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¿Qué pasa cuando decimos hakuna matata?

La sobrevida de Disney y la sobrexplotación del mismo código han traído grandes dividendos. El monstruo mediático está tan ramificado que no puede definirse, apela a la fórmula centralidad fuerte-periferia débil, que el público se traga

Autor:

Mauricio Escuela

En la versión fílmica de El libro de la selva, una de las grandes adaptaciones hechas por Walt Disney, se entrevén varios aspectos medulares, paquetes que la trasnacional de los sueños supo ocultar durante décadas. Ariel Dorfman y Armand Mattelart, en su enjundioso análisis de los dibujos animados de Walt, llegaron a la conclusión de que dicha industria había muerto y era hora de buscarle una alternativa.

El libro Para leer al pato Donald tuvo mucho éxito y se transformó en texto de referencia en las academias del periodismo. Pero hoy es evidente que Disney ha prevalecido. ¿Cuáles fueron los vericuetos de la trasnacional para adaptarse a un mundo pletórico de competencia? La compañía se lee a sí misma desde la centralidad del poder, nunca al margen, sino que codifica en sus mensajes aquello que Disney desea que perciban sobre Disney. La táctica no resulta nada nueva, se puede analizar a través de El libro de la selva, aventura basada en las novelas de aprendizaje, en este caso en el clásico de Rudyard Kipling (apologista por excelencia del imperialismo británico).

Hay un mensaje en la centralidad: aunque la selva sea salvaje y el hombre blanco ande desnudo, sin armas, flacucho, adolescente, sabrá cortejar a esos animales y usarlos en su empresa para domar totalmente a la bestia encarnada en el tigre. O sea, que Mowgli es un dominador, un hegemonizador, quien primero mediante su sapiencia innata y luego a través del uso de un arma más avanzada (el fuego), abre el libro de la selva y se apropia de ese poder. Y aquí aparece el elemento colonialista por excelencia, que permitió la expansión de Occidente y el surgimiento de un sistema mundo del capital: el fuego.

Esa es la centralidad de Disney, el culto a la fuerza. El libro de la selva está quizá entre lo más esquemático, donde el dualismo hombre blanco-barbarie tercermundista salta por sí solo. En otras creaciones más contemporáneas, como El rey león, la centralidad se halla en la defensa del código de la herencia como base de la propiedad. Simba debe retornar al trono ya que es el legítimo, quien tiene el derecho de sucesión y, si la sociedad está tan mal, ello  se explica porque Scar (su tío) usurpó el poder y llevó el país al caos. Por tanto, dejémonos de revoluciones y experimentos que ya todo está hecho, ¿no ven que existe la sagrada herencia?

Se especula mucho acerca de la militancia o no de Disney en los servicios secretos de inteligencia. Fuera de la centralidad, en sus películas, quedaban aquellos personajes subalternos que o aplauden o sirven al humor en medio del drama. Unos cuervos que rondan la pelea entre Mowgli y el tigre al final de El libro de la selva tienen aspecto de latinos, de hecho, en la traducción al español que conservo usan argentinismos. Está claro, la defensa de la centralidad en Disney tiene un carácter clasista, que era como pensaba el propio dibujante. Así funciona el primer resorte de la industria, demostrar que hasta los animales respetan la norma y pagan un precio cuando la agreden.

Sin renunciar a esa centralidad, Disney tuvo que entrar en la competencia, adaptarse a diferentes culturas, expandirse a lo largo del mundo, cualquiera que sea el escenario. Esta macdonalización fundó Disneylandias lo mismo en Japón que en América del Sur, donde hay un uso de lo local en su versión de mercancía. Vemos que las hadas de La bella durmiente pueden ser achinadas. Interactuamos con ellas, preguntamos por el clima, compramos un chicle, etc. La mundialización de la compañía va a la par del uso de las culturas particulares en la construcción de la centralidad, a la que no se renuncia, pues la imposición del más fuerte está bien codificada.

Recordar, por ejemplo, uno de los tan criticados muñequitos rusos que se hizo famoso por su frase «seamos amigos». Esto no lo veremos en Disney, las diferencias devienen irreconciliables, puesto que el otro, si representa una amenaza para la centralidad, tiene que desaparecer. En el propio El rey león se alude durante un fotograma al famoso paso de la oca de las SS nazi, cuando las hienas marchan al mandato de Scar, ese horrible tío que no obstante se está rebelando contra un monarca absoluto. Pero acá el fascista, el totalitario, es ese que no respeta mi tranquilidad, mi herencia. El otro solo puede colocarse en la periferia para decir hakuna matata (aceptar que el mundo es como es), pero nunca incomodarme a mí, porque no debe romper el sistema.

La sobrevida de Disney y la sobrexplotación del mismo código han traído grandes dividendos. El monstruo mediático está tan ramificado que no puede definirse, apela a la fórmula centralidad fuerte-periferia débil, que el público se traga. Cápsula que lleva incorporada luego cuando vota por sujetos como Mauricio Macri, porque el tipo es un hombre de éxito, un legítimo, un Mowgli de estos tiempos, que ha sabido y sabrá dominar muy bien el salvaje fuego de la selva. En fin, colorín colorado o a lo Disney, ¿y fueron muy felices?

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