Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Siempre seremos del Ballet Nacional de Cuba

Ha transcurrido poco más de un mes desde que dejara de existir uno de los principales pilares de la agrupación insignia de la danza cubana

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

«El Ballet Nacional de Cuba (BNC) es mi casa, el lugar donde están mis recuerdos, toda mi historia», me dijo Marta García en la sede de la compañía donde se convirtió en la gran bailarina que admiró al mundo, pocos días después de haber presentado su libro Danzar mi vida, en el 24 Festival Internacional de Ballet de La Habana. Me recibió con su sonrisa perfecta de siempre, que ni por un segundo dejó entrever que tal vez entonces ya luchaba contra el cáncer que finalmente la venció, cuando este enero casi se apagaba.

Ha transcurrido poco más de un mes desde que dejara de existir uno de los principales pilares de la agrupación insignia de la danza cubana, pero todavía Juventud Rebelde no había podido saldar su deuda de gratitud por el arte mayúsculo que nos entregara esta artista superlativa, quien nació en Guanabacoa, con deseos de danzar, el 7 de febrero de 1949. Así me lo aseguró aquel día de noviembre en que nos encontramos, y por fin logré mi anhelada entrevista con una de las voces que no había podido «atrapar» para mi volumen De la semilla al fruto: la compañía.

«Para hablarte de mi apego a la danza tendría que remontarme a tiempos inmemoriales, porque a los cuatro años ya andaba con mi trajecito de baile español, haciendo mis pininos en la televisión. Mi conexión con el ballet clásico, sin embargo, ocurrió de modo casual. Sucedió que unos parientes de Ernestina, la mamá de Alicia, vivían al lado de mi abuela, que poesía un comercio. En cierta ocasión, Ernestina entró y me vio tocando las castañuelas. Quedó tan fascinada que habló con mi mamá: “Llévesela al maestro Fernando Alonso, a la academia, para que le haga las pruebas. A mí me parece que a él le va a interesar otorgarle una beca. Llévela con su trajecito para que la vea bailando”.

«Parece que, efectivamente, le gusté al maestro Fernando pues me gané una beca. Comencé a estudiar en la Academia Alicia Alonso por allá por 1954. Era muy pequeñita. Mi primera maestra fue Laura, Laura Alonso». Me contó entonces cómo había decidido dejar a un lado su estrellato en la Televisión Cubana. Sí, porque la pequeña Marta, que se ganaba todas las simpatías en programas estelares como Jueves de Partagás y Casino de la alegría, y compartía de tú a tú con astros como Alicia Rico, Candita Quintana, Olga Guillot, Benny Moré... llegó hasta recibir un diploma que la señalaba como la «Mejor artista infantil de la Televisión Cubana».

—¿Qué pasó entonces?

—Estaba de maravillas haciendo esos programas, pero triunfó la Revolución y con ella se gestó el surgimiento de la Escuela Provincial de Ballet, la primera, la de L y 19. Estoy hablando ya del año 61. Uno de los requisitos para poder acceder era que no se podía tener ningún tipo de vínculo con otras instituciones. La escuela era la escuela, y había que dedicarse a estudiar y a prepararse. Creo que muy sabiamente mis padres me apoyaron y me dijeron: lo que debes hacer es estudiar y crecer. Y yo terminé con esa imagen de «niña prodigio»: cambié, crecí, estudié, me «alejé», y cuando regresé era otra persona: iniciaba una carrera profesional, en el escenario, aquí, con el BNC. Yo pertenecía a un grupo que, como contábamos con cierto nivel, solo cursamos tres años. Egresamos todos en 1965: la primera graduación que se hizo en la Revolución.

«A mí me ha tocado vivir varias etapas importantes: primero en la Televisión, luego durante la fundación de la Escuela de Ballet... y más tarde, cuando me gradué, pude unirme a aquellos que a partir del 60, del 61, consiguieron empezar a materializar, con el apoyo de la Revolución, los muchos sueños de los fundadores del BNC, a pesar de que este se había fundado en 1948. Incluso entonces, ni siquiera se reconocía la existencia de la Escuela Cubana de Ballet (ECB). Por tanto, en 1965 la compañía iniciaba la presentación ante el mundo, con sus bailarines participando en los concursos internacionales y conquistando medallas y más medallas. Fue entonces que se empezó a notar la existencia de una manera distinta de bailar, a distinguirse esas peculiaridades estilísticas que dan un perfil definitorio a la ECB».

—Usted fue también bailarina de concursos...

—En el Internacional de Varna tuve mi primera prueba de fuego en 1968. ¿Cómo ocurrió que me eligieran? Gracias a un taller coreográfico de donde salió una pieza titulada Días que fueron noches. Ese ballet de Adolfo Vázquez, muy dramático, resultó un boom. Y a mí ese tipo de coreografías me quedaban bien, porque yo era muy actriz.

«Todavía no era solista cuando Días que fueron noches, pero la repercusión de la cual gozó me hizo entrar en las posibilidades. En esos talleres los coreógrafos escogían a los bailarines, lo cual te señalaba de cierto modo... Ya después vino una etapa en que el Ballet andaba de gira, pero a mí me tocó ir para Camagüey cuando aún estaba Vicentina de la Torre, para realizar los acostumbrados intercambios. En ese grupo se hallaba Alberto Méndez y se nos ocurrió montar Coppelia. Nosotros mismos hicimos la escenografía... Me estrené como Swanilda, aunque ni la había ensayado. Alberto me ayudó, él representó a Franz, mientras Iván Tenorio hizo el Doctor Coppelius. Coppelia se programó para un congreso que se organizó en esa ciudad, y Fernando y Alicia fueron a ver la función cuando regresaron de la gira. En cuanto me vieron dijeron: “¡Ah, esta va a Varna!” (sonríe).

«Lo que te acabo de narrar sucedió a principios de año, a mitad ya estaba en la competencia. Ya sabes que estos eventos exigen una preparación muy personalizada. Por tanto, me tocó el privilegio de tener a Fernando y a Alicia bien, bien cerquita, que me llevaran de la mano. Es una experiencia tan grande, que tal vez uno ni siquiera estaba listo para recepcionar sus consejos y enseñanzas. Por suerte todo se queda en ti, incluso aquello que eres incapaz de aplicar totalmente en ese instante. Sin embargo, luego se muestran y empiezan a dar frutos a medida que vas creciendo.

«Competí en la categoría Juvenil (contaba con solo 19 años), en la primera vuelta, con el pas de deux de Don Quijote, acompañada por Jorge Esquivel, y luego con el pas de deux de Coppelia, con un bailarín francés que entonces formaba parte de la compañía nombrado Bernard Horseau. Gané la medalla de oro.

«Después fui al concurso de Moscú, a su primera edición. Yo todavía era una niña. Me dieron una mención. En el BNC se había acabado de montar un fragmento de Bhakti y yo me aparecí con mi variacioncita sola, mientras que unos franceses compitieron con el ballet de Maurice Béjart completo. Se llevaron el oro, pero para mí fue una experiencia bonita. Al año siguiente regresé a Varna, como mayor, y me otorgaron el premio a la mejor técnica y la medalla de plata. Después en 1978, en que ostentaba la categoría de primera bailarina, estuve en Japón junto con Orlando Salgado, y ganamos oro y el premio a la mejor pareja».

—¿Le sorprendió cuando la nombraron primera bailarina?

—Es curioso: siempre fui haciendo camino al andar, como canta Serrat. Nunca me he propuesto: voy a ser, voy a ganar este premio... No: los reconocimientos que me han entregado han sido muy bien recibidos y me han emocionado, pero jamás los he buscado, porque a veces cuando actúas de ese modo se pierde el camino por donde se llega... Ciertamente no recuerdo ese momento de manera especial. Sé que debutaba en Giselle, tenía 24 años. Creo que fue la culminación de un trabajo, un premio a los resultados, a una trayectoria.

—Unos cuantos coreógrafos montaron especialmente para usted...

—Sí, viví experiencias maravillosas con coreógrafos como Alberto Alonso. Yo andaba por los aires, porque él te estimulaba a que aportaras, te motivaba a crear. Trabajé con él varios ballets: en Romeo y Julieta donde me dio el personaje del Amor; en Vietnam, la lección, en Tributo a White. Las obras de Alberto poseían una cubanía, un estilo, una forma, un sello muy personal.

«No puedo dejar de mencionar a Alberto Méndez y Tarde en la siesta: un proceso de creación muy intenso y enriquecedor. Lo estrenamos Mirta Plá como Consuelo, Ofelia González como Dulce, María Elena Llorente como Esperanza y yo como Soledad. Eso fue en marzo de 1973. Tarde en la siesta, obra cumbre de la coreografía cubana, marcó mi carrera y la interpreté mucho, en muchas partes, al igual que Bodas de sangre y En la noche. Para ese entonces Méndez había conquistado su primer premio con Plásmasis, en Varna.

—Usted misma se convirtió en coreógrafa...

—Pues sí, mi primera obra se llamó Luz de luna, un pas de deux que se estrenó en 1997. Después vinieron En mi Habana, Homenaje, que se lo dediqué al BNC y a todas sus generaciones; Sombrero de tres picos, El ruiseñor y la rosa, la cual defendieron Laura Hormigón, Oscar Torrado y Nelson Madrigal, en el Festival de Ballet del 2000. Para el Teatro Colón monté mi versión de El lago de los cisnes y creé un ballet de dos actos, Lady Caroline, a partir de una bellísima película que desde que la vi me pareció muy bailable.

—El amor también lo encontró en el BNC...

—Imagínate, Orlando y yo nos conocíamos desde hacía mucho tiempo y bailábamos juntos. Estrenamos Mascarada, de Ana Leontieva, La casa de Bernarda Alba..., pero después del concurso de Japón la amistad se convirtió en amor. Casi 40 años viviendo juntos, trabajando juntos, compartiendo la vida, primero aquí y luego cuando me contrataron como directora del Ballet Estable del Colón, donde hicimos un equipo fuerte.

—Ustedes representaron la época de oro del BNC...

—Por muchos años nosotros fuimos esa gran familia. La escuela graduaba, entraban nuevos integrantes a la compañía, pero seguíamos todos ahí bajo la guía de Alicia, aprendiendo unos de los otros. Llegaban las temporadas de los Lagos y bailaban Josefina, Aurora, Ofelia, María Elena, yo, Charín…, había una mezcla de generaciones, cada una con su manera muy peculiar y distintiva de bailar, pero nadie se despegaba de la raíz inicial. Había un estilo, una forma, una personalidad.

«Todos los que tuvimos el privilegio de vivir ese momento sentimos un amor inmenso por esta compañía, quedamos muy marcados, porque aquí crecimos. Estemos donde estemos, siempre seremos del Ballet Nacional de Cuba».

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