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Tristezas que el Guernica no ha podido detener

Hay tanta fuerza en esas figuras desfragmentadas, poscubistas y representación del surrealismo picassiano, que una no se extraña al presenciar las lágrimas silenciosas del espectador

Autor:

Julieta García Ríos

MADRID, España.— Ante el Museo Reina Sofía una cola se extiende, la gente aprovecha el privilegio de entrada gratis. Muchos pasan de largo por las salas de Dalí, de Miró, y otros tantos imprescindibles han de esperar porque el primer encuentro, el obligatorio, es con Picasso y su monumental Guernica.

Hay que aguardar. La fila es mayor que la de la entrada a esta institución fundada en 1992 y que actualmente se halla en restauración, de modo que el tránsito hacia el Guernica es demorado. Deben salir los que estén dentro para que pase un nuevo grupo. Una vez allí cada quien se da unos minutos para reflexionar, para abrazar en su interior ese pedazo de historia que inspiró al pintor e inmortalizó para siempre un pasaje trágico de la historia de España. Un lado oscuro de la naturaleza humana que duele ver cómo se reproduce en nuestros días: Alepo, la ciudad siria sitiada, se me antoja ahora el ejemplo más palpable.

La espera facilita que una depare en la angustia que vivió el pintor malagueño durante los primeros meses de 1937. En enero de ese año el Estado le encargó a Pablo Picasso (Málaga, 1881-Moulins, Francia, 1973) la realización de un gran cuadro para el Pabellón de España de la Exposición Universal de las Artes y las Técnicas de la Vida Moderna, que se celebraría ese verano en París, Francia. Cada sala debía exponer lo mejor de su país en el comercio y el turismo, pero este llevaba ya en guerra desde julio de 1936.

Picasso, el pintor vivo más conocido del mundo en ese momento, había quedado estremecido por la masacre de aquel lunes 26 de abril de 1937 al pueblo vasco, cuando los aviones alemanes de la Legión Cóndor bombardearon la población civil con el visto bueno de Franco.

Ese mismo día se trasladaron a Guernica los corresponsales de prensa extranjeros que se encontraban en Bilbao para cubrir los acontecimientos del frente norte de la guerra. Sus imágenes y testimonios dieron fe del crimen que conmovió al mundo. La zona devastada carecía de interés militar, mas las bombas incendiarias devastaron las casas de madera del poblado y con ellas quedaron atrapados madres y niños inocentes, aplastados en las llamas.

El 1ro. de mayo se hacía pública la solidaridad de París con el pueblo español, mientras en esa ciudad que lo acogía desde hacía 30 años, Picasso sacaba los primeros apuntes de su colosal obra. Trabajó varias jornadas en los bocetos hasta el 11 de mayo, en que comenzó a trabajar frente al lienzo de 3,50 x 7,87 metros, que concluyó el 4 de julio.

Extasiada ahora frente a la majestuosidad de la pieza, de sus impresionantes transparencias, de los tonos grises, blanco y negro, se pueden percibir hasta los detalles más ínfimos que las láminas no pueden reproducir. Está el dolor en la madre y su niño en el toro, símbolo de la tradición española de sus corridas. Está el caballo y la mujer atrapada que queda fulminada y no puede escapar de la muerte. Hay tanta fuerza en esas figuras desfragmentadas, poscubistas y representación del surrealismo picassiano, que una no se extraña al presenciar las lágrimas silenciosas del espectador.

No le bastó a Pablo denunciar el horror, ni que su Guernica se convirtiera en expresión de resistencia de los pueblos oprimidos. Quiso entonces que al concluir la Exposición de París el cuadro recorriera los países europeos y ciudades estadounidenses, para que los fondos recaudados en esos periplos se destinaran a la causa republicana y los refugiados españoles.

Luego, con la situación bélica española y el estallido de la II Guerra Mundial, Picasso dio al MOMA (Museo de Arte Moderno de Nueva York) la custodia de la obra. Antes de morir, cambió la cláusula y pidió que el Guernica fuera trasladado a España, una vez que esta recuperase sus libertades.

Tras la muerte del dictador Franco se iniciaron los trámites del regreso del cuadro. Pero no fue hasta 1981 que llegó a España, como evidencia de la reconciliación nacional. En el 92 quedó adscrito al Reina Sofía, donde hoy, y cada día, miles de personas de todas partes del mundo cruzan la estación de Atocha y aguardan en el umbral del Museo para rencontrarse con la historia, triste historia que se repite en el mundo a cada rato.

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