literarios y su divulgación, de entre todas las llevadas a cabo en Cuba y en Hispanoamérica.

Puesto que desde inicios del siglo hemos sido testigos de algunos centenarios ilustres en el ámbito de la literatura (Nicolás Guillén, Dulce María Loynaz, Alejo Carpentier, José Lezama Lima, Virgilio Piñera, Samuel Feijóo, Onelio Jorge Cardoso y otros), alguien pudiera imaginar que este es uno más, estándar a lo sumo, pero ese razonamiento ofendería, ante todo, a quien lo efectúe. Salvador Bueno ha probado su erudición, primero, en la capacidad para ver donde pocos habían visto; es decir, para descubrirnos problemas y aristas de nuestro campo literario, para restituirle la importancia a ciertas zonas, a ciertos autores y a ciertos géneros, y en no menor medida, para explicárselo al estudiante, lo mismo que al profesional e incluso al lector de gacetillas. A propósito el investigador canadiense Northrop Frye se refiere al crítico erudito y al crítico público, lo que establece una diferencia entre quienes llevan a cabo largas investigaciones que serán acogidas en publicaciones especializadas y quienes prefieren la reseña periódica que, por cuestiones de espacio y también de destinatarios, no permite la mirada en profundidad hacia los fenómenos de la cultura. La obra crítica de Salvador Bueno es una prueba de su capacidad de desdoblamiento y, en última instancia, de que no desdeñó vehículo alguno a la hora de difundir su conocimiento. Fue un investigador minucioso, un ensayista arriesgado y un periodista honorable, lo que en todo caso lo hermana con otros intelectuales cubanos como Alejo Carpentier, Dulce María Loynaz, Nicolás Guillén o Enrique Labrador Ruiz, quienes también aprovecharon las características de la prensa para la propagación de la cultura. La Bibliografía selectiva de Salvador Bueno (1987), a cargo del investigador Tomás Fernández Robaina, del Departamento de Investigaciones Bibliográficas de la Biblioteca Nacional José Martí, da cuenta de la versatilidad del erudito cubano, así como de la profusión de sus textos. En efecto, Bueno colaboró con periódicos y revistas de Cuba e Hispanoamérica, antes y después del triunfo de la Revolución, y preparó libros para editoriales de Lima, La Habana, Madrid, Santiago de Cuba, Budapest y Ciudad de México.

Digna de igual consideración es su labor como antologador y especialmente importante se vuelve esta en un género: el conocido como costumbrismo. En una compilación que preparó, prologó y anotó para la caraqueña Biblioteca Ayacucho (1985) con el título Costumbristas cubanos del siglo XIX, y que como homenaje a su centenario presentará en la Feria del Libro la editorial Letras Cubanas, Salvador Bueno asegura que el costumbrismo es un género autónomo, independiente de otras funciones literarias, pues procede como tal del diario y la revista, o sea, del periodismo, y es más bien dado al carácter crítico. Esa aclaración nos ahorra el entusiasmo de detectar en todo lo que aluda al presente intenciones costumbristas, si bien con esto la interpretación del género no deja de ser compleja.

Con trillada efervescencia anotamos a menudo que alguien ha dejado entre nosotros —en la historia, en el devenir editorial, en las tradiciones de la cultura— huellas indelebles. Esos destinos descollantes, sustentados en el estudio y el sacrificio, dejan acaso una indicación, ya que somos sus sobrevivientes inmediatos quienes no podemos quebrar con la desidia el puente hacia las generaciones futuras. La fecunda obra de Salvador Bueno como investigador, crítico, profesor, ensayista, antólogo, periodista, académico y promotor ha de honrar más a la cultura cubana cuanto menos tiempo permanezca quieta, resguardada por el polvo de las estanterías. Sea loado el Maestro con la palabra y con la tinta fresca.

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